En los próximos días asume el poder público en el Estado una nueva clase política. Algunos se estrenan en el cargo y otros ya son, como dicen los rancheros, liebres muy apiedradas, pero todos llegan a las columnas doradas de los poderes inmersos en una circunstancia de la vida pública de la que deben ser conscientes.
Todos tendrán la obligación de comunicarse con los ciudadanos, es decir, poner en común sus ideas y sus acciones, lo que significa que sus mensajes deben partir de un conocimiento de la información, las experiencias juicios que tiene previamente la opinión pública. El político no solamente no convencerá sino ni siquiera llamará la atención si no parte de un mismo andamiaje de principios, valores, cultura y sensibilidad de la sociedad.
De lo primero que deben partir los que van a ejecutar, administrar y legislar es que la actividad, la política, como sus oficiantes, los políticos, viven el descrédito más profundo de nuestra historia. En México y en el Mundo es pésima. En una última encuesta que leí al respecto la credibilidad de los políticos era la misma que la de los vendedores de autos usados. No se les cree ni el Credo. La mala fama viene arrastrándose muchos años atrás. Ya la abuela de Teodoro Roosevelt, una mujer de la más alta rancia aristocracia de Estados Unidos, cuando su nieto le confesó su vocación para dedicarse a la política, le comentó: “¿La política? No ¡Por favor! Ese es un asunto de taberna”.
En México es conocida la anécdota de un litigante que tenía un grupo de amigos con los que acostumbraba a reunirse a jugar dominó en una cantina. Un día es elegido Ministro de la Suprema Corte de Justicia, sus compañeros de juego se extrañan que no regrese, le preguntan el motivo de su ausencia, él contesta: “Por respeto a la Suprema Corte”. Sus amigos se resignan ante la explicación. Años después deja la Suprema Corte y lo eligen representante popular. Sus compañeros de juego ahora le recriminan su ausencia, más aún ahora que ya que no tiene pretextos, pues es diputado. El legislador vuelve a repetir que no puede ¿Pero ahora por qué? lo interrogan, ya no estás en la Corte sino que eres diputado: “Por eso, por respeto a la cantina”.
¿Por qué es especialmente preocupante el descrédito de la política y los políticos? Porque en nuestro país se ha agudizado en forma acelerada; va en caída libre. La alternancia política en la presidencia de la República ha sido desilusionante y frustrante. México ha vivido el infierno de la simulación democrática de todos los partidos y de todos los colores. El priísmo no es tener credencial del PRI, priístas son todos, el priísmo está en el genoma de toda la clase política. En la peor versión de la cultura de este partido: corrupta; mañosa; vengativa; clientelar; aficionada al mayoriteo; al cuatismo de los cargos públicos; a las tenebrosidades cupulares y en lo obscurito; a la imposición de la línea presidencial sobre leyes e instituciones. Y un largo etcétera
Es especialmente grave la falta de autoridad y solvencia moral del poder político, ahora que la pandemia exige no solamente la intervención de los gobernantes sino la participación de la ciudadanía. ¿Quién puede solidarizarse con sus convocatorias si se considera que los políticos son como los plátanos: no hay uno derecho? El primer gran reto de la clase política es: renovar la esperanza en la política y sus oficiantes. Al menos en el Estado. ¿Cómo lo pueden hacer? Lo analizaremos en la próxima entrega.