Alfredo Eduardo Ortiz Ramirez
Hace ya 50 años, en 1973, con la publicación definitiva de “Algo sobre la muerte del mayor Sabines”, el poeta chiapaneco Jaime Sabines consolidó su trayectoria como figura de la poesía mexicana.
Conocido principalmente por su poema “Los amorosos”, igual estos versos que llevan a cuestas el adiós al padre, a la figura paterna, son hasta ahora recordados y releídos emotivamente.
El libro consta de dos partes: la primera de 17 apartados y, la segunda, de cinco, aunque en realidad es un solo poema trenzado, paradójicamente, por la desgarradura.
Para 1962 circuló lo que fuera escrito y sufrido (por el poeta) con la referencia más cercana a la experiencia de la muerte de su padre.
“Algo sobre la muerte del mayor Sabines” es un poema que narra, y que a todas luces, nos relata un hecho. Visto así, es importante puntualizar lo que se nos cuenta.
Los primeros cinco apartados nos hablan de la espera, la espera incesante de lo inminente, sin duda la agonía se alarga entre los días:
Viendo la televisión y conversando estoy esperando la muerte de mi padre.
Del sexto hasta el doceavo poema se manifiesta ya abiertamente lo que es la partida y sus hechos más inmediatos: el entierro, las condolencias, y el inicio del duelo y la reflexión:
Morir es retirarse, hacerse a un lado, ocultarse un momento, estarse quieto.
Morir es olvidar, ser olvidado, refugiarse desnudo en el discreto calor de Dios.
Una vez que sucede todo esto, el poeta (como parte de su duelo) inicia una conversación desesperada con su padre. A diferencia de los otros poemas, aquí se inicia una especie de convivencia a sabiendas que eso ya es imposible; se reúnen entonces en su cumpleaños, lo festejan, pero también es inevitable cuestionarse:
¿Será posible que abras los ojos y nos veas ahora?
¿Podrás oírnos?
¡Tienes que estar oyendo!
Ya en la coda de este largo poema, en lo que se registra como una segunda parte, escrita en 1973, los versos enfrentan lo inevitable: el paso del tiempo sobre la persona querida que ha partido; entonces surge una palabra, surge un doloroso “mientras”, un tránsito referido del cuerpo hacia la nada:
Mientras los niños crecen, tú, con todos los muertos, poco a poco te acabas.
Yo te he ido mirando a través de las noches por encima del mármol, en tu pequeña casa.
Un día ya sin ojos, sin nariz, sin orejas, otro día sin garganta, la piel sobre tu frente agrietándose, hundiéndose, tronchando obscuramente el trigal de tus canas.
Pero también hay una referencia, no menos dolorosa, sobre el paso del tiempo entre los que se quedan en la vida para recordarlo, para intentar volverlo, pero ya sabemos, claro está, que es inútil.
Mi madre sola, en su vejez hundida, sin dolor y sin lástima, herida de tu muerte y de tu vida.
Esto dejaste. Su pasión enhiesta, su celo firme, su labor sombría.
Árbol frutal a un paso de la leña, su curvo sueño que te resucita.
Esto dejaste. Esto dejaste y no querías.
Pasó el viento. Quedaron de la casa el pozo abierto y la raíz en ruinas.
Y es en vano llorar. Y si golpeas las paredes de Dios, y si te arrancas el pelo o la camisa, nadie te oye jamás, nadie te mira.
No vuelve nadie, nada. No retorna el polvo de oro de la vida.
En resumen, el poema transita desde la espera, el aviso, la inminencia de la muerte, hacia propiamente el registro de los momentos que le suceden: el entierro, el duelo. Finalmente, una conversación desesperada con el difunto y, como se comentaba, aceptar las condiciones que impone el tiempo.
Pasando ahora a la forma propiamente dicha, podemos decir que en “Algo de la muerte del mayor Sabines” se entremezclan los acordes sublimes con los registros más humanos y dolorosos; se entrecruza el lenguaje directo y cotidiano, con el recurso metafórico. En el poema V se conjunta todo esto con una naturalidad pasmosa, la narrativa de lo que sucede se rompe de pronto con el enojo de saberse en tan ruin tarea de cantar lo que tanto duele; una emotividad contenida y desbordada, de ahí que sea un texto de los más memorables del conjunto:
De las nueve de la noche en adelante, viendo televisión y conversando estoy esperando la muerte de mi padre.
