Noche del 22 de febrero de 1847, La Angostura Coahuila, Hacienda de Buena Vista.
Los norteamericanos no paran de asombro ¡Miles de almas en pena deambulan el campo de batalla! Se observa a lo lejos bajo la pertinaz lluvia – regalo del dios Tláloc- una y otra vez con lamentos hacen de la zozobra, lloronas enchinan la piel de los vigías y levantadores de fallecidos que revuelven la sangre con el lodo ¡Ese que penetra las botas y corta los pies! Los mexicanos tienen la fama de ser chamanes y hechiceros ¡Seguro han vendido el alma al diablo por la victoria! Su muerte que tanto veneran les hace de comparsa.
La última batalla del día permitió al poderoso ejército del Norte hacerse de la punta del cerro de La Encantada, lugar imprescindible para la mira y obtención de un terreno que desarrollaría la siguiente estrategia, aunque aún no cedían los estadunidenses los mexicanos hicieron un hueco impresionante de bajas del enemigo, se dejó que cada ejército tomara sus heridos y fallecidos, esto permite que las siguientes batallas se lleven en territorio llano.
¡Los americanos sienten en la herida la derrota! Taylor lo percibe ¡Percepción es verdad! Insiste el general, sus tropas mal heridas y con hambre han dejado todo en el campo de batalla ¡Hasta sus pensamientos más hondos se han escurrido con cada gota de sangre! La lluvia ni siquiera permite que prendan un fogón ¡Se ha lastimado el ser! Más allá del soldado.
Mientras el “otro” ejército del Norte hace de sus temores al caminar entre los fallecidos y heridos sus lamentos engrosan los ojos de los sobrevivientes ¡Miles de mujeres, madres, hermanas, esposas buscan a sus hombres! Unos ya fallecidos hacen de la orden del general Santa Anna de pasar al registro de campaña y después lograr llevárselos quienes lo pudieran hacer, los heridos se van al campamento de atención y guarda, los menos, aquellos que no tuvieron la suerte de estar acompañados por sus mujeres ¡Yacen en la fosa! Esperando el infortunado olvido de la madre patria a la que sirven, solo su recuerdo será el peso en el lastimoso filo de la cruz que carga la historia mexicana de sus caídos “¡Hombres que murieron en la batalla!” pero olvidados, porque nunca se sabrá nada de ellos.
Las madres que anteriormente llevan rancho a sus hombres ahora los arrastran entre el frío carrizo y el pesado lodo ¡Nadie hace por ayudarles! Unos entregados por completo a la formación de ataque ¡Los inspirados por el mesías Mejía! Otros, al mando de la retaguardia y vigías de rearmar al majestuoso ejército que espera el siguiente embate ¡Las hermanas caminan entre los soldados y revisan la fila del escuadrón para saber si aún sus carnales están con vida! Vaya broma, todos lucen por muchos idénticos.
– ¡Samuel, Xote Samuel! ¿Eres tú? – pregunta una hermosa india zapoteca de ojos de capulín y hermosa tez de canela que entre los vivos busca afanosamente a su hermano, el soldado al que confunden solo resta decir que sí, el hambre también aprisiona al numeroso ejército del Norte – ¿En verdad eres tú? Bi’che’ lii ne garuti’ zuchá nga – le insiste y lo abraza – ¡Te traje tu comida! – mientras la hace de lavarle las manos de la sangre y con su rebozo le limpia el rostro – ¡Bibaanilu’! Bibaanilu’- le insistía.
Mientras tanto el general encargado de sanidad Antonio Carona quien además dirige el destacamento de San Patricio, el de Vallarta con dieciocho baterías y cañones, así como el batallón de doce libras con el destacamento de León Guanajuato es quien permite, acompaña y mantiene el orden de más de catorce mil mujeres que acompañan a sus hombres en la batalla, lo que más se miran son la madres y esposas de los soldados, inclusive él mismo tiene a su mujer y una de sus hijas al tanto de la comida y el cuidado de enfermos.
¡Miles de aposentos brillantes sostienen en la noche detrás del inmenso ejército del Norte! Donde fogones tapados en improvisadas casas de manta hacen del calor y espera que el hijo o el esposo regrese a su formación para después hacerle llegar su rancho por la mañana. Ya son meses los que estos hombres llevan en la cercanía de la ciudad de Saltillo, tomada por los norteamericanos, los heridos en batalla son llevados a la casa de mantas de sus mujeres, pero si no los acompaña en particular, se quedan en improvisados camastros de madera detrás del ejército a la caridad de que alguna les regale un mendrugo.
