En este país, donde el 10 de mayo de cada año se renueva el paradigmático amor por la madre del que los mexicanos alardean donde quiera y públicamente, y en los varones revela un complejo edípico apreciado como una virtud más que una fase no superada de su desarrollo psicosexual, en la que se manifiesta una inmadurez de por vida. Sin embargo, ese gran afecto tiene su contraparte, un odio recóndito hacia las mujeres que no se ha entendido nunca en todas sus consecuencias. Esta noche, una madre se desnuda a las puertas de Palacio Nacional. Busca respuesta de la justicia por su hijo asesinado. ¿Tanto amor hacia la madre en un país con tantas mujeres muertas?
Hace alrededor de treinta años, Viviane Forrester escritora francesa, después que su hijo se suicidó por no encontrar un empleo dado que su formación doctoral era de una calificación demasiado alta, impactó con su contundente palabra sobre lo que significaban los cambios en el trabajo ese concepto que ha sido el eje del desarrollo de la humanidad, que poco a poco, como lo hemos conocido, se ha transformado de manera inquietante en una visión quimérica, en cuanto que lo más terrorífico será cómo las máquinas nos desplazan día a día de forma imperceptible, al grado que, lo más deseable será en el futuro, en una vuelta de tuerca de la historia, ser explotado. Las profundas transformaciones que ha sufrido el trabajo como concepto eje que nos transformó históricamente en seres humanos, cada día se nos desplaza de su círculo, cada día el ocio y la facilidad de cambios de actividad nos desquicia al grado que hoy por hoy muchos individuos desean el trabajo lumpenizado como la vía más directa hacia la riqueza, con el sólo propósito de obtener los bienes suntuarios de las esferas más altas que llenan las revistas del jet set, o el espectáculo.
Desde hace mucho tiempo, aunque el sonido de la televisión está muy presente en mi espacio, huyo de las imágenes violentas; si se presentan, cambio de canal; soy una tránsfuga del horror desde que, siendo bebé las imágenes de Godzila, aquella versión japonesa de los años cincuenta, me horrorizó al entrar en la oscuridad de la sala de cine en brazos de mi padre, grité y me sacó como si hubiera visto al diablo; procuro no mirar hacia los eventos accidentales de las carreteras en los cuales morbosamente, la gente se asoma a ver por las ventanillas de sus vehículos. Como una pulsión lo grotesco, lo terrorífico, lo dantesco nos atrae viciosamente. Así se me aparece la realidad que rebasa a diario toda expectativa. Los noticiarios ya no dan otras noticias sino los asesinatos de mujeres o de periodistas. Esto es cotidiano. ¿Se ha normalizado?
Una niña de doce años me pide que le busque un libro. El libro requerido es una novela que está clasificada como novela negra, como un thriller policíaco; a pregunta expresa me dice que se la recomendó una compañera de colegio. El consumo de este tipo de literatura es bastante frecuente en los adolescentes como la trash literatura entre las que se encuentran la zaga de vampirismo., la cultura pseudogótica y el retorno a mitos pseudomedievales en una combinación grotesca de invenciones entre verdades y ficciones que han dado origen al cine gore.
Me inquietan esas pulsiones, me han puesto a pensar cómo los púberes empiezan su formación lectora sin pasar por los clásicos de la literatura y más cuando las veo retratadas en tantas imágenes que se ven en los medios televisivos, en los noticiarios donde las escenas de crímenes son imágenes reales como lo permiten ahora las cámaras y los celulares, posteadas en las redes sociales, en el cine, violencia y horror se presentan como lo más común, con esa tranquilidad que hace décadas reflejaban los fantasmas en El Resplandor que transitaban por aquel hotel durante semanas, como si de verdad tuvieran vida, en el preámbulo de la violencia que desatará Jack Torrance contra su familia. La violencia siempre la habíamos visto reproducida en el cine o en las telenovelas donde las antagonistas acaban con medio elenco impunemente.
Es un dicho muy conocido: “violencia genera violencia”. ¿y entonces? En México se comercializan indiscriminadamente canciones que hablan sin tapujos del despecho de una enamorada abandonada, corridos que celebran las hazañas del narco, narcoseries muy rentables en las que villanos y villanas hacen y deshacen, de manera tal que los adolescentes acrecientan sus aspiraciones por esos senderos.
La desnudez, cada vez más explícita y rentable es la mercancía que más prolifera pero también es el pretexto más feroz y presente en los asesinatos de mujeres que se exponen en las plataformas de paga para adultos. La tesis de Sayak Valencia es posible comprobarla todos los días. La violencia es la nueva mercancía del capitalismo gore. Cuanto más sangrienta, más valiosa para el sistema. Los noticiarios tienen contenidos tan violentos como el cine gore, imágenes snaff inenarrables.
El mundo real es una guerra de la cual no tenemos noción. Hemos vivido el último siglo sin una violencia declarada en un conflicto bélico, sin embargo, este es un tiempo muy parecido a un tiempo de guerra en el que, como en todas, el botín son las mujeres. Desde tiempos homéricos encontramos en la tragedia Las Troyanas de Eurípides, cómo a las mujeres toca la peor parte, así Hécuba, madre de Héctor es entregada como esclava a los vencedores de la guerra de Troya. Rita Segato estuvo en Ciudad Juárez hace casi veinte años y salió amenazada por el ambiente que no ha cambiado en los últimos treinta años, ambiente en el que se sabe bien a bien sotto voce, quién está detrás de las muertes de las mujeres. Segato refiere que las guerras tienen nuevos códigos que desconocen las nuevas generaciones y por ello, la sociedad se mueve como si viviera tiempos de una paz moderada..
La destrucción en estas nuevas guerras, no está en edificios e instalaciones industriales o fábricas de armamentos, ahora el blanco son los civiles como lo está viviendo Ucrania, en México son las mujeres y como en la guerra de los Balcanes, los francotiradores acechan en las calles desde la oscuridad o a pleno día. La pandemia ha mostrado ciertos aspectos de nuestra decadencia como humanidad. Hoy la violencia contra las mujeres muestra que la guerra está declarada y que por lo tanto los tiempos de una normalidad de tránsito o de exposición, no están exentos de riesgos. Si no lo queremos entender, seguiremos teniendo más tragedias. En tiempos de guerra, nadie podrá cuidarte, si no eres tú mismo, tu misma, nadie puede darte respuesta a la impunidad. Si asomas la nariz en la esquina, el francotirador te la volará. La justicia deja de existir en un estado de excepción como el que vivimos sin saberlo, sin que nadie nos lo haya dicho explícitamente. Después de quedarnos dos años en casa, el riesgo continúa, ahora allá afuera. Todo me sugiere que siglos de investigación humanística, de reflexión sobre las mejores maneras de convivir, social y políticamente se han despeñado por un abismo. ¿Qué más le puedo decir? Cuídese como mejor pueda en medio de esta guerra.