QUERÉTARO EN DEUDA
Murió hace 12 años el último ilustre
Único lusitano nacido en Querétaro. Así definió Hugo Gutiérrez Vega a Francisco Cervantes Vidal, muerto hace una docena de años, que se cumplen hoy. Poetas ambos, Premio Xavier Villaurrutia ambos, llenaron de luz la cultura queretana, ambos. Fueron dos faros que alumbraron intermitentemente las últimas décadas del siglo XX y los primeros años en este milenio de sombras.
Cervantes, hijo pródigo de aquí y de Lisboa, tradujo y divulgó a Pessoa, además de escribir poemas luminosos y, en palabras de Gabriel García Márquez, los libros mejor titulados: El sueño del juglar, Caballero a la medida, Materia del Tributo, Cantado para Nadie, Heridas que se alternan, La música no tiene quien la escuche y Los huesos peregrinos.
De carácter fuerte, temido por la derecha que lo expulsó de su tierra y lo regresó mucho tiempo después, con toda la mar detrás, Francisco Cervantes vivió aquí sus últimos años, más que modestamente, en una casa de las calles de Pasteur, propiedad de la Junta Vergara.
Nuestro mayor poeta obtuvo las más altas condecoraciones de los Gobiernos de Portugal y Brasil, además del Villaurrutia -máximo galardón de las letras nacionales- y, en Querétaro, el Heriberto Frías en 1986.
Ganó carretadas de dinero como publicista, creando campañas para compañías vitivinícolas (“Como el viejo decía: si las cosas fueran fáciles cualquiera las haría”) y para aquella tarjeta de crédito “tan efectivo como el efectivo”.
Se lo gastó todo en mujeres y vino, presumía.
Y por eso pasó estrecheces en la tercera y última edad, peleando una beca de Conaculta que le quitaron por no entregar a tiempo sus trabajos, pero disfrutando el calor de pocos, pero buenos amigos -como Miguel Bringas, Santiago Carbonell, Ignacio Padilla, Enrique Vallejo, Dora Guzmán, Roberto González y Diego Prieto- así como la admiración de sus alumnos que le cambiaban comida por palabras.
Con la ayuda de Miguel Bringas, lo convencimos de volver a escribir en un periódico y ahí en el Diario firmó sus últimos trabajos, especialmente el de Cervantes por Cervantes, en los 400 años de El Quijote, en 2005 y Nostalgias Navideñas el 19 de diciembre de 2004, solo un mes antes de partir.
Una foto de aquella comida del convencimiento, en el restaurante Josecho, tomada por Jesús Ontiveros, sirvió para perpetuarlo en la estatua de William Nezme, colocada afuera del Museo de la Ciudad, en donde trabajó a su regreso. Hasta que Antonio Loyola Vera lo llevó al Centro Cultural Manuel Gómez Morín, que dirigía y le dio su nombre a la Biblioteca del Estado.
Lo convenció de aceptar tal homenaje el propio gobernador Ignacio Loyola Vera, sobre todo al responder positivamente a una pregunta fundamental: ¿Y el homenaje no podría venir acompañado de un chequesito?
Así nos lo contó él poeta
Y el final. La noche del 23 de diciembre de 2004, justo a un mes de morir, nos dijo: Ya no les voy a durar mucho.
Por eso, buscaría a sus dos hermanos y quizá hasta su primera mujer para arreglar viejos asuntos.
Anduvo despidiéndose el poeta.
A sus 66 años ya no esperaba nada. Ni siquiera el Honoris Causa que la UAQ le preparaba y del que nunca supo. Antes, en agosto de 2004, soltó: “Estudié Derecho en la Universidad Autónoma de Querétaro, pero no me titulé. Yo el único título que tengo es el de hijo de la chingada”.
Genio y figura
Pero ya no hubo tiempo para el homenaje. Como tampoco lo ha habido para darle su nombre a una calle, que el Ayuntamiento de Manuel González Valle aprobó. Ni para llevar parte de sus cenizas peregrinas, esas que están en el templo de San Antonio, al Panteón de los Queretanos Ilustres.
No ha habido tiempo. Es que murió hace apenas 12 años, que se cumplen hoy. Querétaro está en deuda y lo seguirá estando con Francisco de Paula Hugo Cervantes Vidal.
El último de nuestros ilustres.
SERGIO ARTURO VENEGAS ALARCÓN