Ariel González
Entre las innumerables incongruencias y contradicciones que ha exhibido la “izquierda” morenistas en estos años que ha gobernado, ninguna tan flagrante, tan humillante para sus supuestos principios, como la militarización del país. Por años la maldijeron porque representaba la política “derechista” en materia de seguridad, pero apenas llegaron al poder no sólo siguieron el rumbo marcado por los gobiernos anteriores para que las fuerzas armadas realizarán tareas de seguridad, sino que además convirtieron al Ejército y Marina en factótum de las principales obras del sexenio y administradores de espacios esenciales como aduanas y aeropuertos.
Durante los días previos a su aprobación se han mostrado diversos testimonios de los dirigentes morenistas, quienes en las redes sociales de hace apenas unos años despotricaban contra la militarización y exigían que el Ejército volviera a sus cuarteles. Todavía durante su campaña presidencial, el propio AMLO prometía que sacaría al Ejército de las tareas de seguridad y que limitaría sus funciones a las marcadas por la Constitución. Es una historia llena de mentiras y traiciones por donde quiera que se la mire, pero también plagada de nuevas corruptelas e infamias que sin duda seguirán haciendo historia, puesto que la Presidenta electa, Claudia Sheinbaum, ya ha confirmado que seguirá gobernando con las fuerzas armadas como sus principales apoyos.
En sus orígenes como oposición, el obradorismo –al igual que la mayor parte de la izquierda que llegaría a liderar– veían en el Ejército mexicano una institución represiva, corrupta y criminal. Ahora que pondrán a la Guardia Nacional en sus manos y que ratificarán el papel que las fuerzas armadas han cobrado en diversos rubros estratégicos, el Presidente saliente y su sucesora las ven con otros ojos. Aquí también valió aquello de que “amor con amor se paga”.
Los que no parecen contentos (y mucho menos con el Ejército, al que acusan) son los padres y familiares de los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos hace diez años. Ellos han visto y padecido toda la capacidad demagógica de una “izquierda” capaz de manipular por años esta tragedia y, llegada al poder, presentarla como un caso donde el Ejército “no tuvo nada que ver”. Y serán ellos los que con más rabia y frustración recordarán el engaño y la burla de la que fueron objeto toda una década donde la impunidad terminó por profundizarse.
De los reclamos de transparencia que hacía aquella “izquierda” ya no queda sino el recuerdo. Mientras fueron útiles para crecer electoralmente, todos los informes solicitados al INAI y las investigaciones periodísticas que muchas veces se desprendían de estos eran vistos como un servicio a la patria. Ya en la Presidencia, son aborrecidos como instrumentos del conservadurismo y de la derecha en contra de la 4T y del mismísimo pueblo.
Por eso ahora el Consejo de administración de Pemex, por ejemplo, ha decretado que toda la información relativa a la evaluación física y financiera de la refinería de Dos Bocas quedará clasificada como “confidencial”, puesto que brindarla “podría afectar negativamente a nuestra empresa” y “comprometer la seguridad y los intereses económicos del Estado mexicano”. Así nomás.
Con el nepotismo les ha pasado igual. Por años señalaron –con toda razón–infinidad de casos en los que priistas y panistas dejaban a sus juniors y familiares en gobiernos, congresos o puestos públicos. Ahora, del mismo modo, son unas cuantas familias alrededor del Jefe Máximo las que parten y reparten todo el poder en el país. Adicionalmente tienen como aliados a otros clanes familiares tan “ilustres” como los de ellos (la última adquisición de Morena son los Yunes, para no ir más lejos).
Mención aparte merece la llegada de Andrés Manuel López Beltrán a la cúpula dirigente de Morena. Si este fuera un partido democrático evidentemente respetaría trayectorias, el trabajo de años de muchos militantes, pero como es un partido de familias –que no son iguales, por supuesto– los Alcalde y los López Obrador se han repartido la conducción del nuevo partidazo (dejando como mera figura decorativa a una secretaria general).
El cinismo de Morena ha rebasado grotescamente sus propios discursos: denuncian el nepotismo entre los trabajadores del Poder Judicial, pero acto seguido incurren, una vez más, en la misma práctica, pero no con cualquier chamba: la de López hijo, “Andy” para los amigos, marca el principio (lo veremos en unos años) de una era dinástica en el poder. El país se lo merece. La inmensa popularidad del Jefe Máximo lo “obliga” a no privar a las masas de su descendencia. Lo mismo pensaron, antes que él, líderes como kim Il Sung en Corea del Norte.
Ese grito de “no te vayas” en todas sus despedidas, no podía quedar sin consecuencias. De momento no puede quedarse, pero nos deja a su hijo preferido, el bueno para los negocios y para palomear listas de amigos e incondicionales.
Ya todo se está cerrando “maravillosamente” alrededor de la Cuarta Transformación. La “unidad” partidista, que no es otra cosa que una forma de unanimidad totalitaria, ha brillado en Morena como nunca este mes de septiembre: ni una idea en contra de sus reformas aprobadas, ni una sola voz alzada para señalar las infinitas incongruencias con su pasado de “izquierda”, ninguna disidencia, ninguna voluntad propia, digna, haciéndose valer. Todo alrededor de un solo hombre. La autocracia perfecta.
@ArielGonzlez FB: Ariel González Jiménez