EL CRISTALAZO
Borrajas y desaparición forzada
Estimulada por los infatigables moscardones y cigarras de las redes sociales, la “desaparición forzada” (crimen de lesa humanidad) del joven Marco Antonio Sánchez, cuyo irregular arresto –al menos en circunstancias confusas–, generó un movimiento social de dimensiones colosales (intervinieron más de cien policías para buscarlo en medio de una alerta Amber, con todo el G5 en pos de su imagen) tuvo a fina del cuentas (¿final?) un vertedero de agua de borrajas.
Independientemente de la reconstrucción de los hechos, para determinar con absoluta precisión cómo fueron su arresto, mala disposición ante un juez cívico (si se dio en las condiciones supuestas) y cómo fue hallado en desorientada caminata por un fraccionamiento del estado de México llamado “Los Álamos, en el municipio de Tlalnepantla, limítrofe de la zona de El Rosario, donde fue detenido.
El joven Sánchez a quien el oportunismo político ya le había colgado el número 44 mientras las manifestaciones repetían aquello de verlo vivo pues vivo se lo habían llevado, se encuentra de seguro ahora en su casa acompañado de su familia mientras su acongojada madre cuya alma ha vuelto al cuerpo, le ofrece una sopita de pollo y un bolillo para el susto.
La calamitosa condición de los Derechos Humanos, invocada a cada paso por quienes viven de esa industria, había levantado una enorme ola de lamentos por este caso. Por fortuna se equivocaron y por gusto dirán, más vale prevenir a lamentar y ha sido por esta escandalera como se ha evitado un caso más de desaparición en u país donde hay miles y miles de casos de personas ausentes, no localizadas o simplemente esfumadas. Devoradas por la tierra. Y eso es textual cuando se hallan tantas y tantas fosas clandestinas.
No ha sido este el caso.
“Los policías –dice AP–, declararon que habían liberado a Marco Antonio, cerca del Metro Rosario, poco después de detenerlo. Sin embargo el joven seguía desaparecido, y los familiares acusaron que en los videos que les mostraron no se podía observar el momento de la liberación”.
Esa sencilla violación al método (ahora a todo le llaman protocolo) generó una inusitada actividad de los activos. Hasta este punto:
“El pasado 23 de enero, Marco Antonio, estudiante de preparatoria de 17 años, fue golpeado y detenido por policías de la Ciudad de México cerca del Metrobús Rosario, y desde entonces no se tuvo información sobre cuál era su paradero.
Sus familiares denunciaron la detención arbitraria y su desaparición.
“Ciudadanos protestaron este domingo en el Ángel de la independencia y en redes sociales, para exigir a las autoridades capitalinas la presentación del estudiante de la preparatoria 8 de la UNAM.
“Instancias como la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (Ibid) pidieron que el caso fuera investigado por las autoridades como una desaparición forzada, al estar involucrados policías en acciones contra el menor.
“…Este domingo, autoridades de la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México informaron sobre una investigación interna, indicando que se solicitó la declaración de cuatro policías involucrados en el caso, y que dos de ellos permanecían bajo arresto, “a disposición superior por la inobservancia de algunos protocolos…”
MAGID
Como si en verdad se tratara de algo de importancia fundamental para la humanidad, el sainete del archivo de Luis Barragán (nunca tan importante como su obra misma), sigue produciendo calambres, calambreñas y berrinches entre los grupos cuya militancia se disputa la exclusividad de la charlatanería artística envuelta en los ropajes del rollo culterano cuyo secreto es decir decir sin decir nada en los pantanos de la conceptuosidad ampulosa, inaccesible para los legos apantallados pero con billeteras dispuestas a compensar su ignorancia.
El más reciente retorcijón para los adversario de Jill Magid, quien hizo un brillante con las cenizas de Luis Barragán y lo dispuso como prenda de pedida para cuando ella muera y tenga con sus despojos otra piedra para unirse en simbólico matrimonio cósmico, a cambio del regreso del archivo a México, ha sido distinguida, por esa mona puntada, con el premio de la Fundación Alexander Calder, uno de los colosos del arte del siglo XX, quien de seguro reiría como loco, con inflamación de sus sonrosadas mejillas, si pudiera enterarse de todo este arguende de exquisitos.
Ahora se lamentan los militantes de Kurimanzzuto (una galería de vivales en pos de clientela) por la concesión del premio, como antes se quejaron de la exposición de Magid en la UNAM. A fin de cuentas las instituciones de cultura respaldan una obra mientras ellos la deturpan y se quejan –envidiosos– por no haber sido galardonados con el premio Calder, lo cual alzaría sus precios. Nada más. No sirven los premios para otra cosa.
Y dicen cómo el burro cuando critica al orejón:
“…Vinculada (Magid) con las tribus que construyen, promueven y apuntalan el arte post verdad (como ellos), al igual que la edición 2018 del premio Calder, demuestra que en la escena del arte contemporáneo no todo lo que brilla es oro… es simulación.
Y casi nunca, es arte. No es obra; es maniobra.