Montada en el bien fundado resentimiento social, motivado por la frivolidad y la ambición de algunos políticos, por la indiferencia de un sistema al que la corrupción le pareció inherente y la desigualdad algo natural, la fuerza política que hoy ocupa el poder se empeña en consolidar su presencia y ocupar los espacios de decisión, sin presentar soluciones de fondo a los graves problemas nacionales.
El país atraviesa ya, por la peor crisis económica en los últimos 80 años; a causa de ella la pobreza aumenta, el desempleo crece, el gobierno disminuye sus ingresos, los servicios públicos se deterioran, la inversión pública se limita, la inversión privada se contrae y los principales indicadores arrojan perspectivas pesimistas en la mayoría de las ramas productivas y económicas. Organismos del sector privado, economistas prestigiados, intelectuales y formadores de opinión han ofrecido soluciones, han vertido críticas fundadas, tratando que la inclusión de ellas haga posible un gran esfuerzo nacional para superar las condiciones adversas por las que pasa el país, más sin embargo, han tropezado con el dogma y la cerrazón de un pretendido proyecto transformador.
Visto a la distancia de dos años de gobierno, el proyecto parece que no ha logrado trascender la superficialidad de un diagnóstico, que tiene como base el resentimiento social y no el análisis profundo de la problemática nacional. Dos años dedicados a mantener vivo el mal humor social, a gobernar con el manejo de las percepciones a través de símbolos, como la cancelación de un aeropuerto, la venta de un avión, el remate de bienes. Con discursos sobre el combate a la corrupción sin que se haya sancionado legalmente, no en los medios, a un solo corrupto, ni de los de antes, ni los de ahora. En cambio, la inseguridad crece y los grupos delincuenciales se multiplican y fortalecen, la economía decae, aun antes de la pandemia, a niveles no vistos en 30 años y la desigualdad se incrementa.
Es evidente, que 18 años persiguiendo el poder no fueron suficientes para estudiar más a fondo la realidad nacional, las causas reales del desequilibrio social que tanto les preocupa, por el que han puesto “primero los pobres” en el gran empeño gubernamental.
Traducir este lema en dadivas tendientes a mejorar el ingreso, es condenar a casi el 60 por ciento de la población a vivir en el atraso y cancelar las posibilidades de crecimiento y movilidad social. Desde que un hombre produce más que otros, sabe más que otros, trabaja más que otros y en consecuencia gana más que otros, existe la desigualdad, y no habrá recurso que alcance para equilibrar la disparidad social existente con subsidios.
John Kenneth Galbraith, en su libro “La sociedad Opulenta” Capítulo XVII, desarrolla su Teoría del equilibrio social y expresa: “La línea que separa nuestras zonas de riqueza y pobreza es, en términos generales, la que divide los bienes y servicios producidos y situados en el mercado por el sector privado de los servicios prestados por el sector público.” Señala a la vez, la imperiosa necesidad de mantener un equilibrio entre ambos.
El problema del proyecto transformador de este gobierno, es que, aparentemente, pretende obtener este equilibrio sacrificando el desarrollo sin incrementar los servicios públicos. Es evidente la intención de potenciar la presencia del Estado en el desarrollo económico a partir del control del sector energético y utilizar a este, como el impulsor de una nueva etapa de desarrollo, pero también es evidente que había un conocimiento superficial del sector y hay una notoria incapacidad, económica y de conocimientos, para dotarlo del potencial que pretende, con lo cual, la herramienta principal para impulsar la transformación, es inservible para este objeto.
Por otra parte, la indiferencia y falta de soporte al sector productivo ante la crisis, la incertidumbre que genera a la inversión privilegiar convicciones ideológicas por sobre reglas y normas establecidas para protegerla, son factores que desalientan el crecimiento y sin él, las oportunidades para las personas, de escalar en la pirámide social.
Sacrificar la inversión en la investigación científica, mantenernos en la retaguardia de la evolución tecnológica, construir infraestructura de comunicaciones para las necesidades de hoy y no las del futuro, castigar presupuestalmente a la educación y a la salud, ensancha esa brecha que menciona Galbraith entre riqueza y pobreza.
Por eso, entre otras cosas, es que fracasa la 4T, por la falta de una o varias políticas que ataquen las causas y no los efectos del rezago social. Es una falacia que la desigualdad sea producto de la corrupción. Es claro que la desigualdad deriva, en gran parte, de la insuficiencia de los esfuerzos del Estado para crecer los satisfactores y servicios que la población requiere para desarrollar su potencial productivo, intelectual y moral, como es claro también que este gobierno, de un solo hombre, tiene un enfoque errado y en consecuencia sus políticas, si existen como tales, no van en el sentido correcto.