Jennifer Sofia Zúñiga Rossette
La obesidad y el sobrepeso en adultos se pueden detectar mediante la medición del índice de masa corporal (IMC) —indicador que representa el peso en relación con la talla (Kg/m2), utilizado al evaluar el estado nutricional —. Se considera normal cuando se encuentra entre 19.5 y 24.9, sobrepeso de 25 a 29.9 y, obesidad mayor a 30.
La epidemia de obesidad y sobrepeso continúa en un ascenso implacable. Según datos del Instituto Nacional de Salud Pública, cerca de 800 millones de personas sufren de esta condición a nivel global. En nuestro país, afecta a más del 75% de los adultos y, al 35.6% de la población infantil; cifras que ubican a México en el primer lugar en obesidad infantil a nivel mundial y, segundo lugar en obesidad en adultos, superado solamente por Estados Unidos de América (EUA).
¿Cuándo comenzó esta epidemia?
Podría decirse que comenzó en 1998, cuando por primera vez, la OMS dio a conocer de manera pública en su informe oficial el término «epidemia» para referirse a la obesidad.
En los últimos 30 años, el IMC de la población ha continuado incrementando de manera progresiva, como resultado de una ganancia en altura y peso. Alcanzando a cruzar el umbral de la “normalidad” en 2014, con un IMC promedio de 27,8 en EUA.
La obesidad es algo más que “peso demás” o “falta de fuerza de voluntad”. En realidad, es una enfermedad crónica de causa multifactorial que recidiva fácilmente. Se asocia a factores biológicos, sociales, culturales, de salud mental, genéticos y medioambientales. También se encuentra relacionada con la falta de acceso a la atención médica y al consumo de alimentos ultraprocesados.
El sobrepeso y la obesidad son los principales factores predisponentes para desarrollar otras enfermedades no transmisibles, como: la Diabetes Mellitus tipo 2, enfermedades cardiovasculares, accidentes cerebrovasculares, elevación de colesterol y triglicéridos, así como varios tipos de cáncer.
Actualmente, la principal causa de muerte en América son las enfermedades no transmisibles. Representan el 80% de todos los fallecimientos en la región, pudiendo haber sido prevenidos hasta un tercio de ellos. Por lo tanto, para combatir estás enfermedades es esencial detener el incremento de la obesidad en toda la población y, mejorar tanto en salud, como en bienestar, e impactar a las próximas generaciones. Para lograrlo, se requiere de un manejo integral y multidisciplinario, donde la prevención oportuna sea el objetivo fundamental.
A nivel gubernamental, se han realizado algunas intervenciones, como: la implementación de etiquetas de advertencia en la parte frontal de los envases, restricciones a la comercialización de productos procesados y ultraprocesados con alto contenido en grasas, azúcares y sal y, el establecimiento de impuestos a los alimentos y bebidas poco saludables.
Además, se promueve la orientación alimentaria. Mediante la cual se difunde información básica, científicamente validada y sistematizada para que la persona pueda desarrollar habilidades, actitudes y prácticas que favorezcan la adopción de una dieta correcta, accesible y saludable. Esto, con el objetivo de fomentar el consumo de alimentos naturales y de la canasta básica, en el ámbito individual, familiar y, colectivo, siempre tomando en cuenta el contexto económico y sociocultural.
¿Y tú, que puedes hacer?
Aumenta el consumo de agua simple. Toma entre 6 y 8 vasos al día (cada vaso de 250 ml). Evita el consumo de refrescos, jugos o cualquier bebida que contenga azúcar.
Realiza actividad física. Treinta minutos diarios es lo recomendable para adultos; una hora para niños y adolescentes.
Modifica tu alimentación. Aumenta el consumo de vegetales (frutas y verduras) de 3 a 5 porciones al día. Disminuye el consumo de alimentos que contengan grasas, carbohidratos y sal.
Evita alimentos procesados.
“Recuerda que los hábitos también se heredan”.
Médico internista.
Colegio Queretano de Medicina Interna.