Un infarto sorprendió este jueves en las calles de Allende del Centro Histórico a José Luis Sánchez Calzada. En su memoria recuperamos el texto publicado por el cronista Andrés Garrido del Toral en el libro de Personajes de Querétaro, volumen II. Descanse en paz.
Los jóvenes de hoy lo llaman simplemente “El Loquito del bastón”, al que ven abordando a toda clase de gente en el Jardín Santa Clara y al que ellos conocen de unos años para acá, vestido siempre con su característica bermuda, chanclas y últimamente un bastón, del que desconozco si es por necesidad o solamente por pose.
Yo no puedo darle ese frívolo nombre de “El Loquito del bastón”, porque los queretanos del centro de la ciudad de los años sesenta y setenta lo conocimos como José Luis Sánchez “El Toques”, con el mismo aspecto de piel morena intensa, melena a la príncipe valiente, flaco, bajito y con vestuario informal. La diferencia es que era más callado, casi tímido; lo presentaban y lo presentábamos como “primo de los Aranda Calzada”, es decir, era primo hermano del campeón estatal de patinaje, Héctor Aranda Calzada, quien con sus hermanos Paco y Manzanero entrenaba duro en la pista que ex profeso existió en los años de referencia en el Jardín Guerrero.
José Luis estaba palanca y era la envidia de los muchachos de escasos recursos, porque su primo Paco era el encargado de cobrar la renta de los patines en la casetita que estaba instalada a un lado de la pista, en lo que un día fue el kiosco. Como sus primos Aranda Calzada vivían en el anexo del Templo de Carmelitas, con la condición de ayudar en la limpieza del templo y en la realización de los oficios religiosos, pues ahí también veíamos al personaje haciéndole hasta de acólito.
Es a mediados de los años setenta cuando la hierba mala aparece en el jardín, cosa que en lugar de decrecer, aumentó cuando las oficinas de la Policía Judicial Federal se cambiaron al antiguo convento de Santa Clara, con puerta directa a la zona de la pista de patinaje. ¡Es en esa época cuando veo un cambio en la personalidad del ahora apodado Loquito del bastón!, porque cambiaron sus ojos de color y la lengua se le hizo pastosa. ¡No vayan a creer mis lectores que se compró pupilentes rojos!
Los niños se hicieron adolescentes y los adolescentes adultos y el jardín se vio invadido por pachecos de rumbos arrabaleros y con costumbres algo licenciosas.
Con el paso del tiempo, la palomilla fue dispersada por la policía o por la madurez de sus miembros, pero a tan traído y llevado José Luis “El Toques” me lo volví a encontrar a principios de los años ochenta en la Facultad de Derecho, asistiendo puntualmente a clase, pero no veía yo que apareciera su nombre en listas oficiales, solamente en las provisionales que al principio de los cursos hacían los profesores.
Transcurrían los años y este señor no pasaba de año, ni veía que le hicieran exámenes finales al llegar el lluvioso mes de junio. El último grupo en el que lo vi fue el a de la generación 1980-1985, la de Alfonso González Rivas, Lorena Guerrero La Mala, Lorena Montes La Buena, Araceli Ramos Palacios, La Cacho, La Picha y otros, con los que se juntaba el susodicho “Toques” y al que ahora no quieren saludar y menos de mano, por aquello de la falta de higiene de éste y el cólera. ¡A sus antiguas y guapas compañeras hasta las quiere besar en el cachete!
Como todo personaje con ciertos desórdenes, José Luis “El Toques” tiene sus ratos de lucidez y te suelta una retahíla de cosas y hechos que tienen congruencia, pero a medida que van pasando las horas del día interrumpe tu andar, sobre todo por la Fuente de Neptuno, y te dice muchas sandeces que parece que estás hablando con un bebesaurio o un dinosaurio o con un líder estudiantil encapuchado de la UNAM. Siempre te repite que a Pablo Meré o al médico Macías los anda buscando la policía que porque mataron una mosca. Al rato, para a otros y les comenta que Alfredo Botello va a ser gobernador. También es muy común encontrarlo de manera pacífica en los eventos culturales gratuitos que ofrecen la UAQ, el municipio o el estado en el centro histórico, del que se retira a las once o diez de la noche agarrando a pie, con sus sandalias de cuero, rumbo al sur de la ciudad, allá por la colonia Azteca, sin saber a bien con quién vive. Parece que la esquizofrenia le hizo una mala jugada.