Tuve una razón sencilla para no votar en la elección del Poder Judicial. No había un espacio en la boleta para el desacuerdo y yo no he estado de acuerdo con que los jueces, magistrados y ministros, así como la inquisición que habrá de juzgarlos, sean sujetos de elección popular. Además, no era un mandato del pueblo que hubiera sido conferido por el voto que llevó al poder a dos presidentes.
No existió en la campaña política de Andrés Manuel López Obrador, o en los postulados de su partido, una propuesta en tal sentido, como tampoco la hubo en la de Claudia Sheinbaum, antes al contrario, en el discurso inaugural de su administración López Obrador manifestó un total respeto al Poder Judicial, a la división de poderes, y fue la deriva mesiánica del ejercicio del poder lo que lo llevó a eliminar, por capricho, los contrapesos institucionales y finalmente, la estructura judicial que trató de impedir el abuso del poder, lo que no logró, por lo visto en el atropello ecológico del Tren Maya y en tantas otros, ilegales e improvisados proyectos, que contravenían disposiciones constitucionales.
El hecho fue que el demócrata candidato se volvió un presidente autoritario y caprichoso, que un día pregonaba las bondades de la democracia participativa, del plebiscito, la consulta popular, y otro gobernaba a impulsos de su mesiánica voluntad.
Hubo consulta popular para cancelar un proyecto cervecero, otra para consultar si sometía a juicio a los expresidentes y hasta se hizo un proceso de revocación de mandato, pero la renovación del Poder Judicial no mereció tal consideración. Como en el caso del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, muchas voces advirtieron de lo perjudicial de llevar a elección popular a los juzgadores sin que fueran escuchadas.
La obsequiosa corte en que se ha convertido el Poder Legislativo, sin análisis, aprobó la iniciativa presidencial ya en tiempos de la continuidad, como a él le gustaba, sin cambiarle una coma, y el discurso se engoló diciendo que así había sido la voluntad popular.
Todo esto ya fue comentado y por ello vuelvo al inicio: no fui a votar porque el régimen ya no dio opción para el disenso; había que votar porque así se impuso en una legislación hecha a capricho y con premura. Había que votar porque la presencia en las urnas haría realidad la falaz versión de que el pueblo quería que sus jueces fueran electos; había que votar para legitimar con los votos lo que impusieron por capricho vindicativo. Había que votar porque así convenía al gobierno, no al ciudadano.
Hay que anotar marginalmente que al gobierno le faltó congruencia, pues necesitado como estaba de una legitimación del absurdo, regateó recursos y el apéndice gubernamental en que se ha convertido el INE tuvo que instalar menos casillas y con ello dificultar la asistencia de ciudadanos a las urnas. Si querían votos la jugada era al revés.
Adicionalmente y con mucho sarcasmo, diré que no fui a votar porque no tuve un “acordeón” de esos que anduvo repartiendo el oficialismo y sus adláteres para inducir el voto hacia sus aspirantes a juzgadores. Sarcasmos aparte, debo señalar que es clara la intención del régimen y su partido de conformar el poder judicial con juzgadores a modo, haciendo nugatoria la división de poderes y esa es otra razón por la que no fui a votar.
Citando a Montesquieu: “Para que no pueda abusarse del poder, es preciso que, por disposición misma de las cosas, el poder detenga al poder”. Eso ya no será posible en este país y eso no lo puedo evitar con mi voto en esta simulación; me lo reservo para la elección constitucional de renovación de poder ejecutivo.
No fui a votar porque el diseño del golpe para apropiarse del Estado ya está consumado y esta elección legitima la estructura espuria con división de poderes en la letra y concentración de poder de facto.
No fui a votar porque elegir a jueces y magistrados especializados por materia, en una elección donde no es posible conocer sus hojas de vida, es una estupidez, porque en el proceso de selección de aspirantes la transparencia brilló por su ausencia. El insistente llamado a votar a ciegas lo considero un insulto a mi potestad personal de voto consciente e informado.
La irresponsabilidad de promover este ejercicio “democrático” desentendiéndose de las repercusiones, tendrá consecuencias inmediatas, particularmente si el resultado arroja como presidente de la Suprema Corte a una militante, activista de Morena que ha sido recusada tres veces por falta de imparcialidad. Un Poder Judicial de consigna, ideologizado, cooptado por el Poder Ejecutivo no puede ser considerado factor de legalidad y garante del Estado de derecho.
Por esto y más, no fui a votar.