En No mires arriba –un acercamiento al fin del mundo por irresponsabilidad humana–, hay escenas donde aparece el peor periodismo, el que pretende hacernos sonreír con el malestar ajeno. Desde entonces vengo pensando quién será en México un digno representante de ese informador que no informa nada y se burla de los acontecimientos del país o va contra los preceptos del poder. La verdad, el primer personaje que me vino a la memoria fue Chumel Torres. Tampoco descarté a otro payaso de la farándula mediática: Brozo. Pero no son los únicos.
Tiene décadas que este no es un oficio con investigación. Desde la aparición de los influencers en redes sociales el trabajo periodístico pasó a segundo nivel y la sonrisitis es el lugar común donde todos tenemos un punto de vista. El “espectáculo” tomó relevancia y lo menos importante es lo que digas a la audiencia: lo importante es el nivel de risa que provocas con tus estupideces y presumas eso como si hubieras estudiado a Huizinga y la risa como sinónimo de conocimiento. Una premisa falsa pero que a nadie importa: lo que importa es divertirnos del desastre nacional, tengamos o no razón.
Brozo y Chumel Torres son solo un ejemplo de los que convocan a la risa para desaparecer los estados anímicos que nos causa la política y sus gobernantes. Carlos Monsiváis –muy de otro modo– hacía sorna de declaraciones donde lo que menos importaba era pensar. Era la sonrisa inteligente. Hoy es la risa ignorante. Lo vemos en programas de televisión, en memes, en TikTok, en las plataformas digitales. El virus de la risa a cambio de nada se hizo verdad. Una risa que preserva matices ideológicos, por supuesto. Se trata de pegarle a quien derribó a la gran triada –PRI, PAN y PRD–. Tienen un público asegurado y apoyos mediáticos. Y en medio de eso hay confusión entre lo que es el periodismo y los límites que rebasan la información y se convierte en moneda de cambio para carcajearnos como sentido de evasión.
Hay muchos brozo y chumel torres, en minúsculas. Ponga usted los nombres (inclúyame si gusta). No hay nada que perder porque este mundo va justamente a lo que la película de Adam McKay nos da toda la razón.
La era del periodismo tóxico arribó para quedarse.