Como suele suceder con todos los políticos, Petro –el candidato triunfante en las elecciones colombianas y el primero en su historia proveniente de una guerrilla secuestradora y dinamitera, a la cual muchos le vieron nexos con la droga colombiana, indudable sostén subterráneo de una economía fracasada, como todas las de Iberoamérica–, hoy no es nada todavía, excepto un señor que hace discursos. Muchos discursos. Pronto querrá hacer realidad esas palabras, pero por ahora, es el verbo redentor.
Y uno de ellos, quizá el más importante de su vida, es el de la victoria.
¿Qué dijo?
Pues la mejor fraseología de la izquierda populista latinoamericana, impregnada con una buena dosis de cursilería nacionalista y pobrista, a cuyos tonos edulcorados les hizo segunda su compañera de fórmula, Francia Márquez quien no nació en Macondo, sino en Yolombó. Eso del gobierno de los nadie y las nadie; de las manos callosas y demás, es digno de una canción de Viglietti.
Pero, en fin, escuchemos la lira. Cualquier similitud con otros populistas, es mera obra de la casualidad. O de la memoria.
“Gracias en este día que es histórico.
“Es una historia nueva para Colombia, América Latina y el mundo.
“Una historia nueva porque aquí lo que ha ocurrido hoy con estos once millones de electores que votaron y nos trajeron al Gobierno, es un cambio.
“Lo que viene es un cambio real y en ello comprometemos la vida misma. No vamos a traicionar al electorado que lo que le ha gritado a la historia es que, a partir de hoy, Colombia cambia.
“Colombia es otra.
“Un cambio real que nos conduce a algunos de los planteamientos que hemos hecho en las plazas públicas. La política del amor.
Y un poco más:
“…Habrá oposición férrea y tenaz, no la entenderemos, pero en este gobierno no habrá persecución política.
“Habrá respeto y diálogo.
“Es así como podremos construir lo que llamamos el Gran Acuerdo Nacional que ya se comenzó a construir entre 11 millones de colombianos, pero tiene que ser entre 50 millones. Tiene que comenzar a construirse en el diálogo regional vinculante para acabar con la violencia…
“Poder construir las reformas que necesita Colombia para poder vivir en paz.
Pero como hubiera dicho Raúl Velasco, aún hay más:
“…somos parte de un acumulado de una resistencia que ya tiene cinco siglos. La sumatoria de las resistencias de Colombia. Hemos congregado el pasado de luchas y de rebeldías contra la injustica, contra un mundo que no debería ser, contra la discriminación, la desigualdad”.
“Cuánta gente que aquí no nos acompaña, que desapareció por los caminos de Colombia y no están. Cuánta gente que murió o está presa. Cuántos jóvenes que no están solo porque tenían amor. Le solicito a la Fiscalía que libere a nuestra gente. Liberen a los jóvenes”.
En estos discursos se advierten dos ideas centrales. La principal, el cambio; la otra, la condena del pasado.
“…Cuando era joven, lanzaron dos mensajes de violencia que atravesaron mi memoria, mi corazón, un 11 de septiembre el golpe de Estado contra Allende, 1973, y un 19 de abril de 1970 un fraude electoral contra el voto popular en Colombia.
“Desde ese entonces en los libros iba leyendo lo que era la oligarquía colombiana, una oligarquía sectaria, atrasada, feudal, dogmática pero asesina, en su corazón no ha sido posible hablar el lenguaje de la paz, el lenguaje del entendimiento, creen que, con la trampa, creen que, con el engaño, creen que con el juego sucio pueden manipular la historia de Colombia.
“Fui aprendiendo que este tipo de élites que gobiernan este país eran capaces de matar por su codicia, que no habían entendido lo que significaba la palabra democracia, que antaño unos jóvenes rebeldes, Nariño, Santander, Caldas, Camilo Torres, Bolívar, nos habían enseñado…”
No son iguales, pero entre ellos son iguales.