Con la llegada de diciembre, se abre la compuerta de los buenos deseos. De las redes sociales fluirán incesantes mensajes de paz, amor, abrazos, besos, árboles de navidad, nieve, “santacloses”, duendes y renos, virtuales todos. La publicidad conducirá a la compra de regalos porque es temporada de paz y amistad, de reconciliación y reencuentro, dicen, y sólo hasta que termine el mes de “dulces y colaciones para los muchachos que son muy tragones”, se despertará a la cruda realidad de los platos rotos en las mentadas fiestas navideñas, del enero de los impuestos aumentados bajo el pretexto de actualizarlos, del recuento de las deudas acumuladas y del incremento de los precios.
Quienes, chueco o derecho sobrevivieron a los casi dos años de pandemia viral (de virus) y al espanto de enfermedad y muerte que marcó esta etapa, de entrada se encontrarán con el anuncio de otros virus, mutados, mutantes, deformados, diseñados exactamente para que el negocio de las farmacéuticas siga siendo el más grande del orbe. La inflación de los productos básicos y no tanto, también nos arrinconará contra las cuerdas; para quienes la provocan, lo de paz y amor es frase de portada de calendario, lo real es que el expendedor final es el fiel de la balanza inflacionaria. Por ejemplo, cualquier fruta o verdura que en un lugar cuesta quince pesos el kilo, en otro cuesta veinte y en otro, casi siempre supermercados, en treinta y cinco o cuarenta; no se diga si cualquier producto se anuncia como orgánico, porque el de quince pesos se lo encajan en cuarenta. Ahí está el huevo, con un precio si es de gallina echada o uno altísimo si es de gallina correteada. Y ni cómo saber si es cierto que la ponedora comió alimento y cempasúchil o lombrices. Y así con todo, un bolígrafo común, en cajita de veinte de ellos, sale a un peso con veinte centavos y en la papelería lo venden en cinco pesos. Este tipo de inflación afecta la economía del ciudadano clasemediero y amolado, pero no es del todo responsabilidad del pequeño comerciante, la renta de los locales es carísima y sin control o restricción de ninguna autoridad. Muchos trabajan únicamente para mantener al arrendador y a eso hay que sumarle el costo elevado de los servicios básicos; el agua se ha escaseado tanto como se ha incrementado su costo. Ninguna autoridad lo anuncia o justifica, simplemente el recibo llega cada vez más caro, o lo paga o la cortan. Si alguien quiere abrir un local o changarro, el contrato del agua, por ser comercial, se dispara hasta el endeudamiento, como si el de la miscelánea vendiera agua; la luz también tiene un sobreprecio para el comercio y los requisitos municipales y de protección civil, otra puñalada innecesaria. Para evadir el costo y la realidad, el comprador se decide por productos baratos, chinos casi todos y chafas también. Por mencionar uno de tantos, de una extensión eléctrica con cuatro enchufes, sirven dos; la ropa trae “detallitos” y cualquier tipo de aparato dura el día y la víspera; también en este tipo de fraude al consumidor la autoridad es miope.
Los buenos deseos de paz y amor se derriten ante la lista interminable de bruscas realidades, unas provocadas por la carencia de lo elemental y aún de lo superficial, otras por el infortunio de la desgracia, la enfermedad o la muerte, pero la realidad más punzante, porque no debería de ser ya que no es producto del azar, es la provocada por falta de eficiencia y sensibilidad de gobernantes, autoridades, funcionarios, jueces, empleados, oficinistas y hasta encargados de la puerta, porque su incompetencia, omisión o ambición, desencadenan problemas para el ciudadano que en el menor de los casos trastocan su estabilidad económica y emocional y en otros, lo dejan en la indefensión. La Paz deseada no es mágica, ni llega entre tintinar de campanitas, es resultado de la buena fe, de la buena voluntad, de la honradez y trabajo de todos. AL TIEMPO.