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Querétaro Esquina Madero

La Apuesta de Ecala

por Luis Núñez Salinas
15 agosto, 2025
en Editoriales
22 de febrero de 1867, Querétaro, Qro.
58
VISTAS

Las habitaciones privadas del general Porfirio Díaz exhiben una elegancia afrancesada. Sus paredes están adornadas con cuadros de batallas napoleónicas, paisajes del viejo mundo, algunas gárgolas y, en ocasiones, lienzos de bellas mujeres del romanticismo más sobrio. El mobiliario, tapizado en terciopelo tornasolado, resplandece con intensos tonos ocres bajo los primeros rayos del sol, cuyos destellos se multiplican en los grandes espejos rematados con estofados.

Su mañana, mientras abraza a la moza de hermosos caireles marrones, es interrumpida por el guardia: —¡presidente, tenemos un telegrama! —dice, tocando el marco de la ventana con los dedos y llamando a la puerta, que apenas deja ver figuras deformes a través del telón de la cortina. —¡Dije que nadie me moleste! —contesta Díaz sin dejar de abrazar a su “Madame Butterfly”. —Es urgente, señor, le suplico que lo lea —responde el guardia. —¡Que la chingada! —exclama Díaz. Con cuidado, deja a un lado a la moza y comienza a vestirse. De nueva cuenta llaman a la puerta. —Ya, ya cabrón, ahí voy —dice, mientras se pone la bata, camina hacia la puerta y la abre apenas lo suficiente para no dejar ver nada. Le pasan el telegrama en una pequeña charola de plata. Al leerlo, le dice al guardia:

—¡Espera, no te vayas! Déjame vestirme y salgo. Del otro lado, hacen lo propio.

“…El general Pascual Orozco ha tomado posiciones. Solicitamos el despliegue del general Juan N. Navarro para evitar que se expanda. Posición: Pedernales, Chihuahua…”

El general Porfirio Díaz tardó menos de lo acostumbrado en estar listo. Abrió la puerta de su recámara y se dirigió al despacho, seguido de una comitiva que ya había preparado un mapa de campo del territorio mexicano, donde se habían suscitado levantamientos como reacción al Plan de San Luis. Visto de cerca, el general presidente caminaba con su característica gallardía. Seguramente la joven moza le había dado ánimos para el día, tal como lo había recetado su médico privado, Eduardo Liceaga, quien observaba que las jóvenes le proporcionaban un vigor especial.

—El reporte, señores —ordena el presidente Díaz.

Un poco nervioso, el general Manuel González Cosío comienza a mostrarle el mapa. Con banderas rojas señala los lugares tomados por los insurrectos; en azul, los pertrechos del ejército federal. Siguiendo un protocolo de guerra del siglo pasado, también marca en azul los sitios que, con certeza, tomarán los levantados. Comienza a explicar:

—Mi general, el estado de la situación al día: tenemos el levantamiento de Abraham González y José de la Luz Blanco en Ojinaga, Chihuahua… —El presidente comienza a ponerse rojo de coraje. El general se da cuenta y acelera el reporte—. ¡Un grupo de magonistas tomó la posición de Bachíniva, Chihuahua! Finalmente, el pronunciamiento y la toma de la población por David Rodríguez y Julián Granados en Carichí, Chihuahua…entre otros-.

—¿Nosotros qué chingados hicimos? ¿Nos estamos haciendo pendejos? —pregunta el presidente, continúa el general González Cosío, ya más nervioso y dubitativo—. La toma de San Isidro por las tropas revolucionarias dirigidas por Pascual Orozco, Albino Frías y Francisco D. Salido. Después se dirigieron al Rancho del Conejo, donde fueron nombrados jefes en San Isidro, Chihuahua, y algunos levantamientos de Juan Cuamatzi en Puebla, Puebla. ¡Reporto, mi general, el estado del día!

Porfirio Díaz, con su gran experiencia como general de ejércitos, sabe que ahora se enfrenta a un levantamiento en la mayor parte del territorio, una situación que ya tenía contemplada con el despliegue de sus tropas a diferentes puntos estratégicos. En sus adentros, no deja de recriminar el Plan de San Luis, al que también se han unido voces de varias regiones.

