Es lamentable, pero previsible, que el presidente Andrés Manuel López Obrador no haya descalificado las declaraciones de Hugo López-Gatell, que acusó a los padres de los niños con cáncer de intentos golpistas en colusión con sus adversarios de “derecha”. Lamentable porque una declaración frívola y mentirosa, no fue descalificada por el presidente de todos los mexicanos. Previsible porque López Obrador no es presidente de todos los mexicanos, y tampoco es algo en lo que él no crea o haya dicho.
El subsecretario de Salud, apaleado con argumentos e insultos en los medios y en las redes sociales, no es un personaje que se saliera del redil; es una voz del presidente. El foro en donde acusó los ánimos golpistas, es el espacio que tienen en el Canal 22, del Estado Mexicano, dos de sus ideólogos y asesores, los moneros de La Jornada Rafael Barajas, que dirige el Instituto de Formación Política de Morena, que recluta y capacita cuadros, y José Hernández, quienes lo invitaron a platicar sobre las medicinas, aparentemente para reforzar la idea que las críticas por el desabasto están motivadas por los distribuidores y políticos a los que el gobierno les quitó un lucrativo negocio.
Pero se fue de bruces al tropezarse con el tema, desviando el énfasis de la declaración, al retomar sus creencias y convicciones que han resultado muy útiles para justificar torpezas y equivocaciones. El subsecretario elucubró sobre los intentos golpistas contra el gobierno, cuyo autor intelectual es Carlos Mendoza, del Canal 6 de Julio, y que ha trabajado para López Obrador desde 2006. Hace dos años hizo un documental para apoyar su dicho, donde alegó que ese golpe suave, como lo definió, trataría de deslegitimar y “derrocar” al gobierno “mediante la difusión de campañas y mensajes en los medios de comunicación y las redes sociales, la organización de grupos opositores y la promoción de movilizaciones de protesta, la provocación a la autoridad, la propagación de noticias falsas y rumores”.
Si uno lo ve con óptica histórica, esa estrategia es la que siguió López Obrador y sus propagandistas contra los expresidentes Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. En el caso de este último, López Obrador sugirió incluso que debería renunciar por inepto. Pero aquello fue una estrategia, no un golpe suave, como lo extrapolan Mendoza y compañía de manera falsa y maniquea. De hecho, el concepto de los golpes suaves, construido por Gene Sharp, un académico que colaboró antes con la CIA, es una teoría sobre el uso de la no violencia como arma política, mediante armas sicológicas, sociales, políticas y económicas en lugar de las armas y la violencia.
Como han analizado varios académicos su trabajo, el de Sharp abreva de la teoría de la desobediencia civil de Henry Thoreau y de Ghandi, a quien igualmente, López Obrador se refiere con alguna regularidad cuando habla de métodos no violentos para cambiar las cosas, y del cual se ve como un ejemplo práctico. Thoreau y Ghandi planteaban la obediencia y la desobediencia dentro de un marco moral y religioso, algo a lo que el presidente alude cuando antepone esos preceptos a la ley.
La definición de Mendoza, que en realidad refrasea la teoría de Sharp, se ajusta más al pensamiento estratégico de López Obrador para llegar al poder, y no en algo ridículo como el que López-Gatell acuse a los padres de niños con cáncer de ser promotores de un golpe suave, o que tengan los intelectuales orgánicos y asesores del presidente a un aventurero sectario como Claudio X. González, como jefe máximo de una conspiración contra el gobierno. Ubicarlo como la cabeza de un movimiento opositor es un insulto a la inteligencia, como equívoco plantear que hay un movimiento de oposición articulado, cuando lo que hay es molestia nativa, independiente de muchos otros casos, indignados por los cambios en políticas públicas que afectaron a diferentes segmentos de la sociedad.
En el pensamiento lineal del presidente y sus voceros, eso no existe. Los padres de los niños con cáncer son igual que las feministas, y las madres enojadas porque desaparecieron las estancias infantiles, y quienes que se quedaron sin Seguro Popular, y los miles que perdieron sus trabajos o la vida de sus familiares y amigos por las torpes formas de lidiar el gobierno con la pandemia del coronavirus, y los políticos e intelectuales que tienen otra forma de analizar la información.
No hay en México ningún golpe suave, o blando o de color, como también se denomina, porque carece de un elemento central para que este tipo de acción tenga éxito: la injerencia extranjera. López Obrador ha dicho, en su confusión conceptual, que el Departamento de Estado tiene intenciones golpistas contra México porque dona 100 mil pesos mensuales a la ONG Mexicanos Contra la Corrupción. En los hechos se ve su equivocación. El gobierno de Estados Unidos, en defensa clara de sus intereses, le ha regalado más de tres millones y medio de vacunas anti covid, inmunizado con dobles dosis a unos tres millones de mexicanos en aquel país, mantiene aceitado el acuerdo comercial, y hasta lo ha salvado del ridículo en cumbres petroleras y de medio ambiente. La otra característica del golpe suave es una desestabilización financiera, lo que ya no es posible desde hace más de 30 años por el acuerdo comercial norteamericano.
Las distintas etapas de los golpes suaves no están en manos de quienes piensan distinto a López Obrador, sino en el presidente y sus brazos. Las guerras sicológicas, por ejemplo, se encuentran dentro de la mañanera. La deslegitimización de las instituciones y el ataque a ellas, las hace el presidente. La denuncia de corrupción la repite a diario en Palacio Nacional. No hay fractura nacional y los cuerpos de seguridad y las Fuerzas Armadas responden al comandante en Jefe. El golpe suave, en síntesis, es sólo una parte de la narrativa presidencial, donde López-Gatell, a trompicones, recordó a favor de la causa.