Las luces del Estadi Johan Cruyff se apagan, el último aplauso se extingue y Rafa Márquez, ícono del fútbol mexicano, abandona el banquillo del Barça B. La noticia resuena como un lamento fúnebre entre los aficionados que soñábamos con verlo algún día tomar las riendas del primer equipo azulgrana. Pero Márquez ha optado por un camino diferente, uno que lo aleja del brillo europeo y lo acerca a la desgastada realidad del fútbol mexicano.
Para algunos, asumir el puesto de auxiliar técnico de Javier Aguirre en la Selección Mexicana se presenta como un acto de nobleza patriótica, un llamado al servicio de la nación. Sin embargo, detrás de esta fachada heroica se esconde una decisión que, en el fondo, huele a retroceso.
Márquez, quien para algunos ya se encontraba en la antesala para ser considerado como posible entrenador del Barcelona, ha optado por cambiar el glamour de la élite europea por la cochambrosa rutina del fútbol local. Un cambio que, sin duda, lo aleja de cualquier posibilidad de dirigir a un equipo de primer nivel en el futuro.
Algunos dirán que dirigir a una selección es más importante que entrenar a un club. Sin embargo, en el caso de la Selección Mexicana, esa afirmación se diluye en un mar de dudas. La realidad es que desde hace años el Tricolor está sumido en una mediocridad que por ahora parece no tener fin. Dirigir a una selección como la mexicana, plagada de intereses económicos y carente de un proyecto sólido, no augura un futuro prometedor. Para el “Kaiser de Michoacán”, el Mundial 2026, que se jugará en México, Canadá y Estados Unidos, se asoma como un espejismo y la posibilidad de dirigir a la selección en su tierra natal se presenta como un anzuelo irresistible, pero, la realidad es que la generación actual de jugadores no brilla por su talento y las expectativas son bajas. A Márquez le tocará dirigir a una de las generaciones de jugadores menos prometedoras en la historia reciente del Tri: Un grupo de futbolistas sin la experiencia, actitud y, sobre todo, sin el talento necesario para competir al más alto nivel.
El tiempo dirá si esta decisión ha sido acertada. Pero por ahora, lo único que queda es un sabor amargo de decepción y la sensación de que se ha alejado, quizás para siempre, de la cima del fútbol mundial. Nos lo podrán decir con fuegos artificiales, pero la realidad es que dirigir a México no viste, las cosas como son. El futbol mexicano y su selección, no existen más allá de nuestra querida CONCACAF.
Quizás el dinero haya sido el factor determinante en esta decisión o tal vez el mismo “Kaiser” vio muy lejana la puerta del Barcelona. No lo sabemos a ciencia cierta. Lo que sí sabemos es que Rafa Márquez ha renunciado a un sueño por otro, y solo el futuro dirá si este nuevo camino lo llevará a la gloria o si será un entrenador más que termine dirigiendo a los equipos económicamente poderosos en nuestra liga, como Tigres, Monterrey o America… Siendo totalmente sinceros, no necesitamos a Rafa Márquez en el banquillo, la realidad es que necesitamos a un nuevo Rafa Márquez en la cancha.
Y de Javier Aguirre… pues poco, poquísimo que decir, desde mi punto de vista, con él al mando, las esperanzas de un futuro glorioso se ven aún más lejanas. Su historial como entrenador de la Selección no es precisamente alentador: un pasado marcado por eliminaciones dolorosas y actuaciones mediocres. ¿Acaso no hemos visto ya suficiente con el fracaso de Corea-Japón 2002, donde bajo su dirección fuimos eliminados por nuestro vecino del norte? ¿o el mundial 2010 con el mismo resultado? Es cierto que viene de una gran temporada, pero las paremias son sabias y una de ellas reza: “chango viejo no aprende maroma nueva”, y no lo digo por el campechano y tenaz estratega, lo digo por los directivos que buscaron en él un tercer capítulo, un tercer episodio en el cual, parafraseando a Paquita la del barrio, la Federación nos dice a los aficionados:
Tres veces te engañe,
Tres veces te engañe,
La primera por coraje,
La segunda por capricho
Y la tercera por placer…
… ¡¿Me estas oyendo, inútil?!
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