En una de las diversas conferencias que sobre el tema de la poesía dictó, Jorge Luis Borges reparó en que el título que le había dado (El enigma de la poesía) podría prestarse a algún malentendido, tal vez podría sugerir “que el enigma es lo más importante. O, lo que aún sería peor, podrían pensar que me he engañado a mí mismo, al creer que, en alguna medida, he descubierto el verdadero sentido del enigma. La verdad es que no tengo ninguna revelación que ofrecer. He pasado la vida leyendo, analizando, escribiendo (o intentándolo) y disfrutando. He descubierto que esto último es lo más importante”.
Sin la genialidad del escritor argentino –por lo que a mí respecta– pero sí con el mismo fervor por la poesía, un trío de participantes de la Feria nacional del Libro de Léon, Guanajuato, llegó a la misma conclusión por caminos más modestos, aventurándose a explorar un tema que se les propuso un tanto provocadoramente: “La poesía no es como la pintan” (tal fue el tema de la mesa que el domingo pasado fui convocado a “moderar”).
“Moderar” una mesa es siempre para mí un contrasentido, porque para mí se trata exactamente de procurar todo lo contrario: mi deseo inmediato es despertar la polémica y conseguir, por qué no, que los participantes se exalten, se “inmoderen” intelectualmente y hagan pensar al público en nuevas cosas.
Mis acompañantes en dicha mesa, dos poetas de incuestionable solidez, Elisa Díaz Castelo y Hernán Bravo Varela, tenían todo para hacerlo; faltaba –quiero creer– la impertinencia del periodismo cultural que supuestamente yo representaba para que la mesa cobrara algún interés. Y lo conseguimos. Miren que no es poco charlar con 25 o 30 personas durante hora y media, y menos aún abordando un tema que para muchos ronda la densidad y/o la vaguedad etérea (tal vez a partes iguales).
En un mensaje para redes sociales comenté que charlar con dos brillantes poetas haría que mi domingo no pudiera ser más feliz. Pero la conclusión que conseguimos extraer también lo fue, muy en concordancia con lo que cité de Borges al principio. Lo principal para leer y escribir poesía es nuestra capacidad de disfrutar. Si tenemos esto, hemos alcanzado prácticamente todo cuanto pueda pertenecer al ámbito del arte poética.
Como supo ver Vicente Huidobro –a quien desafortunadamente no cité en la charla– “el poeta es un pequeño Dios”, sí, a condición de “Que el verso sea como una llave / Que abra mil puertas. / Una hoja cae; algo pasa volando; / Cuanto miren los ojos creado sea, / Y el alma del oyente quede temblando. /
Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra; /El adjetivo, cuando no da vida, mata.”
Y mi nueva amiga, Elisa Díaz Castelo, y mi viejo amigo, Hernán Bravo Varela, fueron las pequeñas deidades de esa tarde dominical en León, puesto que además de reflexionar sobre la condición actual de la poesía, el déficit crítico y editorial que padece en México (y no sólo aquí, por supuesto) y otros temas igualmente debatibles, se dieron tiempo de compartir la lectura de algunos de sus poemas ante el entusiasta público que asistió. “El arte sucede cada vez que leemos un poema” (más Borges).
Y si leerlos siempre es un gusto, escucharlos de viva voz frente a sus textos es un placer que confirma por qué poseen esa llave que abre “mil puertas”. Y luego de eso todavía se dieron tiempo para responder varias preguntas del respetable, desde las más inocentes y sinceras, hasta las más profundas y elaboradas, lo que me hizo pensar que realmente esta mesa habría sido la envidia de muchos colegas de Elisa y Hernán, que no siempre consiguen conectar de modo tan energético y real con su audiencia. Los organizadores de la Feria, y en particular nuestro buen amigo Mauricio Montiel, quien nos convocó a desmenuzar cómo “La poesía no es como la pintan”, pueden estar satisfechos.
Pero vuelvo al principio y a la citada conferencia de Borges. A nuestro modo, como ya dije, la tarde del pasado domingo arribamos de nueva cuenta (y por cuenta nuestra) a un corolario que se acerca mucho al de Borges y que siempre necesitamos elaborar y reelaborar, dejarlo a la deriva y que encuentre su propio rumbo, como una bitácora que sabemos es prefigurada por el azar, los sueños y la vida misma: “Buscamos la poesía –escribe el autor de El Aleph–; buscamos la vida. Y la vida está, estoy seguro, hecha de poesía. La poesía no es algo extraño: está acechando, comoveremos, a la vuelta de la esquina. Puede surgir ante nosotros en cualquier Momento”.
Y volverlo a enunciar, aun sabiéndolo y ussando otros colores, es el mejor redescubrimiento que se puede hacer una tarde de domingo, con pequeños dioses, amistosos y entrañables, invitándonos a pintar la poesía de otra manera.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez