Luis Estrada es como en su filme Bandidos: un niño que juega con pistolas junto con Mark Twain en Las aventuras de Tom Sawyer, pero sobre diferentes etapas de nuestra historia e identidad nacional. Encontró la sátira y el humor negro como la fórmula para reírnos de nosotros y, a la vez, sobrentender que la política es un deporte rudo donde “el que no tranza no avanza”. La ley de Herodes (1999), Un mundo maravilloso (2006), El infierno (2010) y La dictadura perfecta (2014) fueron el ejercicio ideal para llegar a ¡Que viva México! : toca a los mexicanos mirarse en el espejo y, en una autocrítica posible, toparse con el pueblo y el poder corruptos.
Duro mensaje. Hemos tocado hasta el fondo de nuestra idiosincrasia. No basta con haber leído a Octavio Paz en su laberinto o a Samuel Ramos en el perfil nacional, o las versiones de ajolotes: esos animales que aparecen en los charcos, clamando oxígeno (como lo simboliza Roger Bartra en La jaula de la melancolía). Casi es mejor que nos mee un perro. Traemos la maldición de Malinche en nuestro ADN y no hay forma de sanación. Luis Estrada juega cruelmente con esos rincones del alma mexicana y lamentablemente acierta hasta cierto sentido. Para acabar pronto: todos somos corruptos mientras no podamos comprobar lo contrario (aunque hasta ahora nadie ha podido corroborarle nada al presidente en turno, pero sí a varios que le acompañan, ni hablar).
Pueblo bueno, mis narices: fifí o de escasos recursos tienen el mismo comportamiento chueco que el poder al más alto o bajo nivel. Esos fundadores del México moderno, esos que inventaron el PRI para gobernar esta nación por 70 años, los mismitos que hoy están engrosando las filas de Morena. No lo dice el que escribe, se ve en la pantalla en el filme con guion de Estrada y Sampietro. Si le creemos o no es lo de menos: la gente va a estar de acuerdo, o bien, va a denostar ¡Que viva México! argumentando que tienen… otros datos. El jueves que se estrene sabremos las reacciones, después de que la gente se atragante de palomitas y coca cola.
Estrada aprendió a hacer cine, ni duda cabe. Pero igual sabe de marketing, ahí por donde el dinero llega a la taquilla. Él ya hizo historia, y plata, seguro.