EL CRISTALAZO
Arranca mayo con el mensaje presidencial sabatino, en el cual, por segunda ocasión en menos de una quincena, el jefe del Estado y señor de la esperanza nos dice cómo se acerca la luz en el extremo del túnel cuya longitud o bien es mucha o la lucecita resulta débil, porque si cada semana se nos aproxima y no llega con la bendita sanación de los males pandémicos, pues para poca cosa nos viene sirviendo el mentado foquito cuya aproximación bien podría ser de luciérnaga o cocuyo, para darles a estos escarabajos luminosos (cuya clasificación científica es Lampyris noctiluca, el nombre vulgar en las tierras cercanas a la costa del Golfo de México), pero en verdad cómo llamarle al insecto viene siendo tan irrelevante como otras muchas cosas sin importancia contemporánea, porque hoy lo único verdaderamente trascendente es saber todo cuanto de suyo ignoramos en torno de esta epidemia feroz cuyos efectos más allá de los propiamente sanitarios son atroces para las economías y actividades productivas, y por eso uno quisiera en verdad compartir esa fuerza de optimismo con la cual el Señor Presidente inyecta al pueblo disciplinado y ejemplar día con día, pues no hay jornada para el reposo cuando se trata de alentar o compartir buenas noticias desde el domicilio presidencial en cuya anhelada y mitológica oficina el caudillo de Morena hace guardia sin recreo porque no es tiempo ni de holganza ni de fatiga y si no hay recorridos semanales por la patria enferma, sí es posible usar la electrónica, las redes y los canales de “You tube” o similares, para inundar con su sabia confianza los meses y los días del enclaustramiento, porque si hace diez días, cuando el diez de mayo era una posibilidad de levantamiento del confinamiento (yo también miento), la curva ya se comportaba de manera tan horizontal como para dejar de ser curva y convertirse en una paralela con el horizonte, pero ahora la curva nos resulta con una forma como de campana (de Gauss, le llamaban en las clases de integrales) cuyas posibilidades estadísticas de virulencia, son menores a las registradas en otros países donde seguramente son todos incompetentes o no se dieron cuenta de las lecciones ofrecidas por el previsor gobierno y el sabio pueblo mexicanos a quien, con todo, respeto, cualquier epidemia le pela los dientes como a las calacas (nada más los dientes, no piensen mal), o le sopla un vientecillo, como a Don Benito Juárez, porque todos debemos saberlo ya, este pueblo no conoce fuerza capaz de vencerlo, pues no han podido contra él ni las epidemias, ni la viruela, ni los sarampiones, sarpullidos, costras leprosas, bubones febriles, fuerzas palúdicas, mucho menos el cólera morbus ni los torzones intestinales, ni los divertículos en el nudo mixteco, ni los enfriamientos en la cima del Popo, ni las arenas del Paricutín, ni los pedregales del Xiltle, ni las mareas rojas en la costa luminiscente de Acapulco donde ahora se acercan confiadas las ballenas, pues no existe ningún Ahab afrodescendiente para disturbar su alegre vida de mamíferos marinos, pero por eso los mensajes hebdomadarios soltados así, como si estuviéramos en la confianza de habar con los amigos, con calma, con pausas y ejemplos de gráficas y dibujitos; en magnas de camisa, el Señor Presidente nos contagia de su entusiasta credo en la bondad y sabiduría del pueblo mexicano, ahora preparado políticamente para distinguir el gato de la liebre, porque somos uno de los conjuntos humanos mejor dotados para la vida pública en todo el orbe y no vengan ahora los franceses con su añeja revolución, ni nos molesten con capítulos de gobernantes ilustrados ni democracias atenienses ni filosofías helénicas o de germanistas hegelianos, ni mucho nietzechianos, porque de lengua me como un plato y como México no hay dos y por bien futuro existe el mal presente y como decía Aureliano Buendía, apártense vacas pues la vida es corta, según nos contó Gabriel García Márquez, quien por cierto hizo un cuento sobre un pueblo sin ladrones y a eso vamos nosotros en el gobierno, una patria donde todos respeten lo del otro y donde la justicia y la bondad imperen en el común comportamiento y nadie se queje de su vecino ni codicie sus bienes ni la dama del prójimo o el varón de la prójima, pues de todo hay en esos caminos de la humana concupiscencia, cuya vigilante presencia nos enturbia el entendimiento y aparta del bien, sin embargo ahora no se trata de los pecados de la carne, pues de esta hay poca en los mercados, pues escaso matan en los rastros y todos vanos a terminar con dieta de salsifíes, nopalitos, huauxontles y yuca hervida.
La luz al final del túnel. Muy bien… por el túnel.