En unos es la insatisfacción económica, la frustración social, en otros la mala crianza (ser violento también se hereda), las enfermedades neurológicas, la desmedida ingesta de alcohol o drogas y hasta la influencia social a través de canciones, películas o novelas, hay decenas de razones ocultas o evidentes que generan comportamiento violento al interior de las familias, paradójicamente, el espacio fundado con amor para resguardo y protección que en ocasiones se vuelve trampa mortal.
Ni la evolución tecnológica y científica, ni el incremento de acceso a preparación académica, ni la renovación constante de leyes de castigo y protección, ni el tan anhelado empoderamiento de las mujeres, ni las cuotas de género, ni las pintas y destrucción, nada ha disminuido la violencia intrafamiliar. Niños maltratados física y psicológicamente, ninguneados, explotados, mal alimentados, descuidados, golpeados, violados o muertos a manos de alguno de sus padres, o de los dos, o del padrastro, o de la madrastra, o de los abuelos. Mujeres y hombres adultos que decidieron vivir juntos y se enredaron en tal nudo, que ya no pudieron separarse por la buena y sobreviven, si bien les va, a la violencia que el uno o la otra se infringen, y cuando vemos que la rudeza y actitud envilecedora además de a los indefensos niños alcanza también a impotentes ancianos, algo ha fallado en todos los componentes de una sociedad para que la violencia en la familia no se detenga y hasta se incremente. ¿Qué pasa ahí?
Entre muchos responsables de que la sangre salpique a las familias, tengo para mí que el sistema de salud, pública y privada, incluyendo consultorios baratitos, es gran responsable en ello porque ahí es en donde suelen detectarse en niños, adolescentes y adultos, señales y evidencia de ser víctimas o protagonistas de comportamientos, antisociales, rasgos neuróticos, psicóticos o ansiedad, entre otros, y que, con un poco de responsabilidad, sensibilidad, menos prisa y condescendencia, los médicos podrían alertar y prevenir consecuencias fatales. Sin embargo, y a riesgo de que paguen justos por pecadores, es común escuchar de médicos, enfermeras y hasta trabajadores sociales dictaminar, de los niños que son berrinchudos, mentirosos, suelen exagerar; que los de las mujeres son problemas hormonales, menopausia, manipulación, les duele la cabeza por ya no querer a su pareja; de los varones, que al jubilarse se deprimen, es su temperamento, no aguantan nada, así son los hombres; y así como el cantinero recomienda para todo mal, mezcal, a niños y adultos aquejados de miedo, inquietud, insomnio, zozobra, a todos, les recetan indiscriminadamente tranquilizantes que además de costosos causan adicción, lo cual se interpreta como: relájese y duérmase, de a zombi circula mejor por esta vida.
Fuera de etapas pandémicas, el sistema de salud pública siempre ha estado rebasado, el personal médico exprimido, agotado, no hay espacios de salud mental porque al menos en Querétaro los gobernantes han creído que son para locos y aquí no hay, o los mandan a otro estado o dejan deambular en la calle, suponiendo que estar afectado de las facultades mentales es andar mugroso y harapiento. Así pues, en lugar de clínicas de salud mental y de personal de salud evaluando, alertando, derivando a clínicas especializadas, la página roja de la vida se derrama de auto viudos, auto viudas, suicidios, tortura, maldad.
¿Qué pasa ahí? Sí, ahí donde les pagan por pensar, analizar y encontrar soluciones reales a problemas reales, graves y que van en aumento, no me digan que otra vez, durante otro sexenio, tratarán de taparle el ojo al problema con albergues o atención telefónica y después, otra vez a la calle o a la casa, al alcance del enfermo mental AL TIEMPO.