Este jueves perdió la queretanidad otro de sus personajes: Roberto Quintanar Gómez, el dueño de la noche y reinventor del cabrito, confesor y amigo. Tenía 82 años y toda la mar detrás. Un día de esos, calmadas las aguas, habló de todo a PLAZA DE ARMAS, en una entrevista publicada el 31 de julio de 2017. Hoy la recuperamos para la memoria de quienes tuvieron el gusto de tratarlo y para el conocimiento de los jóvenes.
Aquí las revelaciones.
Dueño de la noche fue Roberto Quintanar Gómez durante décadas, tras la barra de La Cabaña, el único restaurante abierto hasta altas horas en el Querétaro casto que se dormía a las 10. Confidente de políticos, banqueros, periodistas, artistas, policías y acompañantes de ocasión, conoció vida y milagros que hoy cuenta por primera vez a PLAZA DE ARMAS, El Periódico de Querétaro, a sus 78 años, tras luchar 15 contra el cáncer y superar dos infartos y una operación cerebral.
“Ya vamos para afuera” dice este guerrero incansable que ha tratado y atendido gobernadores, presidentes, licenciados y hasta diputados, “De todo, carnal”.
Ha vivido y disfrutado, como en aquél viaje a Japón con la señora Esthela, propietaria de la antigua casa de citas y el periodista José Guadalupe Ramírez Álvarez, del que fue amigo y confesor.
Quiso ir al teatro Kabuki el también rector de la UAQ y cronista de Querétaro, pero se aburrió pronto y comenzó a cabecear.
¿Qué le pareció el espectáculo? le preguntó Roberto al salir. “Muy bonito” respondió el ex director de Amanecer y Diario.
Si hasta estaba roncando, le replicó el chaperón.
-Te prohíbo que hables de eso, decretó el maestro.
Tampoco puede contar de otros amigos, clientes frecuentes, que echaron bala en el negocio de la Panamericana, hoy Constituyentes, en donde se servía el mejor cabrito y los frijoles “Meños”, los favoritos de su compadre el periodista Luis Roberto Amieva.
En ese rincón de la noche queretana, en el que Roberto despachó durante 36 años y al que llegaban las mujeres desveladas, nacieron romances efímeros y algunos permanentes.
Todo lo vio este queretano nacido en Jocotitán, Estado de México y cuya presencia está registrada en el tomo II de los personajes de la vida cotidiana del siglo XX de Querétaro.
Llegó a esta ciuidad en 1952, a la esquina de Juárez y Zaragoza, “y después a trabajar en los lóbregos callejones y callejuelas atrás de La Merced, donde conoció las luces y sombras de los cabarets y centros nocturnos, como El Mil Noches y otros de no agradables recuerdos”.
La vida le pegó y después lo recompensó generosamente, perdonando a todos sus ofensores -hasta a Manuel Paredón Cornejo- y bendiciendo a sus donadores, cuenta el cronista Andrés Garrido del Toral.
Conoció por unos días la miseria humana de la cárcel ubicada en la casona de La Corregidora, obteniendo su libertad en legítima defensa, demostrada por el brillante abogado José Guadalupe Ramírez Álvarez.
Hace más de medio siglo comenzó a probar suerte con su señora madre en la industria restaurantera, adquiriendo el local de Las Brisas para convertirlo en la mítica Cabaña, donde terminaba la ciudad, comprando el terreno a Noradino Rubio Espinosa de los Monteros.
-Yo la compré. Costó 116 mil pesos que fui pagando poco a poco y se la entregué a mi hermana, que más tarde la regaló y me dio las gracias, revela hoy.
Ahí, relata Garrido, adquirió fama gastronómica al elaborar exquisitos platillos como los machitos, el consomé de cabrito, las enchiladas verdes, pero sobre todo su especialidad que es el cabrito al horno, que si bien no lleva leña de encino como los del norte del país, es jugosísimo y se le antoja hasta a los paladares más exigentes.
