EL CRISTALAZO
Quienes no pertenecen a la #prensasicaria (¿a cuántos habrá matado esa mala imprenta?; ¿a la familia LeBarón, por ejemplo?) retorcerán los argumentos ad nauseam. Siempre lo hacen.
Pero los hechos son preocupantes: en menos de un mes el Presidente de Estados Unidos se comunica —después de graves hechos sangrientos ante los cuales el gobierno queda inerme—, con el presidente mexicano para apretarlo o aconsejarlo u ofrecerle su ayuda (lo mismo da); porque las cosas aquí no funcionan como quieren allá. Ni aquí.
La primera llamada (como en el teatro) fue cuando Culiacán, destripó la estrategia de actuar sin estrategia. Mientras el Señor Presidente se iba a Oaxaca, muchos miles de kilómetros al sur del lugar de los hechos, dificultosamente el señor Donald Trump logró una comunicación cuyos detalles desconocemos todos. Menos los interlocutores.
El gobierno confirmó esa conversación:
“…Recibí llamada del presidente Trump expresando su solidaridad por los hechos de Culiacán. Le agradezco el respeto a nuestra soberanía y su voluntad por mantener una política de buena vecindad, sustentada en la cooperación para el desarrollo y el bienestar de nuestros pueblos”.
Obviamente nadie podría entender a cuales hechos se refería Trump, cuya naturaleza haga necesaria la solidaridad así manifestada. ¿Los muertos?, ¿Los evadidos? ¿la liberación? ¿La toma de la ciudad? Nadie sabe.
No es usual una comunicación urgente y casi inmediata cada y cuando en México hay un hecho de sangre. De ser así, Trump viviría colgado del teléfono.
Además, si la solución al conflicto hubiera sido tan conveniente, el mensaje no hubiera sido de solidaridad, sino de felicitación por el humanismo hemostático desplegado con el escaso costo de soltar a un narcotraficante buscado por la DEA y no por la justicia mexicana.
Pero todo eso ya se sabe.
Lo nuevo es el caso más horrendo de los crímenes cometidos durante la IV-T: la masacre de Sonora en la cual fueron asesinados y calcinados menores de edad; sus madres y sus familiares.
Si la demagogia de las explicaciones y el ritornelo de las condolencias y las caras aparentemente serias y contritas resucitara a los muertos, esos niños hoy seguirían vivos y jugando en el patio de su casa. Pero frente a este crimen múltiple y descorazonador, nadie ha tenido ya no digamos una respuesta, sino una buena actitud.
En fin. A los niños en Sonora los queman en una guardería o los calcinan en un ataque en la carretera. Junto a eso la intervención del secretario Durazo en el Senado merece el tacho de la basura. Siquiera por tratarse del pueblo gobernado por su pariente en el estado de sus aspiraciones políticas, podría haber ido a visitar a esa familia.
Pero todo eso le permite al presidente de Estados Unidos avanzar una casilla en el rudo tablero. Estamos preparados para una intervención militar, dice.
Y de pasadita le dice inútil al Ejército Mexicano, lo cual no afirma por primera vez. Ya lo había dicho antes.
En octubre del año pasado, Trump escribió esto sobre las ineptitudes de las fuerzas mexicanas de seguridad:
“Lamentablemente parece que la policía y el ejército mexicanos no pueden detener la caravana que se dirige a la frontera sur de los Estados Unidos. Se mezclan criminales y desconocidos del Medio Oriente. He alertado a la Patrulla Fronteriza y al Ejército de que se trata de una emergencia nacional”.
Obviamente las palabras de Trump siempre son respondidas con una cantaleta tan masticada como insabora: la cooperación, la soberanía nacional y bla, bla, bla.
“…Le agradecemos mucho, mucho, al presidente Trump, a cualquier gobierno extranjero que quiera cooperar, ayudar, pero en estos casos nosotros tenemos que actuar con independencia, de conformidad con nuestra Constitución y con nuestra tradición de independencia y de soberanía”. Ajá.
PEPE
Un recuerdo para José de la Colina, creador del verbo “tongolelear” para describir los cimbreantes pasos de la mujer camino al cielo.
Cito de memoria: “cuando acaricio al gato hasta la cola, aparece la serpiente. Cuando te acaricio a ti, boca abajo, hasta la cadera, aparece la puta”.
Su fervor por la exactitud era insoportable:
—Me han cambiado una palabra en mi artículo, me dijo un día, a gritos, como si fuera la guerra de Troya.
El corrector quitó “expedir” y puso “extender”, cuando se hablaba de un acta de divorcio imaginario.
—Ya reprendí al atrevido, le dije. Ya cálmate.
—No es suficiente, hay que matar a ese hijo de puta… Y se desternilló.
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