EL CRISTALAZO
Dos hechos, sin conexión aparente entre ellos, nos visitaron la semana anterior.
El primero fue el remate de una larga protesta sindical de la parte más montuna, radical y silvestre del deficiente sistema educativo nacional, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación; y la otra, el arrebato de insólita definición justiciera de un burócrata de la Cultura (¡Ay, Dios!, cuántos crímenes se cometen en su nombre), el muy panfletario señor Pedro Salmerón, quien desde su cargo como director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, confundió terrorismo con valentía y exaltó el asesinato de Eugenio Garza Sada, por parte los guerrilleros de la de la “Liga Comunista 23 de septiembre”, como una acción casi heroica, durante el gobierno de Luis Echeverría.
Hoy no tiene caso tratar de corregir al incorregible, porque sus apreciaciones no provienen de una mala asimilación de hechos históricos (o al menos lejanos), sino de una distorsiona forma de mirar la vida y sus empeños.
Tan distorsionada y equívoca como la pretensión de los “centeístas” de colocarse en los muros del Congreso para recordar con letras de oro, la hazaña de haber condenado a miles de pobres a una vida incipiente con educación de tercera; en medio de la Cuarta Transformación (también en su nombre se cometen muchos crímenes), mediante una contrarreforma educativa cuya finalidad es el afianzamiento laboral y no la transmisión de los conocimientos.
Pero si ya hay dorados recuerdos en diversos monumentos y muros nacionales para los mártires del 68 o los caídos de Ayotzinapa; pues algo similar puede esperarse para quienes, entre gritos de júbilo, cantaron “ya cayó, ya cayó”, cuando la reforma educativa (jamás lograda plenamente por el gobierno anterior, cuyo máximo desacierto fue encarcelar a Elba Esther Gordillo, sin tocar ni con un pétalo a los verdaderos obstructores de los cambios escolares.
Hoy no tiene caso insistir en la mala calidad de la educación nacional ni de la escasa condición cultural del magisterio, especialmente el egresado, con plaza segura a partir de ahora, de las normales rurales, en cuyas aulas se enseña cualquier cosa menos las materias de la pedagogía.
De esas normales han egresado los más notables guerrilleros de este país, como por ejemplo, Lucio Cabañas Barrientos. En fin.
No podría esta columna —por otra parte— intentar el complemento de las lecturas del señor Salmerón (ni de los compañeros Godínez o Zamacona, si alguno de ellos también trabaja en el INEHRM), pero lo refiero a la lectura de Memoria de la guerra de los justos(Cal y Arena), en cuyas páginas se relata cómo fue conocida la noticia del asesinato de EGS, dentro del penal de Topo Chico, donde ya purgaban prisión algunos de los miembros de la liga 23.
Si Salmerón desconoce tal relato, de algo le servirá leer aunque sea este fragmento:
“…Eran cerca de las once de la mañana cuando el Brujas entró a ‘Observación’ gritando incoherencias, pero en un tono salvaje, desaforado, que el G sintió como una agresión directa:
—“¡Ya valió verga, compa, se chingaron a don Eugenio, a Garza Sada…!”.
“Se dirigió hacia el camarote donde el G está jugando ajedrez y le grita a bocajarro:
—“¡Ya valió madre!”…Asustado y encabronado, el G se levanta dispuesto a pelear:
—¿Qué trais, güey? ¡Explícate, no te entiendo nada!
También asustado, el Brujas baja la voz y dice:
—No te hagas, ya se chingaron al viejito…
—¿Quiénes, cabrón, qué viejito?
—Ustedes, los pinches guerrilleros; al viejito…
—No mames, ¿dónde salió o qué, güey?
—Lo están anunciando en el radio, pon el radio… consigue uno… ya valió verga…
“(Por Dios santito que) no sabía quién era don Eugenio, pero por la expresión del Brujas —un lumpen semi ilustrado y pretencioso— dedujo que se trataba de un personaje del máximo peso.
—No mamen, cómo que se lo echaron… Así que éste era el “pez gordo” cuyo secuestro la “Orga” había estado preparando en Monterrey. Hubiera querido correr hacia donde estaban sus compás para cerciorarse de lo que estaba pasando, pero no podía salir de “observación”; así que se quedó sentado, estupefacto, en su camarote.
