EL CRISTALAZO
Una gritería de todos los Diablos
Posiblemente haya sido una injusticia, una reacción inmerecida ante quien se ha ofrecido como promotor del más bello de los deportes y no se merecía, siquiera por eso, el grito de ¡fuera, fuera!, cuya traducción en el diamante es ¡out, out!, pero el hecho es simple, la injuria del estadio, la voz del parque, la bestia de mil gargantas o miles de silbidos de bulla y burla, de recordatorios familiares y maternos; los reventadores (como los Morenos en los mítines políticos), le hicieron tragar gordo al presidente Andrés Manuel López Obrador en su tarde de franela roja.
Una escandalera de todos los diablos (rojos) contra quien debe haber sentido incompresible la reacción de repudio, sobre todo si en el bolsillo del corazón lleva todas las mañanas su alto índice de aprobación nacional, superior al 80 y tantos por ciento en toda las encuestas menos en esa de la Magdalena Mixhuca.
No es ahora –en víspera de la trampa esa de la revocación del mandato, un artículo en la ley cuyo afán busca con tenacidad complaciente el senador Ricardo Monreal–, momento para poner requisitos beisboleros y decir, bueno, si va a haber trámite de revocación o de continuidad de lo de suyo continuo, hagámoslo en el parque de beisbol y ver quien silba más o silba menos, porque en un estadio todos los políticos pierden.
Dicho con galanura, les mientan la madre a todos.
Lo hicieron contra Gustavo Díaz Ordaz quien en 1966, cuando se inauguró el Estadio Azteca, tenía buena fama y mejor trayectoria. Se acercaba a su quinto año de gobierno (el se hizo cargo del país casi la mitad del gobierno de López Materos) y la sombra imborrable del movimiento estudiantil de 1968 no era ni siquiera una posibilidad en el panorama. El país crecía por encima del cinco por ciento y la vida se deslizaba en una relativa paz.
Pues de todas maneras le mentaron la madre por llegar dos horas tarde. ¡Vaya delicados!
Díaz Ordaz le endilgó el retraso al señor Ernesto P. Uruchurtu, jefe del Departamento del Distrito Federal, y tiempo después le puso la trampa de Santa Úrsula (de donde las dan las toman) y con pretexto de un desalojo de paracaidistas, a quienes le arrasó con buldóceres sus chozas, le cortó el cuello. Uruchurtu jamás volvió a la política y se murió furioso y frustrado.
La última vez que lo vi se asoleaba las flacas canillas en una tumbona de Isla Mujeres. No quería saber nada de nada.
Mal le fue al presidente Miguel de la Madrid en 1986 durante la inauguración de la Copa FIFA, en el mismo estadio del cual sólo han salido indemnes, Juan Pablo II, Julio César Chávez y Michael Jackson. La silbatina debió ser ahogada con las notas del Himno Nacional pero ni así se salvó de los pitos.
Los tiempos del aplauso en las plazas de toros se acabaron con el presidente López Meteos o el candidato José López Portillo. El primero, por su simpatía arrolladora. El segundo, porque Porfirio Muñoz Ledo, en ese tiempo presidente del PRI, repartió 30 mil boletos para la Plaza México y la lleno de acarreados.
Cuando la ciudad de México tuvo por primera vez un gobernador electo, Cuauhtémoc Cárdenas llegó al poder democráticamente. Y así, democráticamente renunció y le dejó la chamba a Rosario Robles . Lo mismo pasó con otro gobernante democrático, Andrés Manuel, quien le cedió los trastos a Alejandro Encinas. En fin.
Pues a pesar de la democracia, Cuauhtémoc no pas
ó la prueba del tendido. Después de ganar las elecciones fue a la Plaza México y el baño de pueblo no fue tal. Lo bañaron como se dice en los toros y todo por un brindis del matador Federico Pizarro. Nunca volvió a la plaza.
Y quien de todo quiere sacar raja es Felipe Calderón quien supo los sabores del alarido adverso en ;Monterrey y en el estadio de La Laguna, con los “Santos” de espaldas. Ahora se muestra sabihondo y consejero y en cuanto a los silbidos diabólicos del sábado, dice con oportunismo no solicitado:
“Quizá lo del estadio pudo haber sido un desahogo pero no estuvo bien. Debemos aspirar a que la tolerancia prevalezca: que se respete al Presidente aunque se discrepe de él, y el Presidente respete a quienes piensan diferente. Si se sigue polarizando y descalificando, no lo lograremos”.
Pero seguiremos “ponchando” a la mafia del poder. ¿Verdad, Harp Helú?