CRÓNICAS PEREGRINAS
Arroyo Zarco
lluptatia sam, Martínez continuó su camino solo. En El Álamo se detuvo frente a una imagen de Guadalupe: Señora, quiero conocerte, te pido tu ayuda para acercarme a ti. Cruzó el puente y se detuvo frente al casco de la vieja Hacienda, construcciones ajenas a sus lugares. En el camino había mucha gente, los grupos de peregrinos se confundían. En una casa despintada de rojo pidió de comer. Le sirvieron verdolagas con carne de puerco. Pero sus recuerdos nuevamente le obligaron a ensimismarse: El hombre, alto, con la cara picada de viruela le gritó “Tu madre y tu abuela ya no están, vas a vivir conmigo, no eres mi hijo, pero como si lo fueras. Te voy a enseñar a trabajar lo nuestro”. Estuvo en muchos lugares, siempre de prisa, desconfiado, con ese sentimiento frío que produce el miedo constante. En un pueblo llamado Villa Unión, el hombre le dijo: “Quítate esa medalla. No sirve para nada. No pierdas tu tiempo, muchacho pendejo. Toma, ésta si te va a cuidar”. Y le puso en su mano una pistola. “Se llama Santa Beretta, nunca te separes de ella”. Martínez alejo el recuerdo lleno de frustración. Ese día conoció el mal.