Esta anécdota me sucedió muy temprano cuando les pregunté a unas jóvenes, ambas estudiantes de educación media superior, por la razón de que hubiera puente en México por la conmemoración de la promulgación de la Constitución de 1917 y antes la de 1857. No pudieron contestar. Honestamente, me alarmó la ignorancia supina de ambas estudiantes y no son las únicas que conozco. Me alarma porque es tan fácil que los jóvenes sean engañados por alguien más ignorante, en el mejor de los casos o por un manipulador. Los casos de estafas por contactos Tinder son mundialmente conocidos. La trata de personas contactadas en las redes es un tema que la justicia no puede resolver en el orbe.
Paradójicamente el nivel de la ignorancia aumenta día a día y aceleradamente en un tiempo en que, como nunca antes, la información está más a nuestro alcance y de manera expedita, pero no se le da importancia al riesgo que la ignorancia significa en estos tiempos. Desde hace años las jóvenes que emigran desde contextos rurales del centro y sur a la frontera norte de nuestro país, no tienen información sobre los asesinatos de mujeres, sobre el modus operandi de depredadores y gente de los bajos fondos; no leen periódicos, y ni las redes sociales les sirven para enterarse de lo que ha venido suscediendo desde hace varias décadas: los feminicidios que hoy se extienden por todo el país, una guerra sorda contra las mujeres que nadie entiende.
Más lo que me lleva a pensar en la ignorancia es el filme más reciente de Guillermo del Toro, del que no quiero hablar de las maravillas tecnológicas como fue realizado, que al parecer es lo único que le llama la atención a la mayoría. Pinocho, una vieja historia del siglo XIX, escrita por Carlo Collodi me remite a una reflexión sobre la ignorancia, sus riesgos, y la ingratitud, como su primera consecuencia. Pinocho, el juguete de madera hecho por el viejo Gepetto, desconoce todo del mundo, y pese a sus promesas, desobedece a su padre una y otra vez, desoye las recomendaciones del Grillo Sebastian, viéndose pronto en manos del conde Volpe y peor, en las fauces del fascismo, del que sólo los niños, con su espontánea alegría y verdad pueden destrozar a un dictador, la amenaza siempre presente en quienes se sientan a la mesa del poder.
Este Pinocho, devela la ignorancia que desde siempre, llevamos a la responsabilidad de ser padres, aún más, ni hijos, ni padres, sabemos serlo; Pinocho que al ser tragado por el monstruo marino es la prueba que el mundo fuera de la casa paterna pone en riesgo a cualquiera. Del Toro aprovecha el contexto italiano para pronunciarse contra dictadores y dictaduras, cuya batalla ganan los niños cuando repiten esas palabras que producen en los infantes una hilaridad gratuita, cuando se dice lo que maestros y padres prohiben. Podría apuntarse que desde el siglo de la Ilustración europea, el combate contra la ignorancia ha sido el quid de la educación y en este nuevo siglo parece llegar a su fin. Ni padres, ni maestros o profesores, y menos la política muestran haber superado el analfabetismo que se padece en estos días. Para la política, la ignorancia es su gran aliada y como se repite dondequiera, un cliché clasemediero: ya no hay valores. Si los hay. Son otros.
La ingratitud es evidente en un personaje como Pinocho pues ha sido creado por el viejo Gepetto para llenar el vacío que le ha dejado la muerte de su hijito por efecto de un bombardeo a un pueblo indefenso, que nos recuerda el de Guernika, en España. Pinocho sólo corresponde con gratitud cuando se encuentra cerca de su creador y de algún modo hombres y mujeres somos parecidos con quien se dice nos creó: somos ingratos y en muchas ocasiones, con nuestros progenitores. Son ellos, nuestras primeras víctimas de la ingratitud que es el desamor y la falta de gracia.
La gratitud es la más bella y también la más escasa de las virtudes, dice Comte-Sponville y a ella se suma la generosidad, el dar algo no específico ni físico, algo que no se compra ni se vende, por ello no lo promueven los capitalistas ni existe un día de la gratitud instituido, sin embargo, es como dice el filósofo francés, la gratitud es luminosidad mozartiana porque Mozart encarna esa generosidad con la que produjo música para inspiración y alegría de la humanidad.
No podríamos ser más manipulados por el capital como el día de San Valentín, a todas luces, el día más caro de la economía mundial en el que el amor se vende y se compra: se pone a 3 dólares la flor, que puede costar nada producirla de manera perene, darla cualquier día y todavía hay quien las compra una vez al año para olvidarse de agradecer el resto de la vida.
Si entiendo bien el discurso tras Pinocho, éste ama a su padre sin embargo, por ignorancia cree que ganar dinero será la forma de amarlo y agradecerle, un peculio que nunca llega a manos del viejo Gepetto. La gratitud, dice nuestro filósofo es dar gracias y con ella, al mismo tiempo, va el amor.
Pinocho cree agradecer a papá Gepetto, siendo la estrella de un espectáculo que lo explota y convierte en mercancía lejos de él, cuando la alegría mayor de los viejos es tener compañía y conversar con alguien. El amor es el sentimiento más gratuito, no nace de una orientación que la cultura nos plantea en la literatura, en el cine o en las telenovelas, como apunta Eva Illuz. El amor maternal, el mayor de los amores es gratuito, nace del encuentro de las miradas de madre e hijo. Es espontáneo. No es una actitud de un día, si el amor nos mueve en la vida, todos los días hay que dar gracias por ese sol que nos calienta, al aire hay que agradecer, este mundo-tierra que nos tiene en sus manos, vivos o muertos. Imaginemos por un instante lo que pasa hoy en Turquía y Siria. Una oración por ellos y enorme gratitud por nuestros valientes Topos.