Toma uno de los cigarros que le traen de la isla de Cuba, huele a lo largo de la vitola, absorbiendo los encantos del tabaco. Observa el cepo ideal y, con un largo cerillo, lo prende. Con calma, le da vueltas con la mano en la pequeña flama, dejando que se forme la corona. Después de moverlo un poco al aire, da la primera calada, la que, según él, “es la de mayor sabor”. Todos observan. Con la ecuanimidad que lo caracteriza, se pone al mando:

—En este preciso momento, general González Cosío, ¿dónde está el señor Madero? ¿Es posible localizarlo para hablar con él? El general se hace un poco para atrás, sorprendido. —¡Sigue en Nueva Orleans, presidente! Tenemos ya a la inteligencia tratando de saber el paradero correcto.

—¡Pues muy inteligentes no parecen ser, mi señor! —suelta una sonrisa tosca—. ¿En cuánto tiempo podemos parar estos levantamientos? —pregunta directamente a Cosío. El general camina alrededor del gran mapa, que incluye los accidentes geográficos como cerros y montañas de todo el país. —Mire, presidente, no es cuestión de un ejército que se desplaza por vías o caminos. Son levantamientos que surgen sin que las tengamos medidas, la gente se envalentona esporádicamente, son aleatorias. Creo que, si concentramos a nuestros ejércitos en sitios clave, podemos soportar el embate —contesta, sudoroso.

—¡Bien, señores! Estamos ante una guerra declarada. Se tomarán como levantamientos y traiciones a la patria a quienes participen. ¡Mátenlos en caliente! Si fuera necesario tener una orden explícita, que sea esta: ¡No habrá juicios para los sediciosos! Si alguien cae prisionero, ¡apliquen plan fuga y exterminen el levantamiento!

—¡Sí, señor presidente! —resonó en todo el salón de mando.

26 de noviembre de 1910, Hacienda de los Pedernales, Chihuahua.

El general Pascual Orozco tiene vigilada la posición de la hacienda. Sus hombres le han indicado que un grueso del ejército federal, comandado por el general Juan Nepomuceno Navarro, viene en camino, una vez que se supo la noticia de que habían tomado San Isidro. Los revolucionarios están listos para retomar la zona, pues suponen que el enemigo querrá llegar a la hacienda para tomar el sitio y enfrentarse a sus fuerzas.

Esta gran hacienda es un punto estratégico para Díaz, el centro de los negocios, las transacciones, la venta de materiales y el gobierno de la región. El hacendado José Luis Terrazas es el cacique local y tiene una larga cercanía con el presidente. Controla a más de doscientos hombres que imponen orden, claridad y paz en la vasta región. Hacerse de la hacienda para el ejército de Pascual Orozco significa dar un golpe al sitio de mayor tamaño y control de negocios de todo el municipio Guerrero, en el estado de Chihuahua.

Además, les permitiría mandar un mensaje claro a Díaz: ¡la revolución maderista ha comenzado! Es un punto estratégico para el movimiento de tropas y armas que conseguirán de los estadounidenses. El padre del general revolucionario, Pascual Orozco Merino, es ahora su fiel acompañante y consejero; ha tomado esta situación como algo personal y ayuda en la toma de decisiones.

—Mire aquí, padre, las montañas, cerros, desniveles y cañones son la plataforma ideal para emboscar a los federales. Empotrados en la sierra, ¡no nos verán llegar! El cuidado de nuestros hombres es que nadie corra a la sierra; ¡ahí es imposible alcanzarlos! Debemos tomar el camino y cerrar a una sola salida, ¿comprende, padre?

El ambicioso Pascual Orozco Merino es un hombre rudo en sus andares, pero inteligente en lo militar; es ambicioso y pendenciero como nadie, gusta de las mujeres y del juego a la vez, pero sus consejos son muy útiles en el campo de batalla.

—¡Mire, general! —le dice el padre, respetuosamente—. En una batalla, lo ideal es que hagamos que un gran número de tropas tengan que pasar por un solo camino. El general Navarro querrá llegar a la hacienda y hacerse de los hombres de Terrazas. Debemos atacar ambos sitios al mismo tiempo: emboscamos al general Navarro mientras parte de nuestros hombres espera ante la inminente salida de los armados de la hacienda. Le indica el padre, mientras traza una larga línea roja en el mapa de estrategia.

