Quienes han querido racionalizar el futbol con adopciones más allá de la belleza deportiva, el sentido de competencia y el espectáculo de masas, cuyo despliegue en la cancha casi nunca vale sin los esplendores de la tribuna, –hoy tan escuálida y vacía, han caído en todas las desmesuras posibles con motivo de la muerte del divo Maradona, el más grande publicista y promotor de su propia decadencia.
El único jugador de futbol en la historia capaz de triunfar desmesura, históricamente; legendaria y eternamente, en el juego de los pies –más allá de la magia y el virtuosismo de la danza entre hachazos de una gambeta de aire– por el uso “fulero” de una mano y una frase monumental para justificar el bulo: la divinidad, como si el contacto creador hubiera brotado en la Sixtina de hierba del estadio Azteca.
Una conductora de televisión, de cuyo nombre no quiero acordarme o al menos no decirlo ni entre líneas (cuando se habla de Maradona nunca se debe hablar de líneas), se tiró la maravilla de decir como si anunciara el Armagedón o la pandemia asesina: “…es una tragedia para la humanidad…”, como si hablara de los millones de muertos y contagiados y no de algo tan simple como la muerte de un mortal cuya vida reciente mal gambeteaba la guadaña a cada paso.
Pero a veces se es víctima de la otra pandemia, esa cuya presencia imborrable marca el destino de la humanidad como ninguna otra: la de la frivolidad, la superficialidad, la irreflexión en la palabra, la búsqueda de la oportunidad para grabar en el mármol del lugar común, la forma más obvia para repetir el dicho general, la idea de todos, la idea siempre a la moda.
–¿Cuántas veces los redactores sin fortuna, ni imaginación han empleado en estos días aquella vieja frase de café de chinos cuando muere un ídolo: inició su paso a la leyenda o algo similar.
Reviso la estridente y tanguera prensa argentina en cuyas clarinadas vuelven los trazos de Tomás Eloy Martínez en su Santa Evita. Cuánta cursilería simplona.
La mejor de todas las opiniones la ha escrito quien remó con él la marejada de Santa Úrsula cuando la carrera a la velocidad del pasmo, sembró piernas inglesas como troncos del bosque de la frustración: nadie pudo contener el huracán veloz cuya pelota flotaba en la interminable sucesión de quiebres, engaños, carreras y frenos. Valdano, si algo sucedía, esperaba la pelota como quien vuela junto a un paracaidista en riesgo.
“… Aquellos que arrugan el rostro pensando en el último Maradona –dice Valdano–, con dificultades para caminar, problemas para vocalizar, abrazando a Maduro y haciendo de su vida lo que le daba la gana, harán bien en abandonar esta despedida que abrazará al genio y absolverá al hombre.
“No van a encontrar un solo reproche porque el futbolista no tenía defectos y el hombre fue una víctima. ¿De quién? De mí o de usted, por ejemplo, que seguramente en algún momento lo elogiamos sin piedad.
“Hay algo perverso en una vida que te cumple todos los sueños y Diego sufrió como nadie la generosidad de su destino. Fue el fatal recorrido desde su condición de humano al de mito, el que lo dividió en dos: por un lado, Diego; por el otro, Maradona.
“Fernando Signorini, su preparador físico, tipo sensible e inteligente y, posiblemente, el hombre que mejor le conoció, solía decir:
“Con Diego iría al fin del mundo, pero con Maradona ni a la esquina”.
“Diego era un producto más del humilde barrio en el que nació. A Maradona lo sobrepasó una fama temprana. Esa glorificación provocó una cadena de consecuencias, la peor de las cuales fue la inevitable tentación de escalar todos los días hasta la altura de su leyenda. En una personalidad adictiva como la suya, aquello fue mortal de necesidad.
“Si el fútbol es universal, Maradona también lo es, porque Maradona y fútbol ya son sinónimos.
“Pero a la vez era inequívocamente argentino, lo que explica el poder sentimental que siempre ha tenido en nuestro país y que lo hizo impune.
“Un hombre que, por su condición de genio, dejó de tener límites desde la adolescencia y que, por su origen, creció con orgullo de clase. Por esa razón, y también por su fuerza representativa, con Maradona los pobres les ganaron a los ricos…“
La condición de ídolo, la idolatría, la transfiguración, son misterios. La autodestrucción, también.