CRÓNICAS PEREGRINAS
San Juan Del Río
Salieron de Escobedo, y Martínez vio en su grupo el entusiasmo de sus compañeros al iniciar otra jornada. Eustaquio se acercó a Martínez y le dijo “Mira hermano, toma este rosario, te lo regalo. Martínez lo tomó y vio en los ojos de Eustaquio algo desconocido, ese cariño fraternal que une a los caminantes que van al Tepeyac. Martínez en principio no supo qué hacer y siguiendo su costumbre buscó con temor a esa alguien que sabía tenía que llegar.
En la Estancia, Eustaquio siempre sonriente le dijo “Anímate Martínez, vamos a almorzar con mi familia, nos están esperando”. Eustaquio no entendió la respuesta de Martínez, su fuerte acento norteño le impedía la comprensión plena de sus palabras.
Le ofrecieron enchiladas y tacos de nopales, Martínez vio extrañado la relación de cariño y confianza que unía a Eustaquio con su familia. Después fueron a misa y Martínez los siguió, apretando en su mano la efigie de Guadalupe que traía en su cuello.
Al entrar a San Juan hizo mucho calor, que no le afectó, acostumbrado al clima de la sierra sonorense. No se atrevió a entrar al templo, ni tampoco buscó a Eustaquio, en su interior de confundían la esperanza en Guadalupe y la vida de crueldad que había llevado.