La mañana del veintisiete, una densa neblina cubre toda la sierra que rodea a la hacienda Los Pedernales. El graznido de las aves confunde a los hombres de Pascual Orozco. Suenan como las aves de Tamaulipas, pero no se parecen en nada. Todos los hombres de Orozco están listos para entrar en acción; apostados en las laderas de la sierra, han creado un gran cuello de botella ante la inminente llegada del ejército federal.

Los hombres de avanzada de Juan Nepomuceno Navarro ven a lo lejos, en la sierra, a hombres armados. ¡Dan el toque de trompeta de batalla! No había dejado de sonar cuando las carabinas Winchester de Orozco comenzaron a disparar desde la sierra. Los hombres de caballería federal comenzaron a caer de uno en uno. La lluvia de disparos es tan fuerte que animales y jinetes por igual se desbarrancan por los despeñaderos.

Una media centena de cañonazos destrozan la formación federal, ensordeciendo los oídos. Las aves revolotean al primer estruendo.

¡No hay manera de contestar el ataque! De inmediato, Navarro da la orden de despliegue por la sierra para cerrar el cerco. Los hombres a caballo salen disparados hacia las laderas de la sierra, dejando la muerte a su paso. Su problema es tener que recargar sus Mauser y usar sus Colts, pues la sierra no deja de llenarse de hombres armados. Una vez que no les queda parque, ¡avientan sus montas para tratar de herir a tantos como puedan! La maniobra no funciona, y los jinetes caen de forma casi inminentes.

El capitán que comanda el ataque federal del 12.º batallón es Manuel Sánchez Pasos. En su caballo, ha trozado con su espada y con tiros ha dejado fuera de combate a varios hombres de Orozco. Con todo un arsenal en su bridón, logra abrir el cerco de la emboscada, pero unas cuerdas que los revolucionarios pusieron para la caballería lo tumban de la montura. Al verse en el suelo, no se separa de su bridón, al que le han roto los cuartos delanteros.

Un escuadrón de Orozco se le acerca con artillería. Lo rodean y, al ver su rango, dudan si matarlo o hacerlo prisionero. Dudar es su perdición: con gran destreza, el capitán los mata uno a uno con su Colt de seis tiros. Logra escapar, caminando con todo el arsenal que llevaba en la montura, y, escondido entre los árboles y la maleza, va abatiendo a los hombres de Orozco. Otro grupo de hombres, al ver que los disparos salen de entre los matorrales, comienza a disparar sin control hacia el punto de Sánchez. ¡No le dan! Así que él arremete contra ellos, dándolos de baja a todos gracias a su experiencia en el manejo de rifles de mira y Colts bien calibradas.

Después de un rato, observa cómo su ejército está diezmado, con todos muertos o heridos en el camino, bajo la emboscada bien diseñada de Orozco. Se sabe perdido, pero no deja de disparar a cuantos caen. A lo lejos, escucha la trompeta de retirada. Siente un escalofrío en la nuca. Todos sus hombres se retiran. Seis de sus hombres lo alcanzan. El toque de retirada ha hecho que los tiros de los hombres de Orozco disminuyan. —¿Nos vamos a retirar, mi capitán? —¡No! Esperen, ahí adelante hay dinamita y granadas. Si logramos hacernos de ellas, les dejamos un regalito y después podemos intentar evadir la prisión. De agarrarnos, seguro nos matarán.

Caminan hacia la posición abandonada. No hay maleza ni arbustos, así que se exponen. El capitán toma su cerillera y trata de prender los cartuchos. Sus hombres caen al ser alcanzados por los tiros de los hombres de Orozco. Él continúa desesperado, sudando y apretando los dientes, intentando hacer un último enfrentamiento efectivo. Escucha un zumbido en su cabeza. De pronto, observa cómo el suelo desaparece. Flota. Un gran agujero se ha formado de la nada debajo de sus pies. Siente un gran ardor desde las rodillas hasta la cabeza. Las montañas que lo rodean parecen hundirse. No hay suelo. Siente el ardor mientras observa cómo su cuerpo gira. Cuando trata de ver sus manos, ya no las tiene. Procura correr, pero ya no puede. De pronto, ve una gran luz que lo ciega. El zumbido sucumbe… muere.

¡Un cañonazo desde la oposición frontal da exactamente dónde está arrodillado el capitán Manuel Sánchez!

Continuará…

Etiquetas: CarranzaMaderoPorfirio Díaz

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