El Presidente de la República que menos viajes al extranjero ha realizado en el ejercicio de sus funciones es el actual, Andrés Manuel López Obrador. Es el mismo que dijo que la mejor política exterior es la interior, cuando se ha cuestionado su ausencia en las cumbres y reuniones internacionales.
Quien fuera Secretario de Relaciones Exteriores la mayor parte del sexenio, Marcelo Ebrard, lo confirmó diciendo: “gobierno que tiene prestigio que tiene resultados, que tiene el respaldo de la mayor parte de la población puede tener voz y peso en el exterior».
A la vista hoy, los resultados no son buenos en el interior y menos en el exterior en donde cada vez más se pierde el respeto por la política exterior mexicana que ha dejado los principios rectores de nuestra tradición diplomática para tomar la dirección de la particular ideología presidencial.
No ha sido el principio de no intervención y autodeterminación de los pueblos, ni la aplicación de la Doctrina Estrada que tanto prestigio dio a nuestra diplomacia. Ni el impecable ejercicio de Alfonso García Robles en la negociación del Tratado de Tlatelolco, que prohibió las armas nucleares en América Latina y el Caribe por lo que recibió el Premio Nobel, paradigmas a seguir.
No han sido estos la guía y el ejemplo para la política exterior mexicana, sino las simpatías del presidente, la afinidad ideológica que él en lo personal tenga con tal o cual personaje, presidente o candidato, lo que motiva las reacciones diplomáticas mexicanas.
La palabra presidencial, expresada en cualquier foro o actuación oficial, es declaración para tomarse en serio, así sean las gracejadas con las que quiere ganar simpatías ante el público local.
El gobierno de Perú las tomó en serio en diciembre de 2022 y expulsó al embajador mexicano Pablo Monroy después de que López Obrador calificara como usurpadora a Dina Boluarte tras la destitución y acusación de golpista para Pedro Castillo.
También fue su reacción tras el derrocamiento de Evo Morales, al que sustrajo, en abierta intervención en política boliviana, por lo que fue expulsada la embajadora María Teresa Mercado en diciembre de 2019. Y fueron sus desafortunados comentarios sobre el asesinato del candidato presidencial en Ecuador, Fernando Villavicencio lo que provocó la expulsión de Raquel Serur, y la lamentable intromisión de la policía ecuatoriana en la embajada mexicana para sustraer a Jorge Glass.
Todas ellas son fricciones, tensiones e incidentes diplomáticos generados por las posturas personales del presidente. Muy diferentes de otras decisiones tomadas en el pasado, como la expulsión, en 2017, del embajador de Corea del Norte en México, Kim Hyong Gil por las violaciones de su país a la prohibición de desarrollo de armas nucleares acordado por el Consejo de Seguridad de la ONU.
O el retiro de nuestra embajadora en Cuba Roberta Lajous por los comentarios de Fidel Castro contra nuestro país, por haber votado a favor de que el gobierno cubano cooperara con los mecanismos internacionales de Derechos Humanos en la Comisión de las Naciones Unidas. Defensa de principios y compromisos, guiaban la política exterior mexicana, no las simpatías o ideologías personales del mandatario nacional.
Si a juicio del presidente, la mejor política exterior en la interior, eso explica el por qué nuestras relaciones diplomáticas dan tumbos; ambas están dictadas por las ocurrencias presidenciales.
Es deplorable que el gobierno ecuatoriano haya recurrido a la violación de la embajada mexicana para sustraer a quien consideran un delincuente. Es el mayor agravio que le hayan hecho a nuestro país en tiempos de paz, pero también es reprochable que el gobierno se haya prestado a mantener como huésped durante más de tres meses a una persona que fue requerida como delincuente y se negó a entregarlo pese a los requerimientos oficiales.
La soberanía de la embajada no lleva aparejada extraterritorialidad y por tanto los delitos que se cometan en el país que la acoge deben perseguirse y sancionarse y negarse a ello es desacato, es violación a acuerdos y términos internacionales.
El uso de la fuerza para entrar a la embajada mexicana no puede justificarse y debe condenarse y acusarse ante la comunidad internacional, pero tampoco la intromisión en asuntos del país que cobija a nuestra representación es algo aceptable.
Lo más lamentable de todo este affaire ecuatoriano y los antecedentes continentales, es que hay una notable pérdida del respeto que nuestra diplomacia tenía en América Latina y en el mundo. En el derecho internacional el respeto entre las naciones no es solo una máxima juarista, es un principio que garantiza la armonía y las buenas relaciones comerciales y políticas y esto debe estar por encima de las convicciones ideológicas o fundamentos partidarios.