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“Nosotros escribimos el futuro”: Amin Maalouf

Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2025

por Reforma
4 diciembre, 2025
en aQROpolis, Destacados
“Nosotros escribimos el futuro”: Amin Maalouf

El narrador y periodista, quien ya ha visitado la FIL tanto de manera presencial (2019) como virtual (2021), fue uno de los protagonistas del encuentro literario.

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Amin Maalouf (Beirut, 1949) ha hecho de la identidad, el exilio y la pertenencia temas centrales de una obra que combina la mirada del historiador con la sensibilidad del narrador.

Su literatura, humanista, crítica y atenta a los desplazamientos culturales del mundo contemporáneo, le ha valido el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2025, reconocimiento que el autor de León el Africano y Las cruzadas vistas por los árabes recibe como una celebración de la universalidad.

El narrador y periodista, quien ya ha visitado la FIL tanto de manera presencial (2019) como virtual (2021), fue uno de los protagonistas del encuentro literario con la aceptación, sábado, del galardón.

“Maalouf da voz a los desarraigados y viajeros de distintas épocas y muestra que nuestras identidades múltiples están constituidas de estratos, de cruces y pasajes, más que de muros”, ponderó el jurado que le otorgó el premio, integrado por Alain Mabanckou, Carmen Alemany, Francisco Noa, Jerónimo Pizarro, Lucía Melgar, Massimo Rizzante y Xavi Ayén.

Previo a su arribo al País, desde su casa en Francia, el novelista habló en entrevista sobre el lugar de la literatura en un mundo en crisis, la urgencia de preservar la solidaridad y la necesidad de reconciliar el progreso con la sabiduría.

¿Qué representa el Premio FIL de Literatura en este momento de su trayectoria?

“Veo en el Festival de Guadalajara, y en el prestigioso premio que concede, una celebración de la universalidad. Toda obra literaria lleva inevitablemente la huella de una sociedad, de un territorio, de una lengua y de una época. Pero también debe reflejar un rostro de la condición humana. Al abrirse a obras escritas en diversas lenguas, la FIL se acerca a ese ideal al que siempre he estado profundamente ligado, y del que la humanidad de hoy tiene aún más necesidad que en el pasado”.

Ha dicho que la literatura es hoy más necesaria que nunca. ¿Por qué cree que cumple un papel tan urgente en esta época?

“La gran paradoja de nuestro siglo es que la evolución científica, técnica y material no deja de acelerarse, mientras que las mentalidades no logran seguir el mismo ritmo. Y el papel de la literatura es precisamente actuar sobre las mentalidades: combatir la ignorancia y los prejuicios, y sobre todo transformar nuestra visión estrecha de la identidad, que en otros tiempos podía justificarse, pero que hoy se ha vuelto peligrosa e incluso mortal”.

¿Qué significa para usted esta distinción en relación con su compromiso con la lengua francesa y con el diálogo entre las lenguas romances?

“Creo profundamente en el fortalecimiento de los lazos entre las ‘lenguas hermanas’. No como un sustituto de la universalidad, sino como un paso hacia ella. Como muchas personas, conozco muy pocas lenguas y hay muchas que me son desconocidas. Pero también existen lenguas que no me son del todo extrañas ni del todo familiares: lenguas que no puedo hablar, pero en las que puedo comprender un texto, sobre todo si tengo un diccionario a mano.

Quienes las hablan comparten muchos conceptos, y las academias que las cultivan buscan trabajar cada vez más juntas, aprovechando las experiencias de las demás. Por eso, un gran premio literario que reconoce obras escritas en cualquiera de las lenguas romances es, sin duda, un modelo a seguir”.

La identidad y la migración están en el centro de su obra. ¿Qué lo llevó a hacer de estos temas el eje de su escritura?

“Está ligado tanto a mi propio recorrido como a mi manera de observar el mundo. Cuando uno crece en un país como el Líbano, con numerosas comunidades religiosas y varias tradiciones lingüísticas, y después emigra a otro continente para escribir en una lengua que no es la materna, inevitablemente se vuelve sensible a las cuestiones identitarias. Con el paso de los años comprendí que estos temas se habían vuelto cada vez más universales y decisivos. Por eso la cuestión de la identidad ha ocupado un lugar creciente en mis libros”.

Como exiliado libanés que vive en Francia, ¿cómo ha moldeado esa experiencia su mirada sobre el mundo y su escritura?