Al general Santa Anna, con una experiencia de batallas por mucho encima de las necesidades que ha visto, permitió que miles de mujeres le acompañen desde San Luis Rey del camino del Potosí, por ello no hay distingo ¡Lo mismo una afanosa esposa de un soldado raso! Que una pretendiente elegante adinerada que acompaña a su capitán al amorío de la aventura ¡Es en mucho todo un ejército de faldas y atención a sus hombres! Olvidadas por la historia, perene amor que se funde en el llanto constante y el rezar por las almas del caído y la voluntad de Dios ¡Aquella que arrecia la mente del sufriente! Mujeres que acompañan a sus soldados ¡La historia jamás hará cuenta de ellas!
La pertinaz lluvia solo cansa a los norteamericanos, no cuentan con mujeres que les atiendan, sus cuerpos de sanidad compuesto por expertos en amputaciones y cerrar heridas de manera burda ¡Ha dado más bajas a su ejército que la batalla! Las lesiones más comunes son las escoriaciones, mismas que cubiertas y bien lavadas es suficiente para que el soldado vuelva al campo de batalla ¡Se necesita mucho más que una herida para abandonar la encomienda!
La mayoría de los heridos de esta batalla fue en las heridas realizadas por las espadas de los valientes batallones del ejército del Norte, elegantes, filosas, brillantes dejan cortaduras profundas, las vísceras son dañadas y el dolor es apremiante para los heridos ¡Pocos sobreviven a un ataque de esta naturaleza! Las bajas por herida de espada ocupan el primer lugar, en segundo los que recibieron los perdigones ¡Solo que haya sido a quemarropa es cuando el boquete dejado te cuesta la vida! Ensordecidos y mutilados son los heridos que mayormente causan baja de inmediato.
Por la parte del ejército del Norte las heridas que mayormente apremian están sometidas al cuidado de las hierberas, ya su serenísima había probado los elíxires de la salud que ofrecen estos chamanes ¡Hierbas hervidas con ajo! Ungüentos de grasa de animales, frutos de cactus y tunas agrias le permite la pronta recuperación de sus soldados, quienes, a pesar del hambre de no verse protegidos por sus mujeres, los botellones de elíxires y bebidas que consumen el alma les dan fuerza para recuperarse de pronta manera.
De manera poco real los fallecidos por disparos de fusiles por parte de los mexicanos son pocas – narraría después Taylor- a pesar de que los americanos cuentan con armamento de calidad y bien diseñados sus fusiles, además de contar con sus pistolas personales de cuerpo Colt Paterson ¡Estas armas eran las que de verdad hacen el daño mortal! Los campos de sanidad de verdad sufren con estas heridas de los sobrevivientes, quienes al parte de unas horas fallecen por el desangramiento, en poco tiempo descubrirán que es mejor dejar el proyectil dentro en vez de tratar de obtenerlo ¡Hacen menos daño!
Las mujeres ofrecen además del acompañamiento y los rezos un menú diferenciado de las lentejas y los bollos de los norteamericanos; tostadas que guardan en sus canastos que fueron realizadas durante todo el día, papas en tomate que van recolectando a lo largo del camino y que el propio general a cargo Antonio Carona les ha conseguido, salsa de picor incesante que van recolectando del cerro, le acompañan hierbas del cilantro y quesillos traídos de San Luis Rey, frijoles y garbanza recolectada de igual manera con el “desquelite” de todos los días.
¡La calidez del descanso ha sido de menor estadía!
El general Pedro Nolasco Martín José María de la Candelaria Francisco Javier Ampudia y Grimarest junto con todo una batería que previamente se habían acercado a los norteamericanos ¡Les sorprendió y se les fue encima! Haciendo del uso de la infantería y diestros jinetes de la caballería hicieron por hacerse del lado izquierdo del cerro de base ¡Cuerpo a cuerpo los mexicanos traspasaban con sus bayonetas a los jóvenes invasores! Al paso los cañones abren paso de la columna de ataque hiriendo a propios y extraños ¡Todos los heridos que podían ponerse de pie fueron llevados al campo de batalla! Aquello daba comienzo a las hostilidades de nueva cuenta, pero ahora el numeroso ejército del Norte hace valer su condición.
El general Micheltorena al mando de la octava del batallón con dos divisiones atacó de sorpresa el bunker del general Taylor ¡A quien no le quedó de otra que montar su caballo y arreciera a la batalla! Los hombres del capitán Sherman hacen de su flanco izquierdo para hacerse del terreno, mientras que por el lado derecho el coronel Bisells hace de las suyas tratando de frenar la estampida de la infantería que cada vez hace más daño ¡En ataque frontal se lastima de forma irreparable al cuerpo de infantería de Micheltorena! Quien hace de lograr levantar el ánimo cuando un disparo le penetró el hombro derecho ¡Lo tumbó de su monta! Se tomó ese terreno hacia los invasores y se replegaron las dos divisiones.