Lo interesante, sin embargo, comenzaba en la trasnoche queretana, en donde“a veces se sentía el ambiente muy cerquita del infierno, como cuando llegaba el clásico borracho tira aceite, policías judiciales o a mediados de los años sesenta los mineros de San Joaquín que llegaron con metralletas echando pleito a Fernando Ortiz Arana”.
Recuerda también a Rafael Camacho Guzmán, que pedía su carne asada, nopales y frijoles de la olla, acompañada con una botella de vino tinto traída del Casa Blanca. Él no era problema. Sus judiciales sí, porque nadie se acercaba cuando estaban ellos.
Medio Querétaro pasaba por ahí, incluido el periodista Ezequiel Martínez Ángeles, que hoy es medalla y alguna vez le llamó a eso de las 9 de la madrugada para preguntarle a qué hora abría.
-A las 12, mi Cheque, le contestó Roberto, pero si andas malito te voy a abrir antes.
-Sí, pero para que me dejes salir.
El conductor de “A micrófono abierto” se había quedado dormido en uno de los privados y nadie se dio cuenta.
O la de aquél banquero al que su esposa le exigió llevarla a probar el famoso cabrito que lo distraía tantas noches. El marido aceptó, sabiendo que podían servirle en el coche, como en los autocinemas. Desde ahí a claxonasos, con la clásica mentada, llamó al mesero. Cabrito para la señora y para mi ordenó.
Rogelio Mendoza, impasible, indiferente, atendió el pedido.
Pero a la esposa del banquero se le antojó otro. Era el mejor que había probado en su vida. Tráele uno más a la señora, mandó el financiero.
Entonces sí se sorprendió Rogelio que se asomó por la ventanilla para conocer a la mujer y le dijo al cliente: “te salió tragona la mariposita”.
Esas y muchas historias más se cerraron en 1993, hace 24 años, cuando Roberto y su hermana decidieron seguir caminos diferentes y nació “Roberto`s” en la calle de Arteaga, atrás de la Comercial de Zaragoza, en donde al dueño de la noche se le hizo de día, atendiendo el negocio familiar con su esposa María Mejía, dos hijos y tres hijas, que ahora están a cargo del restaurante principal y la sucursal de Candiles, mientras el jefe se restablece en su casa de Mansiones del Valle.
Este es Roberto.
El que trabajó de garrotero en el elegante Ambassador y El Gitanerías de la Ciudad de México.
El niño que fue jefe de aceros en la Ferretería Nacional.
El que vivió el Mil Noches, el Ciros y el Morocco de la desaparecida zona roja queretana, en donde lo pusieron a cobrar los bailes de las señoritas. De a 50 centavos la pieza: 30 para el negocio, 20 para la muchacha.
El que, muchos años después, atendió a Manuel González Cosío en el Roberto’s diurno, en donde el ex gobernador se metía a comer en la cocina.
El que compra personalmente la verdura de su negocio en el Costco, aunque tenga que pagar 11 pesos por la lechuga romanita que cuesta dos cincuenta en el Mercado de Abastos. ¿Sabes por qué, carnal, porque yo también como ahí y nunca se me ha enfermado nadie.
Eso cuenta este domingo el que por tantos años se negó a hablar porque los cantineros no tienen memoria. Él tampoco, aunque no le olvidan los que le deben.
El Roberto, que creativo, bromista irredento, aún echa carrilla a sus amigos. Como cuando operaron del corazón a Arturo Proal de la Isla en el Ángeles y le colgó en la puerta un letrero: ¡Fue niño!, con todo y la clásica imagen de la cigüeña.
Este es Roberto Quintanar Gómez, el histórico dueño de las noches queretanas, guardián de secretos inconfesables, amigo de sus amigos y un testigo que sabe demasiado.
Personaje irrepetible de la queretanidad.