“Para mí, emigrar a Francia en 1976 no fue una experiencia traumática. Lo difícil fue ver a mi país natal hundirse en una guerra fratricida de la que no ha logrado recuperarse. Eso me causa una tristeza profunda que nunca desaparece. Pero llegar a Francia e integrarme poco a poco a su sociedad fue una fuente de alegría más que de sufrimiento. Adopté con entusiasmo su cultura, su historia, su modo de vida y, por supuesto, su lengua, que había aprendido en la escuela y que con el tiempo ocupó un lugar cada vez más central en mi vida. La lengua no es solo una herramienta: orienta nuestra forma de pensar. No se escribe exactamente lo mismo en una lengua o en otra”.

Ha hablado a menudo de una crisis de la civilización contemporánea. ¿Cuál cree que es su signo más alarmante?

“Los síntomas son innumerables, pero el aspecto que quisiera destacar es la desaparición de todo orden mundial digno de ese nombre. Una de las consecuencias de esta situación es la nueva carrera armamentista que se ha desarrollado en los últimos años, especialmente entre Estados Unidos, China y Rusia. Solo vemos una parte de esa competencia, pero hay otra gran parte invisible, lo que la hace aún más inquietante: sobre todo en el ámbito de las armas nucleares y biológicas. También en el vasto terreno de la inteligencia artificial, cuyas aplicaciones militares son innumerables”.

Al mismo tiempo, dice encontrar fuerza en el progreso científico. ¿Cómo concilia esa idea con el temor al naufragio?

“Me fascina el progreso científico, que ha brindado a la humanidad beneficios que las generaciones anteriores ni siquiera habrían podido imaginar. Eso es cierto en las comunicaciones, en el acceso al conocimiento, en la medicina y en muchos otros ámbitos. Por supuesto, todo avance implica riesgos, pero no podemos rechazar el progreso por miedo a ellos. De hecho, la pregunta ni siquiera se plantea: el progreso continuará, independientemente de nuestras dudas o temores. La sabiduría consiste en aprender a domesticarlo para ponerlo al servicio de la humanidad. Ese es el gran desafío de nuestro tiempo, y no podemos eludirlo”.

¿Qué diferencias percibe entre contar el mundo desde el periodismo y hacerlo desde la ficción?

“Siempre me ha apasionado el curso del mundo, que observo sin cesar desde la infancia. Esa pasión está presente tanto en el periodismo como en la literatura, al menos tal como yo los concibo. Por eso, nunca consideré mi paso de uno al otro como una ruptura”.

¿Cómo describiría su proceso de creación? ¿Nace de una idea, de una emoción, de un personaje?

“Varía mucho de un libro a otro. A veces es una observación del mundo la que me inspira; otras, una lectura que me revela un tema o me sugiere un personaje ‘inicial’ alrededor del cual se van reuniendo los demás. En ocasiones es un acontecimiento que he vivido o que vivió alguien cercano. Y a veces es una mezcla de todo ello lo que da origen a la escritura”.

El viaje y el exilio aparecen con frecuencia en sus libros. ¿Se considera todavía un viajero hoy en día?

“Para ser honesto, ya no podría describirme como un viajero. Antes, cuando un acontecimiento me apasionaba, sentía la necesidad de observarlo de cerca. Así fue como estuve en Saigón al final de la guerra de Vietnam, en 1975, o en Etiopía y luego en Irán durante las revoluciones que derrocaron las monarquías de esos países. Hoy viajo mucho más a través de los libros o de las pantallas. Dicho esto, me alegra haber podido visitar México dos veces en los últimos seis años”.

Habla con frecuencia de la solidaridad como una vía para evitar el colapso de las civilizaciones. ¿Ve hoy señales alentadoras de esa solidaridad?

“La falta de solidaridad agrava todos los peligros que enfrenta la humanidad, desde las alteraciones climáticas hasta los riesgos derivados de los excesos tecnológicos. Es cierto que hoy existe cierta conciencia de los peligros que corremos, pero sigue siendo, lamentablemente, muy insuficiente”.

¿Qué mensaje le gustaría dirigir a los lectores de América Latina y a quienes le escucharán en la FIL?

“Quisiera decirles que el mundo en el que vivimos es, al mismo tiempo, fascinante e inquietante. Hay que mantener presentes esos dos aspectos a la vez. Y, sobre todo, recordar que el futuro no está escrito en ninguna parte: somos nosotros quienes debemos escribirlo. Ese es el temible privilegio que el progreso científico nos obliga a asumir”.

Narrar el mundo

Amin Maalouf ha recibido distinciones como el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y es también integrante de la Academia Francesa de la Lengua. Se enfocó en la literatura tras ser corresponsal de guerra en Vietnam, Etiopía e Irán.

El autor, que a lo largo de su vida se ha movido entre distintos territorios, decidió dejar su natal Líbano a causa de la guerra civil; emigró a Francia en 1976, donde radica actualmente.

Etiquetas: AminfilHISTORIAlibroliteraturaMaaloufpremio

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