EL CRISTALAZO
Entre los años 1986 y 2002, México se vio sometido a muchas humillaciones por parte de Estados Unidos, lo cual no fue ni novedoso ni temporal. Es la tradición inclemente e irremediable.
Ha sido la condición geopolítica de sometimiento constante a los intereses estadunidenses, por lo menos desde 1847. Digan cuanto quieran los promotores de la imaginaria soberanía. En el lapso comprendido entre los últimos años del siglo pasado y el inicio de este, en México se rendía un informe con ánimo fehaciente, convincente y conveniente para los Estados Unidos, acerca de sus esfuerzos en contra del cultivo, comercio, tráfico, trasiego o producción de drogas.
A cambio de eso, este país recibía la humillante distinción de ser considerado como beneficiario de la piedad americana, gracias a su inclusión en el miserable catálogo de nación “favorecida”, lo cual resulta —francamente—, un diploma del subdesarrollo.
Eran dos certificados en realidad: el de las drogas y el comportamiento, para probar la dependencia. Todo ello se derivó del acta americana denominada “Ley Contra el Abuso de Drogas” y en el cumplimiento de las órdenes de Washington, el examen podía dar lugar a tres clases de resolución: la plena certificación (con estrellita en la frente incluida); la certificación por razones de “Interés nacional” (o sea la geopolítica del aprovisionamiento de drogas para los 50 millones de consumidores americanos, o más), y la descertificación. El examinado estaba reprobado (*).
Quien cayera en ese último caso, resentiría entre otras cosas, “el aumento de los aranceles a los productos exportados a Estados Unidos.” ¿Aranceles?, suena conocido.
Y eso nos lleva a la segunda certificación, ocurrida esa ya (junio de este año) en los plenos y dichosos tiempos de la IVª Transformación, redentora y custodia de la SOBERANÍA NACIONAL (con mayúsculas): la obediencia en la política migratoria.
Si México no dejaba su comprensión y fraternidad, incluidas sus delirantes invitaciones a la migración; si no se convertía en la muralla militar o policiaca —según se vea—y frenaba el éxodo de los centroamericanos a Estados Unidos, resentiría esa actitud en sus exportaciones de manera progresiva, comenzado con una tarifa del cinco por ciento. Hasta reventar la economía.
México, de buena o de mala gana, con una careta o con otra, se convirtió en el policía migratorio en Mesoamérica. El muro del norte se convirtió en la barrera humana del sur.
En el extremo de la insolencia, Trump declaró (octubre de este año), estar “usando” a México para lograr sus fines electorales. Ante esa calificación de “país-herramienta”, México respondió con la plena sonrisa del resignado. Hasta alguien aplaudió temprano en la mañana.
Así ocurrió (NYT):
“…Estoy usando a México para proteger nuestra frontera”, dijo el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. El comentario pasó desapercibido para millones de estadunidenses. Aunque no para muchos mexicanos, quienes sintieron en las palabras de Trump una flagrante violación a la soberanía de México…
“Fue un comentario ofensivo, arrogante y fuera de lugar, quizás, totalmente cierto…
“…Quiero agradecer a México”, agregó Trump. “Tienen a 27 mil soldados en ello. Pero piensen en qué mal está eso —piénsenlo bien—, que tenemos que usar a México porque los demócratas no quieren arreglar nuestro defectuoso sistema migratorio”.
La ofensa no ofendió a quien debía defendernos. El Señor Presidente, comentó horas más tarde:“No tengo ningún problema de conciencia… No tenemos nada de qué avergonzarnos, se defiende la soberanía de México. Al mismo tiempo, no queremos confrontación”.
Sin embargo, hay dos formas de evitar la confrontación: una es no subir al cuadrilátero contra; la otra, tirarse a la lona en el primer round.
Esa conducta, sin embargo, no fue definitiva. Los esfuerzos mexicanos por la contención migratoria, serían revisados cada 90 días, sin perjuicio de la aplicación de los aranceles en caso de insatisfacción de quien unilateralmente le impuso su política al gobierno mexicano.
Dicho de otro modo, cada trimestre seríamos evaluados, calificados y aprobados o reprobados. El actual gobierno agradeció la deferencia. A cambio recibió una palmada en la espalda y una paletita de limón.
Y ni sólo eso, hasta lo celebró con una grotesca reunión evangélico política en la simbólica línea de Tijuana, en la cual sólo se oyó una voz nacionalista, la de Porfirio Muñoz Ledo, quien habló de cómo se le hacía un oscuro favor a los Estados Unidos. Nadie le hizo caso.
