En pleno año 21 del siglo 21 mientras la mente maravillosa e insustituible del ser humano ha logrado avances en ciencia y tecnología que rebasan lo imaginado para esta época, el mundo, nuestro continente, nuestro país, se manifiesta como un despiadado expulsor de niños. Ahora mismo miles de ellos llegan solos a la frontera norte de México buscando pasar “al otro lado”, otros miles están siendo entrenados en el manejo de armas como autodefensas o como agresores, pandilleros, aprendices de “narquitos”; otros son utilizados para robar, para pedir limosna en los cruceros o son explotados en trabajos impropios de su frágil humanidad.
De la niñez se suelen tener buenos y malos recuerdos, los malos provienen principalmente de los abusos y humillaciones recibidas, muchas personas se proponen romper con esa cadena tratando bien a sus hijos, con amor, con justicia, educarles para que a la vez ellos sean mejores; otros odian esa etapa que no quieren revivirla y se niegan a tener hijos, quizá porque temen mirarse en ellos; muchas personas adultas son de tal manera impotentes que sólo tienen capacidad de ponerse al tú por tú con niños, son cobardes ante los de su talla y falsamente fuertes con los niños, a este defecto a veces agregan ser perezosos y ambiciosos lo que deviene en un explotador. ¿Y las mamás de los cientos de miles de niños explotados, expulsados, peregrinos en su tierra, aprendices de traficantes y delincuentes, vestidos de soldadito esperando atacar con su rifle de película o de mujer fatal bailando en el tubo, en dónde están? Digo, porque las mamás, sobre todo las mexicanas cuya fama de sobreprotectoras es bien sabida, son capaces de detener el mundo para proteger a sus hijos, pero a las de esos cientos de miles expulsados pareciera que el vidrio opaco del consumismo, de la prioridad hacia lo material, a su bienestar, a su felicidad, les hace creer en un mundo bizarro, uno paralelo de fantasía, y voltean y callan pretextando pobreza o incluso, argumentando que dejarlos ir o arrojarlos es por su bien.
No es difícil imaginar la ceguera y sordera de una madre que entrega a su hijo de cuatro, cinco, siete años, los que sean, apenas han dejado de ser bebés, que todavía no saben expresarse ni comprender, a un extraño para que lo lleve a intentar cualquier tipo de aventura, cruzar la frontera, ir a otra ciudad o pueblo, ponerlo a trabajar, hacerle pasar hambre o inducirlo al consumo de alguna droga. No es difícil porque en los cruceros de la ciudad vemos a los niños que no rebasan ni el tamaño de la llanta de automóvil, jugarse la vida por una moneda mientras la madre o el padre toman un refresco en la sombrita.
De vez en vez la humanidad se siente amenazada por una explosión nuclear, por un choque intergaláctico, por la mortandad de especies animales y vegetales debido al sobrecalentamiento del planeta o por una pandemia mortal y la gente se espanta y se postra de rodillas pidiendo clemencia y esa misma humanidad miope no ve que la catástrofe cotidiana es el egoísmo que, cual si fuese una sociedad anoréxica, en lo oscurito vomita niños, aborta niños, expulsa niños o simplemente los deforma en pequeños monstruos sin alma, y así poco a poco se va extinguiendo la humanidad. Desafortunadamente no son pocas las mujeres, las madres que dieron vida a sus hijos, las que los desearon, celebraron, se ilusionaron con su llegada, que pronto se aburren, se cansan y al grito de “vida sólo hay una” los expulsan, sino a la calle, si de su corazón, de su protección, sin detenerse a ver que cada día representa una nueva oportunidad de vivir bien, que lo que si hay sólo una es la muerte y después de ella no hay retorno ni para pedir perdón. AL TIEMPO.
Nota: Dos candidatas a la gubernatura de Querétaro se muestran en sendos espectaculares con perritos, una abrazándolo y otra platicando con él. Quizá después se decidan a promover el cuidado de los niños.