Desde hace tres meses, esperando.
En el trabajo y en la borrachera, en la cama sin nadie y en el cuarto de niños, en su dolor tan lleno y derramado, su no dormir, su queja y su protesta, en el tanque de oxígeno y las muelas del día que amanece, buscando la esperanza.
Mirando su cadáver en los huesos que es ahora mi padre, e introduciendo agujas en las escasas venas, tratando de meterle la vida, de soplarle en la boca el aire…
(Me avergüenzo de mí hasta los pelos por tratar de escribir estas cosas. ¡Maldito el que crea que esto es un poema!)
Quiero decir que no soy enfermero, padrote de la muerte, orador de panteones, alcahuete, pinche de Dios, sacerdote de penas.
Quiero decir que a mí me sobre el aire…
Dando un poco de contexto histórico, “Algo sobre la muerte del mayor Sabines” fue escrito en dos tiempos: la primera parte circula en 1962 como parte del libro “Poemas y Ensayos”, pero como ya fue dicho, es hasta 1973 cuando toma su carácter definitivo en las ediciones de Joaquín Mortiz.
¿Por qué? Lo más académico será decir que la segunda parte fue escrita muchos años después para hacer evidente el paso del tiempo; sin embargo, supongo, que esta incorporación de otros cinco poemas igual dio pie para revisar los versos y todo el conjunto con 10 años más de experiencia. Recordemos que Jaime Sabines tenía unos 36 años a la muerte de su padre, y la reescritura definitiva, a los 47 años, no sólo aportaba más oficio, sino también un alejamiento necesario para replantear el espíritu emocional del conjunto.
Encontré un libro de referencia: “Uno es el poeta/ Jaime Sabines y sus críticos” (SEP), ensayo de Jaime Labastida donde aborda en forma analítica aquella primera versión, se hace evidente que el poema de aquel entonces fue escrito por impulso:
“El poema da la impresión de no haber sido objeto de retoques posteriores, de haber sido escrito de golpe. Por eso muestra algunos descuidos técnicos, si se los considera con una rígida preceptiva y que son inconcebibles en otro poeta, pero que nada importa en Sabines. Los sonetos, por ejemplo, son rítmicamente fallos, plagados de versos cojos, bien sea por acentuaciones incorrectas en sílabas indebidas o porque los versos tienen más sílabas, o menos, de las necesarias”.
Pero más allá de aquella crítica, podemos asegurar que Jaime Sabines hizo luego su trabajo, pues para el año de 1973 entrega cabalmente su sufrimiento en un poema ahora memorable. “Algo sobre la muerte del mayor Sabines” no sólo aparece en todas las antologías, sino que aparece íntegro, con todos sus poemas, lo cual, me lleva a decir de nuevo, que el poeta logra una narrativa y una poética trenzada con la desgarradura.
Como lector inquieto e irreverente, me di a la tarea de intitular cada uno de los veintidós poemas. Para el que los escribió esto era innecesario, además, ciertamente, estorboso en el fluir de los versos. Sin embargo, el ejercicio puede dar algo de luz en la trama; por ejemplo, en el arranque del poemario, los primeros cinco apartados, nos dan a entender lo siguiente:
Un aviso incesante.
El frío sudor de la esperanza.
Y me entregué a morir.
Mi padre tiene el ganglio más hermoso del cáncer.
Estoy esperando su muerte.
En el Material de Lectura que publica la UNAM, y disponible también en PDF, puede accederse a la versión ya definitiva del poemario.
Hay en esta edición una nota introductoria del poeta José Joaquín Blanco, que desde las primeras líneas, nos abre una invitación para entrar desnudos, sin prejuicios, sin siquiera pretensiones literarias:
“El lector se encuentra frente a un extraordinario y logradísimo caso de poesía brutal. Al leerlo, si es honesto consigo mismo, no podrá decir que le “gusta” (¿o el espectáculo de un semejante que se desgarra es cosa para disfrutar?), ni que lo ha comprendido, pues sólo temperamentos excepcionales, y aun ellos sólo en momentos excepcionales, son capaces de una desesperación tan recia y de una ternura tan profunda”.
Ante estas entusiastas sugerencias, ante este reto de quedar expuesto a una “poesía brutal”, no me queda más que unirme al homenaje.