Ahora México (o el gobierno nacional), aplaude un mensaje del presidente Trump en el cual declara su comprensión ante quien le pide colaboración y no intervención, y le proclama su respeto y admiración en grados tales como para aplazar (no eliminar; cancelar u olvidar) sus amenazas de incluir a los carteles mexicanos en la lista de los grupos terroristas del mundo, para cuya persecución los Estados Unidos (basados en su Ley Patriótica), pueden intervenir en cualquier parte del mundo para capturar o eliminar objetivos riesgosos para sus intereses, no para los intereses de los países donde esos grupos operen; no, los suyos y nada más los suyos.
Como cuando el espía Kiki Camarena.
Trump dijo:
“…Todo el trabajo para declarar terroristas a los Cárteles Mexicanos como organizaciones terroristas está hecho. Estamos listos para hacerlo (aplicarlo)…
“…De cualquier manera, a petición de un hombre que me agrada y respeto, y ha trabajado muy bien con nosotros, (el) Presidente Andrés Manuel López Obrador, detendremos temporalmente esta designación e iniciaremos esfuerzos conjuntos para combatir decisivamente a estas crecientes organizaciones”,
Y nuestro Señor Presidente, satisfecho, declaró:
“…Yo también respeto mucho al presidente Donald Trump, porque está demostrando con hechos que es respetuoso de México, respetuoso de nuestro pueblo y respetuoso de nuestra soberanía nacional…
“Le agradecemos al presidente Trump que respete nuestras decisiones (o peticiones) y que haya optado por mantener una política de buena vecindad, una política de cooperación con nosotros, y va a tener siempre de nuestra parte la mano abierta, franca, extendida, para seguir avanzando juntos en bien de nuestros pueblos y en bien de nuestras dos naciones”.
Sin embargo las verdaderas condiciones impuestas por EU, cuyo planteamiento hizo posible este intercambio de mensajes, plenos de amor navideño y sin esperar al 14 de febrero, permanecen en el misterio.
Son parte del secreto diplomático porque ya sabemos; nadie, y mucho menos el Tío Sam, hace algo nada más así como así.
La cooperación, el entendimiento personal y el falso escenario de amistad entre los presidentes (¿cuando abrieron juntos las persianas del Tenampa?) ya existían —al menos en los interminables discursos— desde antes de la amenaza y no han sido suficientes, como se aprecia, para desmontar el amago.
Trump mantiene cargada la pistola.
La ha desviado de nuestra cabeza temporalmente (bajo advertencia), pero no se ha dicho cómo se va a proceder para materializar los comprometidos “…esfuerzos conjuntos para combatir decisivamente a estas crecientes organizaciones…”
Combatir decisivamente por ambos gobiernos a esas organizaciones, no se parece en nada al rollo ése de resolver las causas sociales del delito y sustituir los balazos con abrazos.
Los esfuerzos conjuntos existen desde el origen de todo este lío, la llamada “Operación Cóndor” —como ejemplo desastroso—, en la cual se gestaron todos los problemas actuales, únicamente por la conveniencia de los Estados Unidos, fue una operación suya en suelo mexicano.
Así pues, frente a ellos, resulta muy fantasioso hablar de soberanía y cooperación. La realidad cotidiana supera en intromisión y despliegue de efectivos (DEA, CIA, FDA,USAID, FBI, ICITAP, OPDAT, CTP, CBP, ATO, ODC, DAO, ICE, INL, FAS, USIS y muchas más, cuyo significado y alcance luego veremos) a cualquier sueño de la “Iniciativa Mérida” y sus helicópteros viejos.
En este caso y ante ese amago prolongado (como el de la otra certificación); nosotros celebramos. O el gobierno hace como si celebrara cuando en verdad sólo está a la espera del siguiente zarpazo.
Muchos han querido ver en la precipitada (y afortunada) salida de Evo Morales de México, una nueva concesión al gobierno estadunidense con quien se nos tuestan la habas por culminar un nuevo tratado de libre comercio, con el cual podamos sustituir, renovado, el más neoliberal de todos los logros del salinismo. El TLC.
(*) Congreso de Estados Unidos, Ley pública.- http://www.gpo.gov/fdsys/pkg/STATUTE 100/…/STATUTE-100-Pg3207.pdf).