Manchados los días reciente por la notable intolerancia entrometida del presidente de México en cuanto a los hechos políticos del Perú, vale la pena observar algunos de los datos a la mano en cuanto a la incurable inestabilidad de la vida en aquella nación con la cual, pese a todo, los mexicanos tenemos una significativa similitud mestiza.
No en balde nuestras historias se remontan al siglo XVI, cuando en ambos territorios de notable cultura autóctona, la corona de España fundó los grandes virreinatos de América, e inició una crisis de identidad hasta ahora no resuelta en ninguna de las dos naciones.
Uno de los grandes escritores nacionales, el genial polígrafo Vicente Riva Palacio (México a través de los siglos), sostuvo una honda relación epistolar con Ricardo Palma, el autor de las “Tradiciones peruanas”. Un libro en muchos sentidos arcaico, casi (si eso fuera posible) de arqueología colonial.
En una edición de esas “Tradiciones” (Biblioteca Ayacucho. 1977), el crítico y catedrático José Miguel Oviedo, ofrece en pocas líneas un retrato instantáneo del Perú de entonces (del entonces de Palma, c.a.1880) cuya fisononía se asemeja a la de hoy:
“…bajo la máscara triste, él presentía la sonriente, lo que seguramente era muy explicable en un país cuyos esfuerzos por constituirse como tal, paraban a veces en caricatura de la realidad prometida…”
Mucho de este diagnóstico se ajusta hoy en día también a México y si no, basta con revisar los esperpentos cuatroteístas de cada día y los desfiguros producidos por una ideología sin ideas. pero por ahora leamos algunas de las confidencias epistolares de Don Ricardo a su amigo Riva Palacio:
“…Es muy probable que yo renuncie a mi puesto de bibliotecario o que me lo hagan renunciar; pues los hombres que van a ser gobierno son de comi-sura política diversa a la mía…
“…En mi anterior participé a Ud. que la cuestión jesuita se había desen-lazado satisfactoriamente. Aunque el presidente general Cáceres los patrocinaba y hacía fuerza de vela para que el Congreso se clausurase sin ocuparse del asunto, nosotros, los liberales, manejamos las cosas del tal modo, que conseguimos que en la penúltima sesión del Congreso se diese la ley. Aunque el ejecutivo se ha negado a ponerle el cúmplase y promulgarla, los jesuitas, temerosos de que hiciéramos con ellos una Saint Barthelemy, se apresuraron a ir, poco a poco, abandonando el país.
“De 23 que formaban la corporación, hoy solo se encuentran en Lima los tres más caracterizados, con el pretexto de cobrar y pagar deudas; pero aun estos se irán en el próximo enero. Quiera Dios librarnos para siempre de esa plaga…
“..Esta epidemia (influenza española) sigue haciendo estragos en Chile, y amenazando aparecerse en el Perú a pesar de las cuarentenas y otras medidas adoptadas por el gobierno. Que Dios nos libre de la visita de tan temible viajero…
“…El circulillo que hoy está en el gobierno es de lo más intransigente que cabe. A mi pobre Biblioteca no le dispensan la más ligera protección, y, ¿por qué?, porque cupo a Iglesias la suerte de haber iniciado la reorganización de ella. Por lo demás, personalmente, así el general Cáceres como sus ministros me colman de atenciones cada vez que tengo precisión de acercarme a ellos. Me prometen mucho en favor de la Biblioteca y … nada me cumplen. He resuelto, pues, cruzarme de brazos y que la Biblioteca siga estacionaria…
“…Chile anda envuelto en una atroz guerra civil, que lleva apariencia de ser muy larga. Aventurado es presentir el éxito, sin embargo de que, hasta ahora, todas las probabilidades están a favor del gobierno. La revolución solo cuenta con Iquique, que geográficamente, no es Chile. Es como si se sublevara la escuadra española y no poseyendo territorio en la península se apoderara de Cuba o Puerto Rico…”
Crónicas de lo inacabado.