En el año 1999, durante mi paso por la dirección de “unomasuno”, un diario cuya desaparición muchos lamentan todavía, propicié la edición de un suplemento semanal de la agencia “Prensa Latina”. Se trataba de una asociación simbólicamente significativa. No era un simple contrato de maquila. Aunque en resumidas cuentas eso era.
Pero cuando se trata de Cuba todo adquiere un tinte ideológico, ya sea por simpatía o antipatía.
La relación con Prensa Latina me permitió una cierta cercanía con funcionarios de medios y diplomáticos. Y también me permitió conocer de cerca los trucos del mago. La mitad de los “logros” cubanos, eran un cuento chino. Lo único evidente eran las medallas en los juegos deportivos.
Pero ninguna revolución se justifica solamente con las elegantes zancadas de Ana Fidelia Quiroz o el boxeo sublime de Teófilo Stevenson.
En un viaje a Cuba uno de los redactores de “Granma” me presumía el enorme logro de sostener una tasa cero de analfabetismo en Cuba.
–¿Y en Cuba todos saben leer y escribir?
–¡Claro!, somos el único país latinoamericano en eso, me decía ufano.
–¿Y de qué les sirve leer si no tienen más lectura que los discursos de Fidel y la propaganda del “Granma” ?, para eso me quedo en las sombras”, decía yo entre broma y riesgo.
Mito genial de los cubanos ha sido su sistema de salud. Quien se quiera curar el cáncer con ponzoña de alacrán, esta jodido. Casi tanto como quien quiera evitar el Covid con estampitas del Sagrado Corazón de Jesús.
Cuando Fidel Castro inauguró la escuela de medicina de “Las Américas”, tras una cumbre Iberoamericana, en su encendido discurso dijo (yo estaba ahí), Cuba exportará desde aquí ciencia y conciencia”. Lo primero, ya lo sabemos por propia experiencia durante esta epidemia, es falso.
Y conciencia tiene un mejor vocablo: propaganda. Esa ha sido –junto con la música–, la principal exportación de los cubanos desde 1960, la palabrería.
Cuba iba a sobrevivir con la lluvia de dinero de una zafra jamás lograda de diez millones de toneladas de azúcar, cuando ese energético valía algo. Nunca se logró a pesar de los “Van-van” y su buena música.
La producción de leche nunca alcanzó para cubrir las necesidades de la población, por más y cuanto Castro quiso mostrarle al mundo aquella célebre “Ubre blanca” de cuyas ubres privilegiadas por la ingeniería genética, derramaron sobre Cuba 89.9 litros de leche en una sola ordeña, en fecha previa al 26 de julio.
Si esos litros se hubieran asperjado, gota a gota en una calle, no habrían superado en longitud, las filas para recibir explicaciones sobre el desabasto, en lugar de un mísero vasito de leche.
Por eso hoy vale la pena reflexionar sobre los motivos de la solidaridad con Cuba. Deben ser todos los imaginables.
Pero no se puede sustituir la solidaridad hacia el gobierno cubano, con la solidaridad para el pueblo cubano. Y la cantaleta del bloqueo solamente nutre a la burocracia beneficiaria del mismo.
Cuba fue un fracaso hasta cuando –para compensar los inrercambios americanos– la Unión Soviética rompió el bloqueo y enviaba miles y miles de toneladas de todo, para sostener al país geopolíticamente necesario para los equilibrios de la Guerra Fría.
Hoy hay una nueva generación de cubanos y yo solamente quisiera repetir las palabras de Leonardo Padura, a quien nadie puede acusar de contrarrevolucionario.
“Los cubanos necesitan recuperar la esperanza y tener una imagen posible de su futuro”.
“Si se pierde la esperanza se pierde el sentido de cualquier proyecto social humanista. Y la esperanza no se recupera con la fuerza. Se le rescata y alimenta con esas soluciones y los cambios y los diálogos sociales, que, por no llegar, han causado, entre otros muchos efectos devastadores, las ansias migratorias de tantos cubanos y ahora provocaron el grito de desesperación”.