Algunos diarios importantes del mundo no solo publicaron en sus primeras planas las imágenes de la tragedia de la línea 12 del Metro capitalino, que no fue casual sino resultado de manifiestas irregularidades que nos hablan de improvisiones, apresuramientos, en suma, corrupción minimizada por la Sheinbaum como un ‘incidente’. Algunos de esos diarios han ido al fondo de la pesadilla que sufrimos. La preocupación por México cunde. El País, en España ha levantado una encuesta reveladora de una profunda polarización entre los mexicanos, alimentada desde Palacio Nacional donde cada mañana el presidente, en una supuesta división política nos coloca, atrapado él en el siglo XIX, a unos como liberales, a otros como conservadores, aunque en el ‘tablero político’ no existan de hecho en nuestra realidad, sino acaso apenas en su mente de anticuario. Dentro y fuera del país se lamenta que los mexicanos hayan llevado –yo me incluyo– a la presidencia a un demagogo “resentido y vengativo”, por no decir un psicópata, que ha venido destruyendo, a la chita callando, instituciones e infraestructura creada a alto costo a lo largo de los últimos cien años.
Populismo de derecha, diría Roger Bartra. Tragedia mayor que el colapso del Metro: un México entregado a las fuerzas armadas, dueñas del reparto de los libros de texto, de la construcción y operación del Banco del Bienestar, el aeropuerto de Santa Lucía, el Tren Maya, el control de Aduanas y Puertos Marítimos, incluso el manejo y aplicación de las vacunas contra Covid-19. Todo a contracorriente de la realidad. Pero ¡ay! de aquel que lo ponga en tela de duda: desaparece su voz como por arte de magia. Ciertamente el descontento se expande como reguero de pólvora. Anarquía y muerte nos espera. Que Dios perdone al noble pueblo mexicano por haber cometido el error más grande de su historia.
Un consuelo, por así decirlo. Nada ni nadie es para siempre. Tal vez se reelija haciendo malabares constitucionales. Eso le gritan sus seguidores, ciegos de cara a los desatinos presidenciales. Y el responde, según se dice, con una verdad, la única que ha proferido, en mitad del vendaval de mentiras: No, ¿qué no ven que ya estoy ‘chocheando’? ¿Lo dijo o no? Cierto es: el tiempo no perdona. Se le advierte el cansancio y un desprecio cada día más acendrado a los demás. Apunta ya a ser el solitario del palacio. Pero si triunfa o no en los comicios del 6 de junio, importa poco. Las ruinas de su gobierno están a la vista como las del coliseo romano. Y nuestra lucha por la democracia también. Una democracia cuya espada pende bajo la cabeza de un señor llamado Andrés Manuel.