Las órdenes de Santa Anna eran claras ¡No dejar un soldado vivo invasor! En ello cada general levanta su alma y se funde en el campo de batalla.
El general Taylor se repone de la sorpresa del ataque y se rearma junto con el general Lane quien al mando del segundo batallón de voluntarios de Indiana se agazapan para atacar de manera frontal a la batería del segundo regimiento del general de caballería Tomás Mejía quien ha sido un verdadero espectáculo verlo pelear ¡Ni siquiera alguien lo ha tocado!
Taylor reunió a su capitán John Washington, al capitán George Lincoln, logró que atacaran a todo el batallón y cuerpo de caballería que tenía a cargo el joven Tomás Mejía en la parte izquierda de la pared de la escarpada colina ¡El encuentro fue atroz! La caballería mexicana levantaba toda una nube de pólvora haciendo estallar sus fusiles mientras que de manera sorpresiva hacen calas de sus montas arrasando con las espadas los cuerpos y cuellos de los adversarios, quienes al no lograr evitar el golpe de los corceles ¡De tumbo caen llenos de grana vida! El general Tomás Mejía hizo estragos considerables al cuerpo de baterías de Washington y Lincoln dejando solo la posibilidad de replegarse ¡En el intento por detrás llegó el general Vicente Miñón con su primer batallón de caballería! Destrozó a los norteamericanos.
23 de febrero de 1847, Calles de la Ciudad de México.
En la soleada mañana dentro del expendio de periódicos de la calle de moneda, la gente se arremolina de manera desorganizada tratando de pagar los dos pesos que cuesta para lograr hacerse de un pasquín del periódico El Monitor Republicano quien narra los hechos del campo de batalla del día anterior veintidós de febrero, en lo que llamarían “Del frente de batalla” escrito por Guillermo Prieto en su columna “Los Piratas” donde daba ancha manga acerca de las hostilidades y de como se llevaba a cabo los encuentros.
Argumentando que de buena fuente le había llegado la información por un capitán de correo a caballo, esgrimió algunos pincelazos de lo que se imaginaba estaba sucediendo, abusando de que la gente de la ciudad poco sabía de la colocación de la ciudad de Saltillo, pensando estuviera a un día de a caballo.
“El general Santa Anna flojo, desgarbado, lleno de antipatía por todos sus generales no es mas que un mosco más de su propio ejército, sus generales como Ampudia solo viven del placer de llevar mujeres a sus batallas, festines y jolgorios dan rienda suelta a sus pasiones dejando a un lado el honroso deber de hacerse de una nación ¡Salvaguardar la patria!”
Para ese momento todos quienes leían la columna se hicieron por pies a darla a conocer a toda la ciudad ¡Los arrebatos dan rienda suelta que el poderoso ejército del Norte no da batalla al invasor! El periódico se vendió como ningún otro día. Además, la columna establecía una disertación:
“Que de saberse que en las visitas de los generales que negocian con los norteamericanos en la isla de Cuba, quienes pretenden hacerse del país entero un general cubano de apellido Ampudia ha relevado de su cargo al general Mariano Arista ¡Héroe de todos los valores y valentías! Dándole al cubano el poder de ser el General en jefe del ejército de Santa Anna…”
El total del periódico El Monitor Republicano no se cansó de hacer ver que la guerra era llevada a cabo de una manera burda, argumentando por todos lados que un ejército con hambre, mal vestido, no daban la retención necesaria al invasor, los demás escritores como José Zorrilla, Francisco Granados, Anselmo de la Portilla arreciaban la metralla contra Santa Anna, argumentando que desde su idea de no reconocer la constitución con su plan Bases de Tacubaya cuando desconocieron al presidente Anastasio Bustamante y su locura centralista. El propio periódico se hace llamar Monitor Republicano, cuando antes se autodenominaba Monitor Constitucionalista.
23 de febrero de 1847, La Angostura Coahuila, Hacienda de Buena Vista.
Uno de los escoltas que acompaña a su serenísima Santa Anna se acerca en medio de la última orden que se dará a los cuerpos y baterías que conforman el aún poderoso ejército del Norte, quien a punto de salir a comandar el ataque para ese día se atreve a abrir la misiva:
“Mi muy estimado Benemérito, su Serenísima General Comandante y Presidente de México que clama al fulgor de la batalla su grito de esperanza de miles de mexicanos que hemos sido confundidos con información no cercana a la verdad que nos esgrimen editoriales y pasquines, deseamos saber de primera voz ¡La propia de usted! Alentadoras noticias. Firma: Lucas Alamán”
Continuará…