Entre las muchas cosas irremediablemente extraviadas en las vueltas del tiempo (como decía de la vida el gran Agustín Yáñez), están las cenizas del circo. En México, como en otras muchas partes del mundo, las empresas circenses, obra de familias enteras cuyos integrantes les iban dejando a los descendientes los secretos del curso celestial de trapecios sincronizados en la perfección de sujetar las muñecas del otro antes de la sentencia por volar contra las leyes de la gravedad han ido desapareciendo.
Ya no conmueve al mundo digital, el paso incierto sobre un cable cuya tensión mantiene los tibios y cautelosos pasos de la vida o de la muerte mientras una pértiga oscilaba en las alturas. Karl Wallenda se vino abajo en 1978.
Nada emociona el caballo con una joven haciendo cabriolas sobre la grupa veloz; nadie quiere saber más del apaciguamiento del león con el látigo y la amenaza defensiva de una silla y un hombre con bigotes vestido de rojo, cuyo sombrero de copa brinda con el peligro de rugientes colmillos mientras un payaso triste recibe en pleno rostro las bofetadas del futuro convertido en cruel presente.
“…Vio una mujer vestida de oro en el cogote de un elefante. Vio un dromedario triste. Vio un oso vestido de holandesa que marcaba el compás de la música con un cucharón y una cacerola. Vio los payasos haciendo maromas en la cola del desfile, y le vio otra vez la cara a su soledad miserable cuando todo acabó de pasar…”, dice García Márquez.
Y ya nada de eso tenemos. Se prohibieron los animales, se murieron los camellos y nadie querrá nunca más poner a bailar un oso al hipnótico ritmo de una pandereta, ni podrá una cebra triste evadir su destino urbano de burro con pijama.
Pero hay sustitutos para todo ese olvido pertinaz. La política.
Hoy los partidos políticos han sustituido al circo. Sus familias de actuales maromeros, trapecistas y domadores; payasos y contorsionistas; enanos y mujeres de hirsuta pelambre o maquillaje incontenible, sustituyen con mejores beneficios económicos de los circos descendentes de aquel legendario espectáculo de Chiarini, cuya compañía debutó el 17 de octubre de 1864 en la calle de San Agustín, hoy República de Uruguay.
Las familias del circo se han trasladado a las dinastías políticas.
Ya no tenemos en las carpas (ni carpas hay), a los hermanos Fuentes Gasca, por ejemplo, ni mucho menos a la familia Atayde.
No hablemos de las visitas de Ringling ni la evocación del Circo Orrín, ni siquiera porque hace apenas un año los voladores mexicanos ganaron el “Elefante de oro”, en un concurso internacional de 20 países, cuando –ante el asombro de Newton– Rubén, Anru y Gunter Caballero (Quinta generación de acróbatas), hicieron un doble salto mortal cuádruple .
“…The Flying Caballero ha batido un récord mundial durante su presencia en Girona, ya que el pasado sábado, por primera vez en la historia, tres de ellos hicieron el cuádruple salto mortal durante el mismo espectáculo…”
Ahora les estirpes politiqueras no ganan “Elefantes de oro” en certámenes internacionales, pero sus integrantes en el gran circo Morena Brothers, se pueden columpiar del ISSSTE a la Fiscalía de la Ciudad de México, mientras la otra parte de la mancuerna fraterna, salta de Gobernación a la presidencia del partido en cuya comisión nacional gestionaba su señora madre, tras haber sido Contralora en el Gobierno del DF en los tiempos del ex jefe de Gobierno López (después fundador de la Carpa 4-T y presidente de la República ), cuyo hijo ahora es secretario de organización de la empresa morena, mientras el trapecio vacío del ISSSTE queda en las férreas manos del ex jefe de Gobierno, Martí Batres, cuya hermana se ha autodenominado “Ministra del Pueblo” en la Suprema Corte de Justicia.
Y así, como dice Manuel Echeverría –en su novela sobre los cirqueros Belmont y Segura–, bajo el pabellón se escucha “un redoble muy largo”.