La reciente discusión en el Senado (si a esa mojiganga verdulera y zoológica, falaz y acusadora, se le puede llamar debate parlamentario), refleja por una parte la deplorable falta de calidad legislativa y por la otra la muy triste ausencia de una verdadera oposición política.
El 21 de septiembre, cuando en hábil jugada Ricardo Monreal les endulzó el oído a los febles negacionistas, y devolvió el dictamen para revolcar a la gata, el asunto se había resuelto en favor del extensionismo presidencial: dar órdenes hasta más allá de su sexenio.
Esto dije en esa ocasión. Y no marré:
“…Mientras las oposiciones jueguen a modificar un dictamen incorporando sus puntos de vista, estarán abriendo la puerta al más grave problema detrás de todo este sainete: burlar la Carta Magna.
“…Seguir en la línea de Eduardo Ramírez, presidente de la comisión de Puntos Constitucionales, de incorporar los planteamientos del PRI, es repartir la complicidad. El único camino es decir no.
“Es la diferencia entre una muralla opositora y un bloque de esponja…”
Y otro señalamiento a los esponjosos:
“…la resistencia opositora en el Senado logró apenas un intento cosmético: devolver un dictamen a las comisiones como si las dichas instancias legislativas fueran a pensar distinto de como lo hicieron antes o como si aprobar comparecencias (siempre inútiles), de los secretarios de Defensa y Marina o jugar con los plazos, justifica el atropello constitucional”.
A fin de cuentas, con todo y las injurias zoológica entre hienas y perros y las acusaciones de homicidio en contra de Carlos Salinas de Gortari o la incorporación del verbo olvidado de Heberto Castillo a los principios doctrinarios del agónico PRI (como si hubiera sido Churchill), esa pelea estaba tan arreglada como las revanchas de “El canelo” o los nunca existentes riesgos del Santo de perder la máscara.
Esto ha sido el Pancracio legislativo y todos asumieron, a fin de cuentas, la única conducta cierta en sus trayectorias políticas, especialmente los conversos, los advenedizos de la aprobación, los acobardados y los cobardes de nacimiento.
Callar y obedecer.
Pocos fueron los consecuentes con su condición opositora. No importa si sabían de las traiciones ajenas. Los traidores traicionan; los leales aguantan a los traidores.
Ricardo Monreal jugó con maestría sus cartas. Sostuvo y practicó su fama (para bien o mal) de negociador y desfacedor de entuertos, constructor de consensos, artífice del acuerdo. Lástima. Quien se lo debería agradecer seguirá sin responderle el teléfono.
–Que hable con Adán.
No habrá gratitud hacia aquel a quien le permito servirme.
Por otra partre la actitud de la bancada del PRI ha sido una de las más vergonzosas en la historia de ese partido, sobre todo en la época reciente. Disminuidos, sin respaldo popular, sin rostro y sin noción siquiera de la dignidad personal o la historia partidaria, los priistas hoy son una especie al borde de la extinción. Algunos mutarán sólos, pero convertirán para siempre al agónico dinosaurio en una inofensiva lagartija amaestrada.
Quienes bajo otras banderas, se opusieron a sabiendas de la complicidad de los rajones, merecen doble reconocimiento. Sostenerse así resulta digno.
Ante este resultado final resulta evidente el motivo por el cual escribí esto en el ya dicho día de septiembre:
“La algarabía festiva de quienes confunden este aplazamiento con una victoria, los exhibe como hijos del Rey Pirro. Príncipes de la temporalidad.
“Lo único ocurrido ayer fue sencillo: el oficialismo no pudo cumplir sus instrucciones, y maniobró para ganar tiempo.
–¿Con qué objeto?
–Comprar votos. Alimentar traidores”.
Y los compraron y alimentaron, pero eso sí, les dieron oportunidad de incorporar intrascendencias al dictamen en unn debate infecundo.
Y ahí vienen Coahuila y el Estado de México, elecciones en las cuales –como decía Freddie Mercury, a quien tanto conocen–, alguien va a morder el polvo…una y otra vez…