Rebeca Pérez Vega
A 120 años del nacimiento de Juan O’Gorman (1905-1982), su obra no solo permanece como uno de los cimientos de la arquitectura moderna mexicana, sino como un pensamiento crítico que hoy resulta más actual que nunca, describe el arquitecto Felipe Leal.
Arquitecto, pintor, muralista, polemista y observador crítico de su tiempo, O’Gorman es revisitado este año a través de dos libros que, desde registros distintos pero complementarios, permiten reconstruir la complejidad de su legado y confirmar su vigencia.
Por un lado, Conversaciones con Juan O’Gorman. Sus vociferaciones (El Colegio Nacional, 2025), de Felipe Leal, recupera una entrevista realizada cuando el hoy reconocido arquitecto apenas iniciaba su carrera. Por otro, la reedición de Diego Rivera y Juan O’Gorman: Sobre la encáustica y el fresco (1986), publicada por El Colegio Nacional y Ediciones La Rana de la Secretaría de Cultura de Guanajuato, devuelve a circulación un texto fundamental sobre los procesos técnicos y conceptuales del muralismo mexicano. Juntos, ambos volúmenes reactivan el legado de O’Gorman en el presente.
Leal explica que la publicación de su libro responde directamente a la conmemoración del aniversario, ocurrido el 6 de julio pasado.
“Este año se está conmemorando el 120 aniversario del nacimiento de Juan O’Gorman y aproveché para publicar con El Colegio Nacional esta conversación”, señala. El origen del texto es académico y personal: una entrevista realizada cuando Leal era estudiante de arquitectura, a finales de 1977, en San Ángel Inn, en la Ciudad de México, que hoy adquiere un valor histórico singular.
Lejos de ser una reconstrucción retrospectiva, el libro es un testimonio en primera persona de las reflexiones que O’Gorman tenía al final de su vida sobre la arquitectura, el arte, la política y el destino del planeta. “Es una conversación donde se revelan muchas de sus concepciones de la arquitectura, del arte y de la vida”, explica Leal, quien añade que en ese diálogo aparece un personaje complejo, irónico, radical y profundamente crítico.
Uno de los ejes centrales del libro es la doble identidad que O’Gorman nunca quiso separar. “Siempre se consideró pintor, arquitecto”, recuerda Leal, exdirector de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y fundador de la Autoridad del Espacio Público de la Ciudad de México.
Esa definición no es una anécdota, sino la clave para entender una obra que se mueve constantemente entre disciplinas, lenguajes y posiciones aparentemente opuestas.
Como arquitecto, Juan O’Gorman fue uno de los impulsores más importantes del funcionalismo del movimiento moderno en México. Las casas-estudio de Diego Rivera y Frida Kahlo, en San Ángel, sintetizan esa postura: volúmenes geométricos, materiales aparentes y una lógica espacial pensada para la vida cotidiana y el trabajo creativo. “Eran casas muy radicales, muy cúbicas, totalmente dentro del movimiento moderno”, señala Leal, quien ha proyectado conjuntos habitacionales, espacios públicos y estudios de creadores como Vicente Rojo y Gabriel García Márquez.
Sin embargo, O’Gorman nunca se quedó ahí. Años después construyó para sí mismo una casa-cueva, una obra orgánica integrada al paisaje volcánico, que rompía por completo con su etapa funcionalista.
“Él oscilaba siempre entre si era funcionalista o si era organicista”, explica Leal. Esa oscilación define su legado arquitectónico: un creador que no obedecía dogmas ni estilos, sino una reflexión constante sobre el espacio, la naturaleza y la vida, añade Leal, miembro emérito de la Academia Nacional de Arquitectura.
MULTIFACÉTICO
En la pintura, O’Gorman mantuvo la misma tensión creativa. Fue un retratista preciso, autor de imágenes de personajes clave del arte y la cultura mexicana, entre ellos Diego Rivera, pero también un muralista capaz de llevar la pintura a una escala inédita.
Su obra en la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria, en la UNAM —declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad junto con el campus—, es el ejemplo más contundente. Se trata de un mural de más de 4 mil metros cuadrados que envuelve por completo un edificio.
“Es el mural más grande que se ha hecho en la historia de México”, subraya Leal, quien precisa que no es un mural aplicado a la arquitectura, sino un edificio convertido en obra plástica.
