La famosa sentencia de Wittgenstein se cumple a diario: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Es decir, las palabras que no tenemos representan el mundo que nos falta; o bien, la realidad que observamos, pero que no podemos definir, es todo lo que no entendemos. La única y verdadera apropiación de la realidad va acompañada del lenguaje.
Por eso es de agradecerse que al término de cada año la Real Academia Española de la Lengua (RAE), en fructífera colaboración con sus colegas de la Asociación de Academias de la Lengua Española, siempre nos advierta de las nuevas palabras (algunas, si no viejas, bastante asentadas en el habla diaria) que su diccionario ha aceptado incluir.
Este ejercicio de ampliación lexicográfica incluye en esta ocasión 330 términos y se desarrolla de cara a la 24ª edición del Diccionario de la Lengua que estará listo en noviembre de 2026. Como puede verse, la edición lleva cierto retraso frente a las nuevas palabras admitidas y estas, irremediablemente, otro tanto frente a su uso, que muchas veces comenzó a extenderse hace años.
Así pues, desde que la TV convencional pasó (casi) a mejor vida, el “streaming” se apoderó de las pantallas telefónicas y caseras, pero la palabreja recién llegará al diccionario. Algo semejante ocurre con “tetris”, el juego inventado por un ruso que jugamos desde hace décadas (mis informantes de la Generación Z dicen conocerlo, pero no jugarlo mayormente).
La tardanza en incorporar estas palabras puede parecernos extraña, pero la Academia y sus pares tienen sus tiempos e instancias; por otra parte deben existir sin duda algunas palabras que fueron candidateadas hace unos años y que antes de ingresar al diccionario conocieron el desuso y tal vez el olvido. La lengua es dinámica, pero caprichosa en ocasiones y otras más hasta misteriosa.
La cohorte de los “milenial” estará de plácemes. Tanto que se habla de ellos, para bien y para mal, y no se había oficializado su entrada al tumbaburros (silvestre expresión que tiene su lugar, por supuesto, en el DRAE); le han ganado a otras generaciones, lógicamente a la Z, pero también a la de los baby boomers que se supondría tenía más derecho por antigüedad, pero ni modo. Insisto: extraños son los caminos de la Academia.
Por lo que hace a la turismofobia o a la eurofobia, ni que decir tiene que ya las conocíamos, pero quizás su reconocimiento va de la mano, desgraciadamente, de la expansión de estos fenómenos: el rechazo al turismo masivo (como si nunca, en algún momento, formáramos parte de él), por un lado, y el repelús a lo europeo (particularmente a la figura política que representa la Unión Europea), por el otro.
Llama también la atención el okey que se le ha dado al popularísimo “OK” que campea en todo el mundo desde hace casi 200 años. Ha sido notable, pues, la resistencia de nuestras instituciones lexicográficas para incorporar este vocablo que según el Oxford English Dictionary se remonta a 1839, cuando comenzó a usarse como abreviatura de “oll [all] correct”, todo está bien.
Los que gustan de la perforación corpórea de todos los sexos y generaciones ya podrán explicar su “piercing” con el diccionario a la mano. El neologismo “tatoo” no tuvo la misma suerte porque ya contábamos con la palabra tatuaje, que tuvo la buena suerte de ser aceptada sin ningún lío por todas nuestras mujeres y hombres ilustrados (pienso, cómo no, en The Illustrated Man, el libro de cuentos de Ray Bradbury). Y eso también me recuerda que aunque la RAE ha presentado alternativas castellanizadas para algunas palabras en inglés (como güisqui, por whisky), lo cierto es que estas a veces no han ganado adeptos y se han perdido o se están perdiendo como meras curiosidades.
En fin, que la lengua española, ese gran patrimonio cultural que compartimos más de 600 millones de personas en todo el mundo ahora se ensancha con cientos de nuevos términos y goza, como decía el gran Antonio Alatorre, de “buena salud”, precisamente porque “está en constante cambio, como todo lo que tiene vida”; y porque “sus realizaciones actuales, en cuanto a pronunciación, gramática y vocabulario, a lo largo y lo ancho del mundo hispanohablante, tienden a una diferenciación cada vez más rica. Pero conserva al mismo tiempo, su unidad básica […] basta un poco de cordialidad entre los interlocutores para que las diferencias de habla entre países (o entre regiones de un país, o entre estratos socioculturales de una ciudad) sean más estímulo que estorbo para el diálogo”.
Para información detallada acerca de las palabras aceptadas por el DRAE, consultar: https://www.rae.es/noticia/la-rae-presenta-las-novedades-del-diccionario-de-la-lengua-espanola-en-su-version-2381.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez




