Algo está pasando con la democracia en América. La libertad de elegir cada vez nos aleja más de la posibilidad de construir proyectos nacionales. Al parecer la libertad de elegir no nos acomoda pues elegimos, a veces mal, a los gobernantes, guiados por la coyuntura del momento, lo que convierte al supremo ejercicio del voto en una decisión visceral tomada en las semanas previas.
Nuestros gobernantes, acceden al poder montados en discursos de odio, exacerbando diferencias en campañas repletas de promesas abstractas y carentes de fondo. Es común hablar de desigualdad y ofrecer un utópico futuro, porque es sabido que los desfavorecidos son mayoría y eso a los políticos les basta para obtener un voto más que el adversario.
La pluralidad democrática nos lleva a ser gobernados por la minoría mayor, como bien lo predijo Condorcet y cada vez más nos acerca al Teorema de la Imposibilidad de Arrow, es decir, ya somos tantos y tan diversos que no es posible encontrar una preferencia lineal que nos lleve, en esta proliferación de partidos y liderazgos, a un estado de bienestar compartido y apoyado por todos.
Tal vez esa sea la causa principal de que ningún país del continente, hispanohablante, haya logrado trascender del subdesarrollo, impedidos como estamos para tomar decisiones alrededor de un proyecto y no de personalidades. De pena ha sido, que el poder del voto haya llevado al gobierno a políticos como Aldo Bucaram en Ecuador, y las naciones acaben siendo dirigidas por comediantes o figuras mediáticas.
Asusta que todavía en la actualidad, estemos viendo, en el icono democrático del continente, los EUA, el posible retorno de Donald Trump, montado en los más desaforados radicalismos. Y que en sociedades evolucionadas culturalmente como la argentina, un político como Javier Milei, calca burda y desaforada del trumpismo, esté a punto de alcanzar el poder.
Afortunada o desafortunadamente, los rangos de tolerancia se están acortando, eso es lo afortunado, lo contrario es que las fallas constantes de los gobiernos estén ocasionando la pérdida de la confianza en los regímenes democráticos. Según estudios recientes de Latinobarómetro muchos, y en particular los jóvenes, pudieran apoyar gobiernos autoritarios y hasta dictatoriales, si ellos les resuelven sus problemas.
La clase política no entiende a esta nueva sociedad del siglo XXI a la que las ideologías y geometrías políticas les importan poco. La idea del cambio trasciende y domina y por ello, candidatos rupturistas resultan aceptables a una sociedad vulnerable a discursos libertarios y hasta anarquistas como los de Milei, o bien a revolucionarios e igualitarios como los de López Obrador o Gustavo Petro; a las reivindicaciones indígenas como las de Evo Morales en Bolivia o campesinas de Pedro Castillo en Perú.
El común denominador de sus candidaturas ha sido el manejo de la esperanza de cambio que alienta las expectativas de la ciudadanía, sin embargo, el margen de tolerancia se ha hecho más estrecho, como lo muestra el caso de Ecuador en el que Guillermo Lasso estuvo solo dos años y medio, o el de Colombia donde la coalición gobiernista, Pacto Histórico, recibe un revés fenomenal en las primeras elecciones locales. Lo que pasó en Colombia mostró un país profundamente fragmentado políticamente, en el que el gobierno pierde casi todo, pero la oposición sin unidad obtiene victorias sin posibilidad de consolidar mayorías.
En un análisis somero de los resultados colombianos, se puede decir que la ciudadanía votó por la estabilidad más que por un cambio de rumbo en el país y que políticas implementadas, ideologizadas, que alentó Petro no repercuten en las condiciones locales ni en los ánimos personales.
El mensaje fue claro y está por repetirse en Argentina, no se sabe si para bien. El discurso de Milei penetra en una coyuntura en la que el enojo contra el gobierno y el sistema político está exacerbado, pero a diferencia de Colombia, Argentina más que buscar estabilidad estaría dando un salto al vacío.
En México está claro que nuestro presidente y su movimiento no apuestan por la estabilidad para propiciar el crecimiento armónico y la convivencia social. Mantener su base electoral le impulsa a alentar la división y el rencor social, minimizando el impacto de sus bajos resultados con la generosa bolsa de los apoyos sociales. La elección del próximo año, seguramente reflejará la división que ha alentado el presidente y es posible que veamos un gobierno fragmentado y sociedad dividida si logra conservar el poder.
En todo el continente, lo que dicen las encuestas que los políticos no saben leer, es que la gente lo que quiere son buenos gobiernos. Las ideologías pueden y deben dejarse al margen cuando de llegar al bienestar social se trata.
La democracia da herramientas, pero la gente se está cansando del mal uso que le dan los políticos usándola solo para llegar al poder.