De acuerdo con Norbert Elías y Eric Dunning, el juego forma parte del proceso civilizatorio y durante mucho tiempo la Sociología se preguntó sí valía la pena estudiar esta actividad buscando su utilidad y sus efectos en la sociedad. Ahora lo sabemos de primera fuente: el juego se ha tornado cada vez más importante en una sociedad cada vez más gozosa de su ocio. La tecnificación nos ha proporcionado más tiempo libre y el capitalismo también le ha proporcionado a algunos individuos individuales, más ganancias de lo que merecen, como sucede con los emires petroleros que no saben qué hacer con tantos millones de dólares como ganan, por la venta de hidrocarburos. Ese es el primer argumento para que sucediera la Copa Mundial en Qatar.
Qatar, un país naciente, económicamente pujante por sus fuentes energéticas de riquezas calculadas alrededor de los energéticos que se usan actualmente pero que tienen un periodo finito como se verá dentro de algún tiempo. Un país que ha sido creado artificialmente por el capital de sus dueños, quienes poseen una mentalidad cuya modernidad no llega más lejos de la edad Media, tanto en su cultura patriarcal como en sus relaciones socioeconómicas y laborales pues las condiciones de trabajo de los migrantes mayoritarios pertenecen más a tiempos esclavistas que a las condiciones que se han conquistado en democracias modernas. Las muertes de obreros trabajadores alrededor de la construcción de los estadios se cuentan por miles pero ni organizaciones internacionales ni la propia población de Qatar han emitido una queja.
En realidad, la mayoría de la población de Qatar son migrantes necesitados y urgidos de trabajo y un salario miserable como el que reciben –algo así como 245 dólares a la semana- pero que no encontraron en sus propios países y que en una economía tan elevada como Qatar, es realmente una burla, como me lo parece que la Copa se realice en un país que ni siquiera cuenta con aficionados al futbol, su equipo nacional ha hecho un papel pobre en estos días y donde las mujeres locales están ausentes de los estadios que al término del evento quedarán como monumentos en el desierto y algunos como el 974 se podrá desarmar y regalar a alguna comunidad futbolera.
Es por esto que resulta fastidioso pensar que tanto la ONU como la FIFA, no hayan sido rigurosos con estos aspectos sociales, cuando concedieron la sede a esta especie de monarquía medieval que comanda Qatar. Recuerdo que a Sudáfrica se le negó la Copa mientras el sistema racista Apartheid estuvo vigente y terminó con el triunfo democrático de Nelson Mandela. Ahora no se entiende por qué no se han tomando en cuenta las condiciones de exclusión en que viven y sufren las mujeres en estos sistemas íntimamente relacionados con el Islam.
Todo parece explicarse porque desde tiempo atrás, décadas quizá, es del mundo conocido, los malos manejos que la FIFA, como institución, ha sido escenario. Si en sus objetivos originarios tuvo el quehacer de reunir y unificar las reglas de un juego que todos los pueblos del mundo han practicado desde tiempos inmemoriales, aunque Inglaterra se adjudique su autoría, escándalos le han sobrado desde la forma en que Josef Blatter y Louis Platini revelaron al mundo el trasfondo oscuro que desde entonces ha pendido como un halo sobre la rectora del futbol profesional.
En el mismo sentido, puede decirse que la corrupción y el dinero que toca a la FIFA, escurre hacia los equipos de futbol como a los directivos que se mueven en un mar de dólares cada vez más incontrolable. Podríamos decir que la Copa ha perdido su nobleza y su intención humanista de convivencia entre los pueblos del mundo que disfrutan de un juego simple y sencillo en el que sólo la inteligencia estratégica y los pies de un joven ponen un balón a rodar y tratan por un juego limpio hundirlo en la malla de tres palos. Creo que se han perdido esos valores que ha tenido este juego tan hermoso que hasta los más pequeños pueden entender y disfrutar apenas empiezan a caminar y encuentran acaso por casualidad un balón.
Un halo enrarecido está presente en este Mundial. Creo que lo sentí desde la inauguración donde no había mujeres en el presídium. Luego, la derrota del anfitrión en el partido inaugural. En fin, múltiples sorpresas se han vivido como las protestas simbólicas del equipo de Irán y no sé qué más nos den. Lo que ya no es ninguna novedad son los resultados de nuestra selección nacional, y como siempre quien pagará será el Tata, ahora Martino. No hay quinto juego para nosotros. El juego debería ser aquel que se practicó en estas tierras en tiempos prehispánicos. La muerte esperaba al final del juego. Tampoco este mundial está lejos de la muerte del fairplay. Aun así, con este panorama, invito a niños y jóvenes como mis nietos, a dejar celular y videojuegos y salir al patio, al llano o al parque a jugar una cascarita, a disfrutar este juego tan humano y ahora tan amenazado.