EL CRISTALAZO
Relaciones y reconocimiento, ¿la misma cosa?
La única verdad en política, el único valor, la verdadera finalidad y el solo motivo de su ejercicio, es la rentabilidad, el provecho. Una política exitosa es aquella cuyo beneficio se aprecia de inmediato –o a mediano plazo–, con la única finalidad posible: conservar y extender el poder.
Esa es la realidad. La “realpolitik”, como le han llamado algunos. El cinismo, la hipocresía, la traición y la mentira, son elementos consustanciales al oficio político. El poder es al mismo tiempo su finalidad y su motor; su camino y su destino; su herramienta y su cuerpo.
Y eso vale tanto en el interior como en el exterior. Por eso se hacen extraños compañeros de cama. Por eso se cubren lealtades menores con la cobija de las lealtades mayores.
Y por todas esas causas uno no entiende el empecinado camino de la soledad solidaria, emprendido por el presidente López Obrador en defensa de Nicolás Maduro, a quien la mitad del mundo le ha volteado la espalda.
En el vago discurso de la resbaladiza imparcialidad, México se muestra respetuoso de cuanto sucede fuera de sus fronteras, pero ese discurso no lo exime de impulsar políticas (dizque) de desarrollo económico en Centroamérica y anunciar inversiones por 50 mil millones de pesos para frenar las desordenadas y famélicas corrientes de hondureños, salvadoreños y demás.
Como se quiera ver y por los motivos aludidos en el discurso local, la geopolítica también es parte de la política. Incidir en la orientación de las inversiones productivas, sugerir o impulsar regionalmente programas y proyectos comunes, es una forma de intervenir, así sea en el plausible sendero de la cooperación. La no intervención en los asuntos de otras naciones, no podría sostenerse cuando se invoca la colaboración para el desarrollo o el trabajo conjunto en favor de la democracia.
Si cuando Genaro Estrada planteó su doctrina protectora el mundo no había codificado de la manera actual el Derecho Internacional, hoy las naciones se sujetan a la más interventora de las instituciones mundiales: la ONU (y sus sucursales), con sus exigencias de cartas democráticas generalizadas y la majestad de su interpretación sobre los Derechos Humanos, cuyo enunciado domina el artículo primero de nuestra constitución, por encima de las interpretaciones de los “principios” de la política exterior.
Y en el nombre de los DH, México sostiene una política migratoria entre la generosidad y la alcahuetería, cuyos resultados veremos en los próximos días en Tijuana y los campamentos en la Ciudad Deportiva de esta capital. Y no hablemos del infierno de Tijuana.
México, por vecindad, les abre las puertas a los centroamericanos. Bien haya; pues.
Por razones de distancia no lo puede hacer de la misma forma con los miles y miles de venezolanos en éxodo por causa del desmadre provocado por Maduro y su narco gobierno de militares podridos, en Venezuela, donde la escasez y el desabasto; las limitaciones democráticas y la falta de oportunidades, ya son intolerables.
El camino del diálogo, como si regresáramos a los tiempos de Contadora o la conferencia de Chapultepec, es un intento dislocado ahora, así lo apoye Uruguay, país al cual la legalización de la mariguana le ha sahumado la política exterior. Están “horneados”.
No son las mismas condiciones, ni tienen los actores papeles semejantes. Nicolás Maduro, ante los ojos del mundo, ha dado un golpe de Estado parlamentario y ha desmantelado todas las instituciones venezolanas. Pronto vencerá el plazo de la Unión Europea.
Hoy es un misterio la ganancia mexicana en el apoyo a Maduro. Si bien su impugnada “toma de posesión” no fue celebrada con una delegación oficial y todo se quedó en manos de un encargado de negocios (sin negocios), también es un hecho la calidez con la cual el Ejecutivo mexicano recibió al hombre de los sueños pajareros y los delirantes viajes astrales al futuro.
Hasta el día de hoy la única razón por la cual se mantienen las relaciones diplomática con Caracas, es de índole utilitaria: no abandonar a su suerte a los pocos mexicanos alojados allá ni a las pocas empresas mexicanas instaladas en la ribera del Arauca vibrador. No algo tan digno como la “defensa de los principios constitucionales”·.
Y hay algo casual. Los dichos de Maximiliano Reyes, el subsecretario para América Latina (debería ponerse Benito, más acorde con la 4T), son idénticos a los esgrimidos por Luis Videgaray cuando se lo pregunté en la reunión del G-20 en Hamburgo, hace ya muchas lunas.