Francisco Perusquía es el único filósofo de carne, hueso y espíritu que he conocido. Sabio, bondadoso, magnánimo, humilde. Descansa en paz maestro, hermano, amigo. En todo ejemplar.
El encierro ha hecho que volvamos los ojos a nosotros mismos, a la familia, al trabajo, a nuestras rutinas y diversiones. Nuestras preocupaciones y valores las hemos pasado por un soplete. El materialismo ha sufrido un duro golpe, nos hemos dado cuenta que necesitamos menos cosas de las que antes considerábamos indispensables. El capitalismo no se dejará vencer tan fácilmente, procurará convencernos de que todo ha sido una pesadilla, un tropezón, pero que todo seguirá como antes, con la sola incomodidad del tapabocas, pero incluso con originales y exclusivos diseños. En fin, después de una transición el mercado con todas sus tentaciones de consumo nos espera con nuevas ofertas. El problema es que mucha gente ya duda resistir un trabajo por el dinero para comprar. Este tiempo nos ha permitido reflexionar si nuestro trabajo nos deja satisfechos, de acuerdo con el origen etimológico de la palabra: “satisfacere”, hacer bastante. ¿En verdad desplegamos en nuestra jornada todo nuestro potencial como seres humanos? Pero incluso en el caso maravilloso de que efectuáramos un trabajo que nos permite el desarrollo integral de nuestras facultades físicas y mentales, todavía tenemos intereses que quisiéramos cumplir, pero sin dinero y sin tiempo, parecería que su destino es quedarse como una deuda en nuestra realización; es la alegría personal la que pagará la factura.
La cuarentena ha sido una gran matriz de vocaciones, de gente que busca nuevas formas de ganarse la vida en cosas que más le gustan o que le dejan más tiempo para hacer lo que auténticamente les da la gana. El encierro ha permitido recordar las formas antiguas de organización de la vida, que ayuda a la forma de resolver las dudas que ahora nos atormentan. Ya Platón escribía: “La naturaleza no hace zapatero ni herrero: semejantes ocupaciones degradan”, Ese barbón alemán que se niega a pasar de moda, Carlos Marx, sobre la misma línea escribía: “Pues en cuanto el trabajo se distribuye, cada hombre tiene una esfera particular y exclusiva de la que no puede escapar –es cazador, pescador, pastor o crítico-, y debe seguir siéndolo si no quiere perder su medio de vida, mientras que en una sociedad comunista, donde nadie tiene su esfera exclusiva de actividad sino que cada uno puede perfeccionarse en la rama que desee, la sociedad regula la producción general y hace posible que cada uno haga una cosa hoy y otra mañana, cazar a la mañana, pescar a la tarde, criticar después de la cena como a mí me gusta, sin convertirse jamás en cazador, pescador o crítico”.
El encierro nos abrió fugazmente a la sociedad ideal donde el tiempo libre es la mayor fuente de felicidad, con un mérito, no se fincará la dicha en la esclavitud ni en la explotación. Será una nueva civilización que, gracias a la tecnología, se podrá mantener la producción y el desarrollo, sin descuidar lo más importante: el ocio. La pandemia ha sido una pesadilla, pero ha tenido también un gran provecho: nos ha permitido soñar.