Pronto, alguien le gritó que fuera a ver la tele del capataz. Se confirmaba: un comando guerrillero (“terrorista”) había atentado contra Eugenio Garza Sada, patriarca del Grupo Monterrey y uno de los hombres más emblemáticos de la burguesía mexicana.
“En la acción, decía un locutor que no intentaba ocultar su rabiosa indignación, habían muerto los “acompañantes” de don Eugenio y también “dos sujetos” que formaban parte del grupo terrorista…”
Pero ahora ya es demasiado tarde para intentar cualquier cosa. Bendecidos por el Presidente de la República, los profes de la Coordinadora lograron incrustar en el vocabulario político, de la propuesta IV-T, todas sus frases. Hoy ya se habla sin recato de la evaluación punitiva, ya se cree como si fuera una realidad aquello del magisterio denigrado y maltratado en un acoso de propaganda promovido por las fuerzas malignas de los conservadores, cuya finalidad de extinguir la educación pública, cuando el gran intento fue dotarla de elementos cualitativos capaces de alejarla del analfabetismo funcional.
Quienes se prendieron de la ubre hasta hacerla sangrar, hoy se gozan en su victoria. No saben enseñar (quizá por su propia falta de conocimientos), pero saben legislar. Tras siete u ocho visitas al Palacio Nacional, salieron de ahí con una ley educativa a su imagen y semejanza.
Y en San Lázaro, cuando quisieron y como quisieron, tras una larguísima noche de infecunda oposición de quienes quisieron bloquear las leyes secundarias, cuando ellos mismos habían aprobado las reformas constitucionales (su manera de legislar merece el complemento de Porfirio Muñoz Ledo), acribillaron el futuro de la educación.
Y van por los muros de oro.
Hace muchos años, dijo Octavio Paz:
“…Gentes de la periferia, habitantes de los arrabales de la historia, nosotros los latinoamericanos somos los comensales no invitados que entramos por la puerta de servicio de Occidente, los intrusos que llegan al espectáculo de la modernidad en el momento en que las luces se van a apagar…”
Somos simples vendedores de mangos o guayabas o aguacates; exportadores de braceros, maquiladores de salario ínfimo, competitivos por la escasa paga, compradores de tecnología o de espejitos del eterno conquistador. Antes, cuentas de vidrio; hoy, hipnóticos teléfonos celulares.
Las letras de Alfonso Reyes —cuyo pensamiento es ahora tan oficial como su cartilla— ni siquiera lo resuelven: llegamos tarde al banquete de la civilización.
Y es verdad, ni inventamos la rueda, ni ideamos el primer tornillo. Nuestra mente mexicana no midió el tiempo en las manecillas de un reloj, ni supo la audacia de mover una máquina de vapor o fabricar vacunas o imaginar una jeringa.
No hicimos música sinfónica, ni creamos la sonoridad de un piano. No pudimos ni siquiera inventar un foco o un “led” o un transistor o un chip. No descubrimos el ADN, ni tampoco supimos de los satélites espaciales, ni las computadoras, ni los aviones o los automóviles.
Nuestra mayor audacia tecnológica fue ponerle ron al agua de coco en las playas de Caleta o hacer arcones aromáticos en Olinalá, sarapes en Saltillo (con telares importados) o rebozos en Santa María; espuelas en Amozoc y tololoches en Paracho.
No hay un sólo elemento tecnológico o científico contemporáneo, en el cual, hayamos sido padres o maestros.
¿Cultura llorosa por la subasta de estatuillas prehispánicas en París?
Esos vestigios no son nuestra cultura, quizá la remota raíz de un árbol seco. Cuando fueron hechos, en el neolítico superior, ni siquiera existía este país. Como tampoco existía cuando Sor Juana declamaba: “¿Qué me preguntas a mí, si tú lo ignoras? ¡Oh, pese a mi ciencia o mi ignorancia pues una y otra me ofenden:
la una con lo que no alcanza y la otra con lo que entiende!”
Muy pronto, sin embargo, veremos, para gozo de los analfabetos o los necios conjurados, estas veinte letras de oro en el Muro de “Honor” (otra vez Porfirio nos educa) de la Cámara de Diputados:
“AL MAGISTERIO NACIONAL”
Pobre país, pasó de la caricatura al garabato.