El 6 de agosto de cada año se hace una recordación de las consecuencias fatídicas que la energía nuclear puede tener para la humanidad, de no controlar de manera inteligente su uso político. Oppenheimer el film de Christopher Nolan (Londres, 1970) conduce a una reflexión sobre la ética de los científicos, al mismo tiempo Nolan vira hacia el discurso del antihéroe muy presente en su trayectoria fílmica como la saga de Batman o El Caballero de la Noche.
He sabido de muchos casos de jóvenes que desean llegar al cine como directores; se insriben en escuelas de cine y argumentan que su película favorita es, Ciudadano Kane de Orson Welles como si eso fuera el pasaporte al conocimiento cinematografico; éste es un camino que debería comenzar en la infancia en la que imaginación y disciplina son los ingredientes que hoy se buscan infructuosamente. El cine y la escuela también les ha mutilado esa parte de su cabecita dándoles todo en papilla o restingiendo y criticando al infante que quiere iluminar de color azul un elefante o de verde, un camello.
La lectura de los clásicos se impone como el primer escalón de quien quiere conocer el mundo; éste, que siempre ha sido el mismo, aunque hoy se presuma el dominio de la inteligencia artificial (IA) convirtiéndola en diosa del universo. Una raya más del tigres o uno más de los barrotes de esta jaula, en la que se encierra a la humanidad que no termina de madurar. Un cerebro humano es más creativo y más capaz que cualquier robot. Éstos jamás sentirán lo que nosotros sentimos y por lo que nos apasionamos en la vida. Recordemos a Rachael de Blade Runner en aquellos fríos ambientes en los que se encuentra con el deseo y sensualidad de Richard Deckard. Pero… me enfocaré en el personaje de la creación más reciente del cineasta inglés y su equipo.
En la oficina oval de la Casablanca se da un encuentro que jamás habría soñado Max Weber ente el político y el científico en el que, Truman, como muchos políticos que sobreviven en el sistema norteamericano, parece cegado por la luz de la explosión atómica, se ufana ante el científico casi lacrimoso; no puede ver lo que significa el tormento ético de Oppenheimer, aquel científico que jamás sonrió en aquel periodo del Proyecto Manhattan y menos después de Hiroshima y Nagasaki; una actuación de carácter para un actor joven como Cillian Murphy; los políticos nunca tienen la menor idea de lo que vivieron los sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki como le apunta el científico, al presidente. De muchas maneras, el científico, desde que la ciencia es ciencia se ve enfrentado a su estado ético y moral. La genialidad de Einstein se evidencia en aquel consejo de un viejo sabio que siempre supo la verdad, desde que tiene en sus manos los cálculos, el demonio de melena revuelta; parafraseo: “eres un tonto si dejas que te juzguen: date la media vuelta”; sabía que, mientras pueden usar la ciencia y el arte de los exiliados, serán los consentidos de Estados Unidos, de ello son ejemplo los mismos cineastas como Nolan, Del Toro y muchos más.
Nolan y su equipo de productores, algunos actores conocidos y otros casi desconocidos, muestran conocimiento de los clásicos como Kenneth Brannagh y el propio Nolan cuyos personajes recreados como el antihéroe, ahora Oppenheimer es el espejo que refleja el destino de todos esos migrantes que han contribuido al conocimiento científico y tecnológico, a la cultura norteamericana en la que conviven, como en el Proyecto Manhattan, todas las formaciones e ideologías de aquella época, y también el resentimiento de quienes nunca pudieron asistir a la educación superior.
En términos generales, la narrativa pone al descubierto algunos síntomas del planeta americano como la utilidad de los aliados mientras sean rentables; la locura del macartismo que buscó encontrar enemigos en quien pensara medianamente diferente y nunca los encontró; sin embargo, por debajo de la mesa, Estados Unidos nunca dejó de tener relaciones con regímenes fascistas como el franquismo; relación útil para el posible emplazamiento secreto de cabezas nucleares en territorio europeo, un proyecto abandonado por los norteamericanos ante la inminente Unión Europea.
Desde el punto de vista técnico, Oppenheimer acierta en la música del Ludwig Göransson, ya conocido por su intervención en otros filmes de Nolan. Cuenta con un diseño de arte de recreación de varias épocas como el blanco y negro y efectos especiales que ejemplifican el inquietante comportamiento de la energía de los protones, sometida a la compresión o tratamiento nuclear en la fisión del átomo. Como a Oppie, nos quedan muchas preguntas sobre el uso de la energía nuclear, muchas dudas sobre la interioridad de aquel Prometeo y muchos reclamos y agradecimiento a las ciencias por sus descubrimientos, sus avances y sus desgracias, así como se le quedaron, frustración y silencios a Robert Oppenheimer en la garganta, hasta su muerte a causa del cáncer, en 1967. Su papel como científico trató de rehabilitarlo John Kennedy con el Premio Enrico Fermi, aunque nunca recuperó sus credenciales de seguridad para sus investigaciones académicas; como siempre, el estado contra la ciencia; su anhelo profundo, fue el control de las armas nucleares, que en caso contrario podría desencadenar la destrucción del mundo. Einstein y él sabían, por aquellos cálculos, que el incendio de la atmósfera se daría como consecuencia en cadena y aún se desconocían los efectos radiactivos en Hiroshima y Nagasaki. Dado que la herida y el tema, siguen abiertos para la humanidad, muy oportuno el abordaje de Nolan al Prometeo del siglo XX.