Si José Vasconcelos, en pleno disimulo de su cristianismo describió la infinita capacidad de la cultura nacional a través de la idea de una raza por cuya palabra se expresaría el Espíritu Santo, la jueza quinta, Sandra de Jesús Zúñiga ha logrado la hazaña contracultural de silenciar a la universidad.
Hoy, a través de una decisión judicial, en medio de un incomprensible juicio de amparo, la universidad sufre un agravio no impuesto ni siquiera por quienes en otro tiempo la acribillaron con artillería real, no retórica, ocuparon militarmente (GDO) o aquellos cuya obra política la quisieron mutilar, arrinconar y hasta desaparecer.
El silencio impuesto a la UNAM no es un asunto jurídico. Tiene un simbolismo cultural e histórico de extrema gravedad. No se había logrado ni siquiera con los tanques. Allanada en 1968, la Universidad conservó la voz y la palabra.
“…Al día siguiente de la ocupación, el 19 de septiembre, el rector Javier Barros Sierra y una serie de organizaciones de universitarios, partidos políticos y otras agrupaciones –dice Salvador Martínez de la Roca en “Centenario de la UNAM. ESTADO y Universidad Nacional. Cien años de conciliaciones y rupturas” –, se pronunciaron contra el allanamiento de la Universidad por el Ejército. Barros Sierra expidió un comunicado de prensa en el que, una vez más, hace una seria y fuerte crítica al gobierno:
“…La ocupación militar de la Ciudad Universitaria ha sido un acto excesivo de fuerza que nuestra casa de Estudios no merecía…”
Si bien el silencio impuesto a la Universidad no abarca ningún asunto fuera del caso de la ministra quejosa, Yasmín Esquivel y las medidas restrictivas en torno del caso no impiden el funcionamiento natural y regular de la Casa de Estudios, es notable como una medida judicial (apegada a Derecho, es cierto) pueda lesionar en esencia —la naturaleza misma a de una instrucción cuyo ejercicio pleno debe abarcar toda materia.
Como se quiera ver la UNAM. Ha sido legalmente amordazada. Y nunca había tenido un caso similar en toda su historia. En cualquier circunstancia anterior, grave o muy grave el Espíritu Santo (si existiera), seguía hablando a través de nuestra raza (quién sabe cuál sea, por otra parte), sin nadie para callarla en un un tema o en muchos.
El único silencio maravilloso relacionado con la Universidad fue aquella gran marcha estudiantil. Fue una tarde de estruendoso silencio aquella del 13 de septiembre de 1968. El silencio habló y gritó. Sin la vibración del aire, todos escucharon. Menos el gobierno.
“ (op cit) alrededor de 300 mil mexicanos marcharon en absoluto silencio por las calles de la capital hasta llegar frente al Palacio Nacional. La histórica “Marcha del silencio”, fue la más clara manifestación, la más nítida demostración de que en México la única forma de vivir en paz, de no ser perseguido, de no ser golpeado, era mantenerse en completo silencio…”
Aun cuando sería injusto atribuir esta orden judicial a cualquier otra autoridad, bien vale la pena ahora – –en vista de la multifuncionalidad militar en estos días–, recordar un episodio poco conocido.
“… Una muestra de esa injerencia (Musacchio) fue la aprobación de una nueva Ley de la Universidad Nacional, pero más grave todavía fue que el dictador Victoriano Huerta expidiera un Reglamento Provisional para la Organización Disciplinaria Militar de la Escuela Nacional Preparatoria.
“Según ese documento, el director sería coronel y comandante general, el secretario teniente coronel, los profesores capitanes primeros y los empleados de la biblioteca subtenientes, en tanto que los alumnos serían clases (cabos y sargentos) y soldados…”
A fin de cuentas, más allá del significado de haber amordazado legalmente a la UNAM, vale hoy recordar a Gastón García Cantú: “las instituciones universitarias no podrán desaparecer a causa de las figuraciones políticas o la ignorancia activa. Es imposible: la UNAM, culturalmente representa el mayor logro del México contemporáneo.”