En la historia de la humanidad, casi ningún ser humano ha escapado a la necesidad de saber quién le causó algún daño. Es posible que olvide o ni se interés por saber quién abonó a su felicidad o quién le causó un bien sin querer o a propósito, pero querer saber e ir contra de quien le causó o imagina o intuye o le dijeron, que fue el causante de algún daño, de esos que dejan huella, suele ser inevitable.
De esa necesidad, no sólo de saber, sino de exigir castigo para el causante, surge la impartición de justicia y su aparato para administrarla: denuncias, inspectores, cámaras de vigilancia, policías, investigadores, peritos, médicos forenses, fiscales, jueces, defensores, abogados, multas, fianzas, cárceles; esto y más para evitar que el enojo humano, la impotencia ante la impunidad, la incertidumbre que corroe ante la posibilidad de volver a ser víctimas, impulse a hacerse justicia por propia mano. Ahí están los linchamientos de rateros o violadores que llegan hasta la muerte a manos de los que el pueblo o la colonia o barrio creyó que era, o le cayó con las manos en la masa. Ahí están los grupos denominados “autodefensas” dispuestos a detener, a matar o a vengar. Ahí andan escarbando el mundo si fuera preciso, madres, padres, hermanos, buscando a su ser amado desaparecido o enterrado muy hondo por la impunidad, por la permisividad, indolencia, complicidad y complacencia de quienes no detuvieron al delincuente, por lo que haya sido; las víctimas vivas quieren justicia para las que ya no tienen voz.
¿Quién fue? Son las primeras palabras de una madre al ver a su hijo lloroso y adolorido. Las primeras del dueño de un automóvil al ver que le dieron un golpe, del que se encuentra que robaron sus propiedades aunque haya sido un sartén o la ropa del tendedero; del que se ve defraudado perdiendo su dinero o patrimonio; de la madre que perdió a su hijo por negligencia médica, por un medicamento mal administrado, de la que recoge tratando de pegar el corazón roto de una hija o hijo violado, golpeado, tratado injustamente.
En la historia de la humanidad la sed de justicia y venganza ocupa el tomo mas grueso. Los nómadas mataban a la bestia que los atacaba, una vez sedentarios y en comunidad, mataban al que hiciera daño; avanzando en la convivencia pacífica eligen un gobernante que administrase por ellos la justicia, en un tiempo determinado también lo mataban previendo que el poder a largo plazo, suele envilecer o corromper; un poco más civilizados elegían a un animal que muriese en lugar del gobernante, que pagara por él, así nació el llamado chivo expiatorio y en nombre de la civilización, los gobernantes fueron acumulando poder, incluso el de manejar vidas y destinos y en consecuencia recayendo sobre ellos la responsabilidad de las vidas truncadas y de la justicia mal administrada. Las consecuencias AL TIEMPO.