Ramón Márquez C.
Carlos El Sheik Pavón abre la década de los años 30 con nuevas súplicas al promotor boxístico Arturo Cava: “Ya dele una oportunidad. Ya lo ha visto en muchas de sus funciones. Es buen peleador. Le va a gustar.” Habla de Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes. O simplemente Mario, como lo conocen en el barrio de San Miguel. Mora en Tepito, pero en realidad vive en San Miguel porque Pavón es su ídolo. Acude a todas sus peleas, va con él al salón de baile, aprende sus pasos, hereda una que otra de las chiquillas que desdeña el Sheik… Intentó cruzar ilegalmente la frontera y fue deportado. Ingresó ilegalmente al ejército y lo expulsaron porque no tenía 18 años cuando se registró. Quiso ser torero. Quiso ser cirquero. Es bueno para el albur y para hacer reír. Con la cara pintada de negro recorre carpas nocturnas y arranca la carcajada. Quiere ser boxeador. -Está bien –acepta Cava-. Sábado 5 de diciembre de 1931. Unos meses después de cumplir 20 años, Mario debuta en el boxeo profesional. Escenario: el cine Palatino. Rival: Rafael Torres.
Lo puse en una preliminar de cuatro o seis rounds y dio una pelea valientísima, aunque perdió decisión. Creo que ganó tres pesos. Y ya lo andaba yo convenciendo para una nueva presentación, porque su estilo chusco y burlón encantó a la gente. Pero ya estaba muy metido en las carpas.
Arturo Cava
Un día cae Mario y me levanto del banquillo y le empiezo a gritar: “¡espérate hasta ocho y te levantas!… ¡Ya! ¡Ocho! ¡Levántate!”. Y Mario abre el ojo derecho y con el pulgar del guante me hace la seña de que no.
Arturo Cuyo Hernández, su manager
En una comida le dije a don Mario que me habían comentado que era un peleador muy conocido. “Sí –me dijo él-… Muy conocido ¡por las suelas de mis zapatos!, que era lo que veían los aficionados cuando me noqueaban”.
José Sulaimán, presidente del CMB
Después cumple con su sino…
De acuerdo con una leyenda que acepta, el joven Mario Moreno, intimidado por el pánico escénico, olvida su monólogo en la carpa Ofelia. Dice lo primero que le viene a la mente en una completa emancipación de palabras y frases y lo que sale es una brillante incoherencia. El destino ha puesto en sus manos la característica distintiva, el estilo que es la manipulación del caos. Semanas después, se inventa el nombre que marcará la invención. Alguien, molesto por las frases sin sentido grita: “Cuánto inflas” o “en la cantina inflas”, la contracción se crea y se convierte en la prueba del bautismo que el personaje necesita.
Carlos Monsiváis