Es en el primer piso de la ciudad capital en donde hace falta poner orden, antes de pensar siquiera, en construir una vialidad que en el imaginario gubernamental se denomina “segundo piso”, que no es otra cosa que un puente de seis kilómetros que evitará andar padeciendo entre la prole, mediante el pago de cuota.
¡Ay nuestra ciudad! Qué mal habrá hecho para que los que llegan a gobernar se fijen en lo superfluo y no en lo necesario. Ya la llenaron de topes, semáforos y de baches sin remedio; de prohibiciones para dar vuelta, para estacionarse, para caminar, para no pasar por ahí; ya la llenaron de peligros para los ciclistas, para los peatones, para los automovilistas; de transporte público de quinta, nuevos o viejos los camiones, el servicio es pésimo. Los camellones y jardines son la obsesión del gobernante en turno, les quitan bancas y árboles y les ponen matorrales, les quitan cantera y ponen piedras. Abrir y tasajear calles y banquetas ha de ser negocio porque no para, ya ve usted que un día las abren los del agua y otro los del gas y otro los de los telecables y cuando ya todos se aplacaron llega el del drenaje y las coladeras y ahora pretenden dar la fluidez que las desatinadas decisiones ha mermado, anunciando la construcción de ese segundo piso.
En el primer piso, o sea al ras de suelo de la ciudad y sus alrededores, hasta la fecha no se ha intentado desenredar la maraña ocasionada entre todo tipo de tráfico vehicular y peatones. Expertos en la materia han propuesto soluciones a oídos sordos, por ejemplo: obligar a los proveedores de productos y servicios que abastecen a comercios, restaurantes y hoteles de la zona urbana y todos los que estén en zonas de calles reducidas, que de preferencia lo hagan de noche y si es de día, en vehículos de dimensiones reducidas para que no obstaculicen el tráfico, igual sería para los que ofrecen servicios para la construcción, abasto o desalojo de material y los recolectores de basura. Sí, esto se refiere a los armatostes que se trepan a las banquetas y hasta las rejas de las ventanas se llevan, ni que decir de los chóferes que no miden las consecuencias y a lo loco se avientan sobre los de coche y de a pie aunque vayan en banqueta, confiados que el seguro paga. Los distribuidores de gas son especialistas en causar pánico con su incompetencia. Y de los recolectores de basura que van “papaloteando” con una fila de autos detrás y destilando aguas pestilentes; y que me dice usted de los camiones de redilas que se hacen a un ladito, según ellos, para bajar a paladas la arena, la grava o uno a uno los tabiques y agréguele a los podadores de árboles de espacios públicos, pintores de rayitas y topes y desaozolvadores de drenajes y coladeras y de pilón, menesterosos con bastón o silla de ruedas que ocupan un carril de las reducidas calles.
Otras propuestas hablan de obligar a todas las escuelas a recoger de sus hogares y regresarlos a ellos, a todos y todos son todos, sus alumnos. Las particulares pueden comprar los autobuses y a las de gobierno, el mismo se los dotaría. Esto, además de dar seguridad a los estudiantes, porque muchos de ellos cruzan calles, avenidas y hasta carreteras, y están expuestos al robo de sus pertenecías y violencia, eliminaría todo el tráfico vehicular derivado del reparto de niños a sus escuelas y las largas filas de autos para subirlos o bajarlos. La mil veces fallida propuesta de hacer líneas troncales para el transporte público, que desde los cuatro puntos cardinales de la zona metropolitana lleguen a ciertos lugares estratégicos en donde transborde el pasajero a camiones de menor tamaño que puedan ingresar a la ciudad sin obstaculizar y que incluso, trasladen bicicletas para transitar la zona urbana. Y a propósito de ciclistas, cuánto se ha hablado de darles espacios seguros que incremente este tipo de transporte y todo ha quedado en frustración para unos, accidentes y muertes para otros y ganancia para unos cuantos. De incrementarse el uso de bicicletas, que los niños vayan en transporte colectivo y los adultos en uno seguro, limpio, de horarios confiables y de precio módico, sacaría de las calles a cientos de miles de autos, representando un ahorro a la economía familiar.
La ciudad puede ser transitable, bella, disfrutable, sin contaminación ambiental y auditiva, sin necesidad de obras faraónicas ni de segundos pisos, si los que idean y proponen bajaran al primer piso, aterrizaran, y que desde el gobierno estatal y los municipales hubiera gestión, diálogo, coordinación interinstitucional, pero sobre todo si se escuchara a los que saben, a los que han estudiado hasta los doctorados para llegar a soluciones viables. Las consecuencias del caos del primer piso ni siquiera se diluyen con un segundo piso. Al tiempo.