Resulta imperativo dirigir nuestra mirada al epicentro de los sistemas de producción: el inicio de nuestra cadena alimentaria, el campo, que año tras año ha visto cómo sus cifras en rojo se multiplican, presagiando un mañana que parece perder su verdor.
La FAO, Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, ha destacado la crucial relevancia del sector agroalimentario en las próximas tres décadas para la supervivencia de la civilización. Para México, como la décima nación con más habitantes y el séptimo productor agrícola más grande del planeta, el desafío no podría ser más apremiante.
Es alarmante visualizar que, en los próximos años, nuestra población incrementará un 17.6%, alcanzando a 148.5 millones de almas, la mayoría en zonas urbanas. Esta población demandará más agua y alimentos. La necesidad de intensificar la producción agroalimentaria al menos en un 50% se torna inminente para eliminar la inseguridad alimentaria que hoy afecta a más de la mitad de los hogares mexicanos, diversificar y enriquecer la dieta de tres cuartos de la población adulta con problemas de sobrepeso, y conservar nuestro poderío exportador. La cuestión más crítica será cómo incrementar esta producción sin aumentar la cuota hídrica en la agricultura, la cual ya absorbe el 76% del total del recurso disponible.
El golpe más severo de este escenario será, sin duda, para el sector más vulnerable: aquel que se sostiene con lo que cosecha. ¿Cómo garantizar oportunidades de trabajo digno en el campo? El sector agroalimentario enfrenta la urgencia de contrarrestar la degradación del suelo, que ya compromete cerca del 45% de nuestra tierra, y lidiar con la contaminación hídrica, todo ello bajo la sombra del cambio climático que amenaza con afectar la agricultura en el 87% de nuestros municipios.
Es urgente proteger la salud de nuestros acuíferos, vitales para el riego. Esto significa, principalmente, optimizar el uso del agua en términos de producción. Es crucial hacer entender a las autoridades y a los productores que el valor no radica en la cantidad de agua, sino en la eficiencia de su empleo. Trabajando conjuntamente, podemos asegurar un manejo adecuado de las concesiones, adaptándonos a posibles modificaciones que involucren a comunidades y sectores agrarios tradicionales.
Asimismo, es esencial revolucionar la productividad de los terrenos de temporal, a través de innovaciones técnicas y tecnológicas. Entre las estrategias se podrían contemplar programas de captación de agua, uso de aguas residuales tratadas, tecnificación de los sistemas de riego, agricultura regenerativa, y la protección y recuperación de fuentes de agua.
La gestión y preservación de los recursos hídricos trascienden la mera ecología; se erigen como pilares esenciales para la seguridad alimentaria, el desarrollo socioeconómico y la estabilidad de nuestra nación. Conforme avanzan las manecillas del reloj, se agudiza silenciosamente la crisis hídrica, un fenómeno que, lejos de ser efímero, marcará el destino de generaciones venideras. Cada gota de agua que administramos lleva consigo el peso de un legado.
En esta coyuntura, es necesario que adoptemos una postura decidida, fundamentada en la investigación, la cooperación y la innovación. Por el bienestar de un México resiliente y sostenible, es esencial que nuestra respuesta a esta crisis sea meditada, colaborativa y, sobre todo, inmediata.