Leal recuerda que este inmueble se convirtió en el emblema de la arquitectura moderna mexicana durante el siglo XX. “Es el edificio de la arquitectura moderna mexicana más publicado y difundido durante el siglo XX. No hubo revista ni libro de arte que no lo registrara”, apunta.
A pesar de esa visibilidad, O’Gorman vivió con una austeridad casi extrema. Durante la ejecución del mural, cuando ya no había recursos para pagarle derechos de autor, recibió un salario equivalente al de un obrero. “A mí me pagaron como albañil”, decía con ironía.
La conversación recuperada por Leal muestra también al O’Gorman más mordaz. Sus opiniones sobre colegas eran directas y, en muchos casos, implacables. De Diego Rivera decía que “siempre quiso ser lo que se le dio la gana”. De David Alfaro Siqueiros hablaba con abierto desdén. En contraste, su admiración por José Clemente Orozco era absoluta.
Leal recuerda cómo O’Gorman describía a Orozco como un hombre manco, miope y casi daltónico, capaz, aun así, de realizar El Hombre de Fuego, en la bóveda del Museo Cabañas. Para O’Gorman, solo una fuerza humana y creativa excepcional podía haber producido una obra de esa magnitud, evoca Leal, integrante del Colegio Nacional.
Más allá de las polémicas artísticas, el libro revela a un pensador adelantado a su tiempo. Desde los años setenta, O’Gorman hablaba del calentamiento global, de la contaminación de los océanos y de la destrucción del planeta.
“Eso lo tenía muy decepcionado. Advertía que el daño ambiental se revertiría contra la humanidad por no considerar a las otras especies, un discurso que hoy resulta inquietantemente actual”, remarca Leal.
En el plano personal, O’Gorman era un hombre parco, correcto y educado, de fuerte personalidad y pasión contenida. No era afable ni efusivo, pero sí profundamente concentrado en su trabajo y en sus ideas, considera Leal. Su origen irlandés, hijo del ingeniero de minas y pintor autodidacta Cecil Crawford O’Gorman, marcó un carácter más bien estoico, cercano a la cultura británica.
Entre sus virtudes, Leal destaca su temprana admiración por Frida Kahlo. Cuando aún era vista principalmente como la esposa de Diego Rivera, O’Gorman ya reconocía su inteligencia y la fuerza de su pintura. Ese reconocimiento temprano confirma su capacidad para ver más allá de los consensos de su época, abunda.
LEGADO DE CONOCIMIENTO
La reedición de Diego Rivera y Juan O’Gorman: Sobre la encáustica y el fresco amplía esta revisión desde otra perspectiva. El libro se construye a partir de una conversación entre ambos artistas, en la que O’Gorman recopiló todo lo que Rivera le explicó sobre dos técnicas fundamentales del muralismo: la encáustica y el fresco.
Esta nueva edición se publica en el marco de dos conmemoraciones: los 120 años del nacimiento de O’Gorman y el 50 aniversario de la apertura del Museo Anahuacalli, fundado por Diego Rivera.
Para Lizeth Galván Cortés, secretaria de Cultura del Estado de Guanajuato, la coedición con Ediciones La Rana refleja una apuesta por descentralizar el conocimiento y ampliar su impacto. Se trata, explica, de libros que no solo dialogan con especialistas, sino también con jóvenes artistas, arquitectos y lectores interesados en comprender los procesos creativos del arte mexicano.
Galván Cortés subraya que el volumen incluye materiales inéditos, procesos técnicos detallados, anécdotas históricas y reflexiones estéticas, lo que lo convierte en un objeto editorial de alto valor cultural y en una herramienta para reflexionar sobre la práctica artística en un contexto de sobreabundancia de materiales y tecnologías.
MÁS QUE ACTUAL
A 120 años de su nacimiento, Juan O’Gorman aparece como una figura indispensable para entender la modernidad mexicana en todas sus dimensiones. A través de los dos libros publicados este año —desde la conversación íntima recuperada por Felipe Leal hasta el diálogo técnico con Diego Rivera—, O’Gorman regresa al presente como un creador incómodo, radical y vigente.
Su legado no se reduce a edificios ni a murales monumentales. Está en una forma de pensar el arte y la arquitectura como posiciones éticas frente al mundo, en la libertad creativa llevada hasta sus últimas consecuencias y en una mirada crítica que, décadas después, sigue interpelando, concluye Leal.





